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Cinco reflexiones cruciales para la democracia a las que invita la carta de Sánchez (más allá del ruido)

Soluciones extrañas

Tremendo guirigay, camaradas: no hay quien se aclare. El finde nos aterrizó su emérita majestad. Gran conmoción en la Diputación de la Grandeza y en las peñas taurinas de albero y orín. No es fácil ser monárquico en los tiempos que corren. Don Felipe con cara de acelga y don Juan Carlos sonrisa de bribón. Buscando sensatez, miré en qué andaba el consejo privado de don Juan, pero parece que todos se han muerto, menos Anson. En fin, que los aspirantes al marquesado la tenían cruda: si elogiaban el regateo del jubilado, enfadaban al Borbón reinante. ¡Así no hay quien se gane el toisón!

Me puse la radio, a ver qué decían los locutores cabales. Una voz engolada afirmó: "no hay novedad en que el rey de España esté en España". ¡Vale! "Los críticos de su borbonitud son terroristas y separatistas". Caray. Tras varias tertulias y nosecuantas libaciones, por fin lo entendí: hacer una cosa bien hace mucho tiempo da licencia para cualquier villanía. Se lo voy a contar a mi abuelo, por si se le antoja robar un banco.

En la prensa se publicaban finísimas disociaciones entre rey y monarquía. ¿Creen ustedes que son la misma cosa? Ja, necedades republicanas. La monarquía es una institución que trae democracia y que es garante de la Constitución. El rey es un señor que lo hace casi todo bien, salvo alguna minucia que jamás podrá ensombrecer su enorme (enooooorme) talla histórica. "Los países más prósperos del mundo tienen monarquías parlamentarias", gritaba uno por el transistor. Claro, y árboles, tierra firme bajo sus pies y ciudadanos basados en una forma orgánica del carbono. Corren tiempos difíciles para el silogismo.

Su campechanidad regresó al adosado que tiene en esa tórrida satrapía a lomos de un ejemplar avión nigeriano. ¡Qué gran patriota!

Su campechanidad regresó al adosado que tiene en esa tórrida satrapía a lomos de un ejemplar avión nigeriano. ¡Qué gran patriota! A los pocos días, otro yanqui entró en una escuela con un rifle y acribilló a una decena de chavales. Al clinclín del teletipo, los liberales más avezados tomaron posiciones: no se ha demostrado la relación entre los tiroteos y que se puedan comprar armas en el pasillo de las verduras. "Es un sofisma bolchevique", decían. "Asquerosa propaganda soviética".

Le quitas la legitimidad al Estado para regular la convivencia del personal y se te queda una zapatiesta preciosa. "La solución es armar a los profesores". Finísima iniciativa, senador. De paso, podría crear un batallón de simios con ametralladoras; seguro que eso no trae más que alegrías. Al final de la jornada abrieron la nevera y sacaron a Biden. "Alguien debería plantar cara a las empresas armamentísticas. Si fuese presidente…", balbuceaba mientras un enfermero le recordaba la toma del sintrom.

Entre un follón y otro, los matinales de nuestra televisión entrevistaban sin cesar a jefecillos que se quejaban de no encontrar empleados para sus negocios. "Pagar más es una opción simplista", sentenciaba la patronal. Una jacarandosa consigna recorre España: los jóvenes son unos flojos, no quieren trabajar doce horas seis días a la semana por cuatrocientos euros. La famosa generación de cristal, ya saben.

Cáspita. Los empresarios no se cansan de crear empleo y riqueza, pero los dejas solos diez minutos y se te echan a llorar. Creo que, con todo lo que les debemos, tendríamos que echarles un cable. Espero que, con carácter de urgencia, alguien proponga en el parlamento la reinstauración de la esclavitud en el rubro de la hostelería. Eso, o colgar por los tobillos a toda esa panda de hijosdeputa explotadores. Lo uno o lo otro, qué se yo. Pero no podemos quedarnos sin bares donde tomarnos una cañita sin encontrarnos con la ex. Eso sería el fin de la libertad y el fracaso de la civilización.

Qué vergüenza a los ojos de la Historia.

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