El juez y el dinamitero

Los Abogados Cristianos quieren entrullar a Héctor de Miguel por decir, en un informativo de mentirijilla que hace en La Ser, que habría que volar el Valle de los Caídos. ¡Intolerable! Para reparar la afrenta, la comparsa de picapleitos más famosa de nuestro país le propuso el caso a un tal Carlos Valle, de profesión juez, que no se priva de una cruzada.

La última vez que saltaron los protectores del «sentimiento religioso», les confesé que me sentía estafado: menudo chasco pertenecer a una religión cuyo Dios se ofende como una marquesa decimonónica

Como en este país se respetan las tradiciones, alguien ha filtrado un fragmento del interrogatorio (los juzgados, tremendos coladores) y así sabemos que su señoría le preguntó al humorista qué le parecería si, en un programa similar al suyo, alguien hubiese propuesto dinamitar la plaza de Pedro Zerolo. La alternativa no hay por dónde cogerla sin ponerte perdido: ¿es el mausoleo de un dictador equiparable a la memoria de un luchador por los derechos humanos? ¿Las plazas de Chueca se hicieron con mano de obra esclava? ¿La homosexualidad es la contraparte del cristianismo? Si mi abuela tuviese ruedas ¿sería una bicicleta? ¡Cuántos interrogantes!

No sé si las dificilísimas oposiciones a la judicatura incluyen algún tema de hermenéutica o semiótica (disciplinas con nombres de señoras de pueblo), pero convendría precisar que los chistes son ficción, salvo que el humorista sea un poderoso hechicero, capaz de reventar edificios de granito con unas pocas palabras. También que, hasta donde sabemos, a De Miguel no lo han trincado comprándole petardos a ningún artificiero retirado, así que tampoco parece que vaya muy en serio. Tranquilos, cheerleaders de «la cruz más grande del mundo» (hay algo freudiano aquí, seguro): no se han encontrado indicios de demolición.

Abogados «cristianos», el nombre tiene gancho. Ya es mala suerte que la santa madre iglesia, tan rauda en defender sus lindes, no haya encontrado un minutito para desvincularse de estos cafres, aunque solo fuera para no dar la impresión de que los católicos (todos, toditos) están encantados con que el madero donde nos colgaron al redentor sirva de excusa para la búsqueda de dinero y poder de un atajo de fariseos. La última vez que saltaron los protectores del «sentimiento religioso», les confesé que me sentía estafado: menudo chasco pertenecer a una religión cuyo Dios se ofende como una marquesa decimonónica. —Su Altisimidad, han quitado el crucifijo ese de la montaña. —Gabriel, las sales.

Como sociedad, no es la primera vez que bailamos este tango y ya nos sabemos el final: a De Miguel (como le pasó a Krahe) lo procesarán y alguna instancia superior dirá que qué cojones hacemos perdiendo el tiempo con esto, sin que el menoscabo de la administración de justicia tenga consecuencias ni para los demandantes ni para el juececito. Y antes de que nos demos cuenta, ¡vuelta a empezar! De todos modos, a quién se le ocurre. ¿Os imagináis cuánta dinamita haría falta para reintegrar el pastiche horroroso de tito Paco en el Guadarrama? ¡Qué estruendo! Luego, nos quejamos de que Ayuso infarte a los patos del Manzanares con sus mascletás cañís. En fin, la hipocresía de la izquierda.

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