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Ilusión con aval del Estado

Cuestionar el gran sorteo de Navidad de la Lotería Nacional, verdadero inicio de las fiestas y rito y liturgia imprescindible en la vida española, es indisponerse con la mayoría de la población, que participa del evento cada año comprando uno o varios números y compartiendo la suerte con los amigos. 

Sin ánimo de amargar las fiestas a nadie, y felicitando a los premiados en el sorteo de este jueves, digo sin embargo que a mí me parece un disparate que un Estado patrocine juegos de azar y los fomente sin el más mínimo disimulo. El sorteo de la Navidad en concreto, que lleva celebrándose dos siglos como vía de recaudación, es un buen “negocio” para el Estado. Este año se han vendido 3.600 millones de euros y se repartirán unos 2.500. Restando los gastos de organización, publicitarios y de distribución, y añadiendo los ingresos fiscales de unos 160 millones que también se obtienen por los impuestos sobre los premios, el Ministerio de Hacienda ingresa un buen pellizco. Será siempre una parte menor del total de 9.400 millones que la sociedad estatal ingresó en 2021, con la venta de sus quinielas, sus bonolotos y demás.

El sorteo de Navidad se convierte así en el elemento más blanco e ingenuo de un problema real de la sociedad española, que es la confianza que muchos de los ciudadanos ponen en el azar para resolver sus problemas económicos

Claro está que los millones que el Estado no ingrese por la vía del juego los tendrá que recaudar de otro modo quizá más penoso para el contribuyente, pero no deja de ser paradójico que un país que se precia de decente fomente entre los ciudadanos la práctica del juego y que lo haga con la pretendida justificación de fomentar “la ilusión” compartida.

El sorteo de Navidad se convierte así en el elemento más blanco e ingenuo de un problema real de la sociedad española, que es la confianza que muchos de los ciudadanos ponen en el azar para resolver sus problemas económicos. Codere, la gran corporación privada de origen español dedicada a los juegos de azar y las apuestas, que quebró en 2021 y que pasó su sede a Luxemburgo, llevaba años tratando de blanquear su oscuro objeto de negocio a través de su propia fundación, hablando del “juego problemático”, eufemismo de “ludopatía”, y señalando que si el 85 por ciento de los españoles juegan alguna vez a lo largo del año, menos de un uno por ciento de los jugadores lo hacen de manera compulsiva. Las cifras con seguridad son mucho mayores.

Se recordará que el ministro Alberto Garzón prometió iniciar una cruzada contra las casas de apuestas y con la enorme profusión de los juegos en línea. Si emprendió tal tarea no lo parece, porque especialmente en los barrios más pobres de las grandes ciudades hay cientos de locales sórdidos en los que la gente se deja su poco dinero en máquinas y apuestas. 

No adquiere la misma estética un bingo o un garito de tragaperras que la cantinela de los niños de San Ildefonso cada 22 de diciembre, por supuesto, pero a mí me sorprende la frivolidad con que todo el país se suma al ritual del juego y la suerte en las vísperas de la Navidad. Llámenme cenizo, pero el espectáculo de la Lotería, elevado a acontecimiento nacional, me produce cierta vergüenza.

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