Buzón de Voz

Agosto mejor que septiembre

Que nadie engañe ni se engañe: el artículo 99 de la Constitución no obliga a esperar hasta el 23 de septiembre para intentar la formación de un Gobierno de progreso. El punto cuarto del citado artículo establece que, tras el fracaso de la investidura en segunda votación, “… se tramitarán sucesivas propuestas en la forma prevista en los apartados anteriores” (ver aquí). La cuestión no es si esto tiene o no tiene arreglo, sino si se quiere o no arreglar, si la desconfianza absoluta entre PSOE y Unidas Podemos es o no superable. La peor de las tentaciones de la izquierda siempre ha sido la melancolía. En estos momentos, sobran motivos para llamar a la reflexión en las filas progresistas, porque sus propios dirigentes han aportado en las últimas horas suficientes argumentos y propuestas para lograr que nadie, más allá de las militancias más activas y devotas, entienda una repetición electoral de altísimo riesgo. Las derechas salivan ante el espectáculo de PSOE y Unidas Podemos dedicados en las próximas semanas o meses a descuartizarse vía medios y redes sociales en la batalla por el relato sobre quién es el culpable máximo del fracaso.

Si quedan restos de inteligencia política y de responsabilidad ante la mayoría del electorado que se movilizó el 28 de abril, es hora de demostrarlo. Las heridas son profundas, sí, pero también lo son las bases para un acuerdo perfectamente posible:

1.- Es Pedro Sánchez quien está obligado a retomar la iniciativa. No es el único responsable de la falta de acuerdo con Pablo Iglesias, pero sí de no haber logrado sumar a su favor más votos que el del Partido Regionalista Cántabro. Encabeza la lista más votada, pero no puede actuar como si tuviera mayoría absoluta o como si los demás grupos estuvieran obligados a ponerle una alfombra roja para gobernar los próximos cuatro años.

2.- Todas aquellas formaciones de las que depende la suma de una mayoría para un gobierno de progreso han manifestado con su abstención y con sus declaraciones públicas su disposición a apoyar un acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos que evite la repetición de elecciones.

3.- Esos mismos grupos, y muy especialmente el PNV y ERC han advertido algo obvio: en septiembre la situación política será aún más compleja que hoy, por la sentencia pendiente sobre el procés, por la Diada que cada 11 de ese mes congrega a centenares de miles de independentistas catalanes en las calles y porque, en estos tiempos veloces en los que cada acontecimiento inesperado o provocado fagocita al anterior, cualquier estrategia a medio plazo puede quedar liquidada en dos semanas.

4.- Es hora de asumir que la estrategia seguida en la negociación entre PSOE y Unidas Podemos ha sido un absoluto desastre. Que cada palo aguante su vela. No hay precedente (que sepamos) de Gobierno de coalición en Europa para el que no se empezara por negociar un programa de contenidos, antes de acordar la estructura del Ejecutivo y los nombres de sus ministros o ministras. La clave para superar desconfianzas es precisamente un pacto muy detallado de objetivos, responsabilidades compartidas, áreas de desacuerdo y comisiones de vigilancia del cumplimiento de todos los compromisos.

5.- Un Gobierno de coalición es un órgano colegiado con un jefe o jefa a la cabeza. Aquí y en cualquier democracia. Ni vetos ni imposiciones, efectivamente. Pero el reparto de competencias no puede convertirse en gobiernos o minigobiernos paralelos. No hace falta ser administrador civil del Estado para saberlo. Lo que hay que concretar son las tareas de cada cual, asumiendo todas las partes que hay una dirección única. Si alguien incumple, el presidente del Gobierno tiene la potestad de cambiar a sus ministros, del mismo modo que el partido coaligado tiene la libertad de marcharse.

6.- La cruda realidad es que no ha habido una verdadera negociación para una coalición hasta el pasado domingo, dos días después de que Pablo Iglesias renunciara a exigir su presencia en el Consejo de Ministros. De los 80 días transcurridos desde el 28 de abril, no más de cuatro se han dedicado a analizar de verdad propuestas y contrapropuestas de contenidos y responsabilidades. Que en medio de ese corto plazo se produjera la primera sesión de investidura no ha ayudado en nada. El discurso de Sánchez del pasado lunes pudo ser escrito antes de conocer el paso a un lado de Iglesias sin cambiar una coma hasta los últimos párrafos, que incluían una referencia a su “socio preferente” que lo colocaba prácticamente al mismo nivel de relación que a los grupos de la derecha. El debate entre Iglesias y Sánchez fue un desnudo en tiempo real del fracaso negociador, y el tono oral y gestual más propio de adversarios irreconciliables que de socios dispuestos a gobernar juntos.

7.- Los documentos con las propuestas últimas de PSOE y Unidas Podemos, más allá del juego sucio de filtraciones desplegado desde Ferraz la víspera de la segunda votación, indican que las dos partes han hecho cesiones sucesivas relevantes. No sólo la que personalmente hizo Iglesias, o la de Sánchez en su disposición a negociar la coalición, sino también las que fueron conduciendo después a una discrepancia concreta en uno o dos ministerios (según se mire: comparar los documentos respectivos aquí). Desde la misma tribuna, este jueves, Iglesias lanzó una nueva y sorprendente propuesta (ver aquí): renunciar a la cartera de Trabajo a cambio de que se cedieran a Unidas Podemos las competencias en “políticas activas de empleo”, que están transferidas a las comunidades autónomas aunque hay aspectos (incluido un presupuesto de 5.700 millones de euros) compartidos por el Servicio Público de Empleo. Apenas ha llamado la atención algo a mi juicio muy relevante en la última intervención de Iglesias: ya no exigía la derogación de la reforma laboral sino de “los aspectos más lesivos de la reforma laboral”, utilizando exactamente los mismos términos que el programa del PSOE (algo que no habrá gustado nada a los sindicatos).

8.- ¿En serio se pretende convencer al electorado progresista de que no es posible un acuerdo desde esas últimas propuestas conocidas? ¿Se trata del fuero o del huevo? ¿No ha habido un exceso de testosterona en todo este proceso que tiene su origen en la durísima competencia electoral del ciclo 2015-2016? Lo que aparentemente hace muy difícil restaurar la confianza (si es que alguna vez la hubo) es más el lenguaje y los gestos intercambiados estos días que la literalidad de los programas respectivos. No hay motivo de peso para que el proyecto de Presupuestos de 2019 pactado entre ambas fuerzas y respaldado por el PNV no haya servido de base para un proyecto de gobierno común.

“La coalición es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos”, sostenía Guy Mollet, primer ministro socialista francés en los años cincuenta del siglo pasado. Convendría a los respectivos equipos negociadores tomarse unos días para lamerse las heridas y quizás para ilustrarse con un poco de tranquilidad sobre los sacrificios y exigencias de una coalición. Pero disculpen la insistencia, porque no es la primera vez que lo escribo: siéntense y paren los relojes. Aparquen los móviles, las filtraciones y los desahogos en redes sociales. Sepan que los datos que nos llegan sobre últimas encuestas no vaticinan premios en noviembre para nadie, salvo quizás para el PP. Si algo ha demostrado este pleno de investidura es que Pablo Casado disfruta viendo a la izquierda pelearse y a Rivera echado al monte y clamando: “el plan Sánchez y su banda”, “la banda de Sánchez y el botín”…

Si Pedro Sánchez insiste en poner el foco en la presunta responsabilidad de las derechas para que faciliten su investidura en septiembre terminará caricaturizado como Rivera, ajeno a lo que resulta un clamor entre la ciudadanía. No espere a septiembre. Inténtelo ya y aborde los problemas urgentes de la ciudadanía. De lo contrario, correrá el riesgo de pasar a la historia política española como el único presidente que ganó una moción de censura y como el presidente que más tiempo se mantuvo en funciones, pero no como el impulsor de esa “segunda transformación que este país necesita”, como muy acertadamente proclamó en su discurso de investidura (fallida).

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