Desde la tramoya

¡Uy, ha dicho caca!

Tú pones caca, culo, pedo o pis en un titular, y despiertas la atención del lector. Luego lo que digas puede parecer una tontería y quizá la lectura se detenga ahí, pero el improperio, lo escatológico y la excentricidad, al menos, llaman a la curiosidad.

El presidente del Eurogrupo, un señor desconocido para el español medio, ha dicho, según nos lo hemos tomado los ofendidos españoles a partir de titulares de prensa, que los europeos del Sur nos gastamos el dinero en mujeres y licor. En realidad, sus palabras literales fueron las siguientes:

"El pacto dentro de la zona Euro se basa en la confianza. En la crisis del euro, los países del euro del Norte han mostrado su solidaridad con los países en crisis. Como socialdemócrata considero la solidaridad extremadamente importante. Pero quien la exige también tiene obligaciones. No puedo gastarme todo mi dinero en licor y mujeres y a continuación pedir ayuda. Este principio se aplica a nivel personal, local, nacional e incluso a nivel europeo".

Nos pongamos como nos pongamos, lo cierto es que en esa conversación, que es una entrevista escrita en un diario alemán, Jeroen Dijsselbloem utiliza una metáfora machista para referirse al muy serio asunto de las rivalidades entre el Norte (arquetípicamente laborioso y austero) y el Sur (fiestero y dispendioso en el imaginario). Lo que ha hecho el holandés es muy torpe, sobre todo cuando existe en todo el mundo desarrollado la muy conveniente posibilidad de revisar tus entrevistas escritas en prensa, antes de su publicación, cuando éstas han sido editadas. Es sorprendente que un profesional de la política se despiste con cosas así y haya generado tan enorme polémica con su opinión. Si hubiera dicho “los países del Sur deben gastar el dinero procedente de la solidaridad del Norte con más frugalidad”, sus palabras habrían pasado desapercibidas.

Si a Dijsselbloem se le calentó la boca sin querer, parece evidente que a Pablo Iglesias se le calentó el teclado del ordenador de manera plenamente intencionada. En la sesión de control del miércoles, le dijo al presidente del Gobierno lo siguiente, leyendo de su papel:

“Tiene usted varias opciones: me importa un comino el informe de los letrados; me importa un pimiento; me importa un huevo; me importa un rábano o me importa un pepino. Incluso tiene usted otras fórmulas más directas: Me la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la refanfinfla. Incluso he encontrado una —si los señores de la bancada del Partido Popular, que acaban de insultar a un compañero mío, me permiten terminar— que creo que se adapta perfectamente a su estilo: Me la bufa. A usted el informe de los letrados se la bufa”.

Secuestrar titulares, o la estrategia del caos

Igual que me parece muy exagerado escandalizarse por la tonta metáfora del señor holandés, también me parece una exageración hacerse el ofendido por las groserías de Iglesias. Unas y otras expresiones no cambian nada del sentido de lo que los oradores quieren decir. En el primer caso, que los del Sur hemos malgastado el dinero europeo. En el segundo, que el presidente del Gobierno está vetando gastos aprobados por las Cortes. Que al defender sus argumentos usen el caca-culo-pedo-pis es una pequeña gamberrada sin más.

Lo que sí me parece relevante es ese fenómeno general que describe el veterano periodista inglés Mark Thomson, en un magnífico libro sobre retórica política contemporánea, titulado Sin palabras: ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política? Se explica allí como los tiempos de los medios de masas, y más aún los tiempos de Internet, priman la frasecita ingeniosa, el chascarrillo corto, la declaración escandalosa… Y cómo el público de hoy sobrevalora a aquellos que, aparentemente, dicen las cosas como las sienten; que no se callan, que hablan claro. Es en realidad una trampa. Los asuntos complejos requieren tiempo y espacio. No caben en un tuit, ni en los diez segundos de un total de televisión. Ni en un vídeo de un minuto en YouTube. Sin embargo, pocos son los que parecen tener tiempo que dedicarle a las marañas de las cosas públicas. Si ponemos en la coctelera la prisa, la sobreabundancia de información, la rapidez de su difusión, la indignación de la gente y las facilidades técnicas de Internet, el resultado bien puede ser esa vulgarización del debate público que detecta y describe Thomson.

Y bien puede ser que, en efecto, en el ecosistema político ganen no quienes tienen más pericia ni más inteligencia ni más experiencia, sino quienes son más habilidosos simplificando, resumiendo o exagerando. Insultando o gritando o haciendo aspavientos. Al recoger la frase literal de Pablo Iglesias en el diario de sesiones del Pleno del miércoles, he aprovechado para mirar de qué cosas y en qué tono se habló esa mañana en el hemiciclo: se discutió, y en muchos casos con sustancia, sobre el desarme de ETA, sobre el Corredor Mediterráneo, sobre siniestralidad en carreteras, sobre refugiados, patentes y privatización de agua, sobre educación pública… Hubo, como cada miércoles, rifirrafes cada cierto tiempo, tensión en el debate y, por supuesto, posiciones encontradas. Pero desde luego la discusión fue mucho más elevada de lo que los informativos del día mostraban en la televisión.

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