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Desde la casa roja

La violencia de América Latina la están contando las mujeres

Aroa Moreno Durán nueva

Desde ya algunos años, América Latina nos envía proyectiles que nos dejan devastados, pero muy felices como lectores. Me resisto a llamarlo el último boom, o el nuevo-nuevo boom, porque pudiera parecer que replicaran algo y que nada resistirá después del estallido o que este brutal coro de voces estuviera dirigido de alguna manera. Se sitúan estos impactantes libros escritos por mujeres entre dos coordenadas: la violencia y el territorio. Parece como si por aquella sucesión de nombres y apellidos que relató Roberto Bolaño en La parte de los crímenes de 2666, se hubieran levantado, una a una, voces dispuestas a tomar sus propias palabras para armar una geografía de mujeres que ponen más que una chincheta en el corcho, que no son únicamente nombradas y que trascienden los datos de la nota roja dándole cuerpo.

Libros que hablan de la violencia contra la mujer y los menores, de la tensión endémica que asola los países, de la corrupción y la inseguridad, de la marginación y el clasismo o de la perversidad latente que anida en algunas relaciones. De estas mujeres que están escribiendo me rodeo para mi 8 de marzo:

Hace ya cuatro años que me regalaron un libro de una autora veracruzana con la excusa de que yo había vivido en ese rincón de México. Entonces, no la conocía. Veracruz es uno de los territorios más peligrosos del mundo para los periodistas, uno de los más vapuleados por el narcotráfico. También es un vergel extendido junto a la costa del Golfo de México. Precisamente, en una nota de sucesos de un periódico local, Fernanda Melchor encontró la chispa que prendería su novela Temporada de huracanes (Literatura Random House, 2017). Una bruja había sido asesinada por sus amantes. En esa tierra de son, volcán y violencia transcurre uno de los libros más importantes de los últimos años. Ahora, acaba de publicar Paradáis, donde vuelve a llevar el infierno hasta un lugar idílico. ¿Llevar?, la violencia está ahí, Melchor solo la alumbra con un lenguaje brutal.

Las malas, de Camila Sosa Villada (Tusquets, 2020). Este libro ganó el premio Sor Juana de la Feria del Libro de Guadalajara el año pasado, uno de los reconocimientos más importantes al trabajo literario de las mujeres que escriben en español. ¿Por qué? Porque es un libro bello, rudo y complejo, escrito sobre un mundo de sordidez. Porque señala la situación de un grupo de mujeres travestis en Buenos Aires y la espiral de dolor que absorbía sus vidas. En un emocionante discurso de aceptación del premio por videoconferencia, Sosa agradeció al jurado no haberse detenido en “el misterio de su identidad” y haber premiado a una autora trans: “Hoy el mundo es un poco más justo y, por lo tanto, más bello”. La literatura y emoción de Sosa ayudan en la resolución de los debates que hoy nos rodean.

Por qué volvías cada verano (Las afueras, 2020), de la argentina Belén López Peiró. La autora narra, en una polifonía familiar y judicial, los abusos reiterados que sufrió durante una época por parte de un familiar. Aleja el foco para que el lector concluya la crudeza de la historia. Supongo que, también, para conseguir hablar. Un libro biográfico, una narración privada que se diluye en las cifras del abuso de menores: una de cada cinco niñas sufre abuso antes de los dieciocho años, según UNICEF. En Argentina, según las estadísticas oficiales, ocho de cada diez abusadores forman parte del entorno familiar del menor.

Laura Restrepo, en Los divinos (Alfaguara, 2018), toma la voz de Bogotá a través del lenguaje y de los estratos de la ciudad y cuenta el delito que comete un hombre de clase alta, que forma parte de una cuadrilla perversa. La novela está basada en un caso que conmocionó a Colombia en 2016. Yuliana Samboní fue secuestrada, violada, torturada y asesinada por el arquitecto Rafael Uribe, de 38 años. La sociedad colombiana se movilizó y logró que se celebrara uno de los juicios más rápidos de la historia de Colombia, «un país marcado por la sinrazón y la violencia», dice Restrepo. Uribe fue condenado a 58 años de prisión.

No se me olvida la mañana que desayuné –malestar, conmoción y asombro– leyendo Pelea de gallos (Páginas de espuma, 2018), de María Fernanda Ampuero. Nunca había leído cuentos así. Un hilo violento y lacerante hilvanaba todos los relatos del libro de esta autora ecuatoriana. A Ampuero no le interesa la comodidad, no trabaja por la belleza aunque resulte también hermoso leerla. La escritura de Ampuero es dura, visceral, tremenda y oscura. Sacrificios humanos es su segundo libro de relatos, y debe estar aterrizando en estos días en las librerías.

Mi primavera literaria

Mi primavera literaria

Dice Pilar Quintana que escribió La perra (Literatura Random House, 2017) en su celular, en las horas que le dejaba su hijo cuando se dormía después de amamantarlo. La experimentación de aquel deseo de ser madre fue crucial para que escribiera la novela. Lo que cuenta en ese libro es lo que una mujer hace para la consecución de ese anhelo cuando no puede tener hijos, y es tener una perra. ¿Cómo es la relación entre una mujer que siente la frustración de no haber conseguido ser madre y el animal que viene a sustituir esos cuidados? Quintana narra la Colombia del Pacífico, un territorio olvidado al otro lado de una cordillera, y hace un retrato terrible de la pobreza y de la violencia posible del lugar. El libro lo atraviesa una pregunta: ¿puede una persona buena cometer un acto terrible? Acaba de ganar el Premio Alfaguara con Los abismos.

Selva Almada con su trilogía de varones, la oscuridad de los mundos de Mariana Enríquez; Nona Fernández con el análisis de las violencias del pasado fundidas con lo íntimo, o Valeria Luiselli con su trabajo fronterizo, son otras de las escritoras que están narrando esa América viva y real a través de la literatura. Me pregunto si a este lado del océano, unidos tradicionalmente y por una lengua común que, al fin y al cabo, es la forma de traducirnos en palabras, estaremos siendo capaces de dibujar los contornos de esta época que transitamos con tanta potencia como ellas.

¿Es esa violencia que cuentan las mujeres latinoamericanas universal y por eso también la asumimos como nuestra?

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