Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Carlos Mazón va a dimitir cuando el Partido Popular le deje caer (y parece que podría ser más pronto que tarde), o mejor dicho, “le dimita”. Como ha pasado siempre. Los dirigentes políticos caen cuando los suyos les empujan. Mientras tanto siguen firmes, lo que obliga, en este caso, a extender el análisis y la petición de responsabilidades mucho más allá de la Comunidad Valenciana.
El pasado miércoles, tras comprobar de primera mano la dimensión de la tragedia y la profundidad del dolor de un pueblo representado en los familiares de los muertos en la dana, los máximos dirigentes del Partido Popular entendieron que la situación es insostenible. Ahora. Ha tenido que pasar un año y ver a pocos metros las caras de las víctimas, las caras del dolor.
Tras el funeral y el impacto mediático y emocional que supuso, se han ido acelerando los acontecimientos. Horas antes de escribir estas líneas, el periódico Levante revelaba que la mujer que comió con Mazón ese día, la señora Vilaplana, le mostró un vídeo de Utiel inundado, con el río Magro desbordado llevándose por delante todo a su paso. Eran las 17:40 h. Al parecer, la sobremesa continuó sin sobresaltos. ¿Cómo es posible que se haya tardado un año en conocer este dato? ¿Por qué sale ahora, justo después de ese homenaje, y no ha salido antes? ¿Quién tenía hace un año esa información y por qué decide contarla ahora?
Dimitirán a Mazón de la forma más favorable a sus intereses: pactando con Vox una nueva investidura o convocando elecciones
Todo se sabrá, pero una de las preguntas que ha ido creciendo durante este año parece que va a tener pronta respuesta: no era normal que un año después nadie que se hubiese cruzado con la pareja de comensales ese día _camareros, cocineros, guardaespaldas (condecorados recientemente), conductores, etc.–, permaneciera callado. Probablemente no lo había hecho, pero la información estaba a buen resguardo. ¿De quién? Es sencillo, de quienes manejan los resortes del poder. Ahora, cuando la situación ya se ha mostrado de la forma más obscena posible, absolutamente insoportable, quienes controlaban quién sabía qué, han decidido abrir las compuertas. Dimitirán a Mazón de la forma más favorable a sus intereses: pactando con Vox una nueva investidura o convocando elecciones, pero todo indica que se ha ordenado que comience la cuenta atrás.
Por muy denostados que estén y muy mala fama que les rodee, los partidos políticos siguen siendo poderosas criaturas que manejan los resortes del poder. Más allá de lo que digan sus estatutos, si un presidente o secretario general considera que alguien no debe permanecer en su cargo, tiene medios para hacerlo, contra lo que han sostenido voces conservadoras este año, que argumentaban que Feijóo deseaba que Mazón dejara de ser president pero no tenía cómo hacerlo. Que le pregunten a Francisco Camps o a Rita Barberá si cuando un presidente del Partido Popular quiere remover a alguien de su cargo puede hacerlo o no. Por lo que sea, Feijóo hasta ahora no ha querido. Si, queriendo, no ha podido de ninguna forma, la crisis es aún más grave, como he señalado alguna vez en esta columna. ¿Quién manda en el PP?
Cuando Mazón desaparezca del primer plano, muchos sentirán alivio, algo de justicia, aunque no se aproxime ni de lejos a la reparación. Entonces llegará el momento de preguntarse por qué no ocurrió antes, por qué los dirigentes populares desde Génova no le sentenciaron desde el primer momento en que tuvieron constancia de su negligencia mortal. 229 muertos. No sólo eso, sino que tras un primer distanciamiento, los días y semanas que siguieron a la dana, y transcurridos unos meses, Mazón era recibido entre aplausos por sus colegas del Partido Popular en el congreso que los conservadores celebraron en Madrid el pasado julio.
Ahora sí, parece que Mazón tiene los días contados y un nuevo momento político se abrirá en Valencia. Todos habrán de retratarse tarde o temprano: quienes han aguantado un año esta situación desde Génova, y quienes en la ultraderecha le han sostenido en el Gobierno y le han ido enredando como una pitón se enrosca al cuerpo y brazos de su víctima hasta conseguir tenerle a su merced.
Será el momento también de quienes tienen la oportunidad de mostrar que la política es otra cosa. La delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Pilar Bernabé, en el programa especial de Hoy por Hoy que la cadena SER emitió desde Valencia, lo dijo así de claro: “La política es empatía”. Y, en medio de la tragedia, una política se llevó un sonoro aplauso. En directo. Con familiares de las víctimas en las primeras filas y ochocientas personas llenando el auditorio. Para aquel público quedó claro, no todos los políticos son iguales. Porque no lo son.
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