Algunos queremos más que otros a Carlos

No tengo los problemas con la digitalización de Carlos San Juan y tantos otros millones de compatriotas de mi generación y las anteriores. Por razones profesionales, trabajo con ordenadores desde los años 1980 y con internet desde la década siguiente. Pero tengo que decir, sin embargo, que cada vez que entro en mi cuenta bancaria a través de la app de mi móvil o el navegador de mi portátil, lo hago con recelo y hasta temor. Temo que me hayan cobrado tal o cuál comisión inesperada. Temo que mis ahorros –básicamente un plan de pensiones— valgan menos que en la visita anterior. Temo que, a la chita callando, el banco no solo no me retribuya por tener depositado allí mi dinero, sino que siga chupándomelo poco a poco, cual un vampiro voraz y silencioso.

Estoy seguro de que cualquier encuesta confirmaría que una inmensa mayoría de los españoles simpatizamos con la causa de Carlos San Juan, el jubilado que, bajo el lema Soy mayor, no idiota, entregó el martes en Madrid las más de 600.000 firmas que ha recogido para solicitar que las entidades bancarias cesen en su maltrato a los veteranos. Maltrato al obligarles a trabajar con instrumentos y medios digitales que les causan un gran estrés. Maltrato al ir cerrando sus sucursales y reduciendo el personal de las supervivientes, con lo que ello implica de paulatina desaparición de la atención presencial.  Maltrato al endosarles productos financieros de rentabilidad nula o negativa, que van mermando los ahorrillos de décadas de trabajo.

Todos queremos a Carlos, pero unos lo queremos más y otros lo quieren menos. O mejor dicho, unos lo queremos por considerar muy justa su cruzada contra el principal poder fáctico en nuestro país y todo el mundo, y otros lo quieren tan solo para hacerse una photo oportunity, esa imagen planeada que buscan los políticos para salir en los medios y mejorar su popularidad. Me malicio que a este segundo grupo pertenece la vicepresidenta Nadia Calviño, que el martes protagonizó una charlotada al hacer como que coincidía por casualidad con Carlos San Juan en la entrada de su ministerio, y acercarse a darle unas paternalistas palmaditas. Todo, claro, registrado por una multitud de fotógrafos y cámaras de televisión.

Menciono a Calviño porque si en el actual Gobierno hay una persona próxima a los bancos, las instituciones financieras y las grandes empresas, esa es, precisamente, ella. Y jamás le he visto la menor voluntad de regular sus excesos, hacer que paguen más impuestos, conseguir que ofrezcan sus pisos a alquileres razonables y cosas así.

Nuestra democracia –y sí, también muchas de las demás– tiene demasiados políticos y partidos corruptos, demasiados jueces indecentes, demasiados policías de mano muy larga, demasiadas empresas de servicios mediocres y carísimos,  demasiados periodistas adictos a la propaganda partidista. Pero, por encima de todos ellos, ejerciendo el verdadero poder, están los bancos.

Antes había, al menos, cierta competencia entre ellos; ahora, tras tantas fusiones y absorciones, apenas quedan unos pocos. De seguir así, convergerán en ese Gran Hermano de un chiste que ha circulado en redes sociales a raíz de la campaña de Carlos San Juan. En él se nos cuenta que estamos en el año 2035 y se ve a una señora ante un joven parapetado tras una mampara. El joven dice: “Primero fusionaron todos los bancos en uno, después todas las sucursales en una, y, al final, todos los empleados en uno, que soy yo”. La señora le pregunta: “¿Y cuál es tu trabajo?” Él responde: “Encender el cajero”. Y señala la máquina que tiene al lado.

Ya no hay modo de cobrar tu sueldo o pensión y pagar tus recibos e impuestos sin tener una cuenta bancaria. Los bancos guardan nuestro dinero, lo mueven a su conveniencia y, no pocos, tienen además la cara dura de cobrarnos por ello con las comisiones de mantenimiento. Atrás quedaron los tiempos en que podías esperar una modesta retribución por tus depósitos bancarios; ahora, dados los bajos tipos de interés del siglo XXI, nos dicen que podemos darnos con un canto en los dientes si el interés de tales depósitos es cero; aunque, por cierto, ellos jamás aplican tal criterio al dinero que prestan. ¿Y qué decir de los planes de pensiones o fondos de inversión que proponen al común de los mortales? Compuestos por la basurilla financiera que no quieren los que de veras tienen pasta, su rentabilidad suele ser nula o negativa. Casi siempre has perdido parte de lo invertido cuando vas a recuperarlos.

Atrás quedaron los tiempos en que podías esperar una modesta retribución por tus depósitos bancarios; ahora, dados los bajos tipos de interés del siglo XXI, nos dicen que podemos darnos con un canto en los dientes si el interés de tales depósitos es cero

La febril codicia de los bancos nos obligó a rescatarlos con el dinero de nuestros impuestos en la crisis de 2008. A ellos fueron a parar, en vez de a sanidad, educación o pensiones, decenas de miles de millones de euros de los contribuyentes españoles, y allí siguen yendo. Se nos dijo que tal trato privilegiado obedecía a que son un servicio público esencial, cuya quiebra hay que evitar. ¿Servicio público? Aprovechando que el Pisuerga de la modernidad pasa por el Valladolid de la tecnología, los bancos no tardaron en descubrir otro modo de ganar dinero con nuestro dinero: que tengamos que usar nuestro móvil, iPad o portátil, nuestra electricidad y nuestro wifi para operar. Ellos, entretanto, siguieron cerrando sucursales y despidiendo a trabajadores. Cada vez ponen menos y ganan más.

Ojalá la lucha de Carlos San Juan consiga, al menos, un poco más de humanidad en el trato a los mayores no digitalizados. Aunque soy escéptico: los bancos se limitaran a adoptar  medidas cosméticas, si es que llegan a hacerlo. La máquina de ganar cada vez más dinero con nuestro dinero no puede desacelerarse por la protesta de unos yayoflautas. En cuanto al banco sarcásticamente llamado de España, no está para nada de eso, está para exigir bajadas de los salarios y las indemnizaciones por despido, o sea, para lo que quieran los amos.

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