La portada de mañana
Ver
Cinco reflexiones cruciales para la democracia a las que invita la carta de Sánchez (más allá del ruido)

NOCHEVIEJA DESDE LA REDACCIÓN

¿Qué lees, bobo?

Leo Messi ya no es solo el mejor goleador vivo de la historia. También es el mayor divulgador del gótico tardío. Su exabrupto “¿Qué mirás, bobo?”, dirigido a un jugador holandés en un partido en el Mundial, no solo ha sido el combustible inagotable para memes, la perfecta leyenda de camisetas y tazas de desayuno o la frase de moda en los estudios de tatuaje de todo el planeta. También ha sido el mejor publirreportaje en la historia de los 1.500 años del monasterio de Samos, enclavado en uno de esos espectaculares paisajes del interior de Lugo. En uno de los medallones de las bóvedas de uno de sus dos claustros, se puede leer desde hace 500 años el mensajito del astro argentino. El letrero iba dirigido a los monjes distraídos que, en vez de caminar ensimismados en sus rezos con la mirada pegada al suelo, levantaban la cabeza para recrearse en el gótico que les sobrevolaba. Es entonces cuando se topaban con el “Qué miras, bobo”, en mayúsculas y sin tilde porteña. Otros sostienen que el medallón es una broma de un cantero que se sumó a la larga tradición de picapedreros gamberros que dejaban esculpidos sus chistes en lugares inaccesibles.

Seis mil de navarros desfilaron este jueves ante la Mano de Irulegi, una minúscula pieza de bronce que se ha convertido en el nuevo fetiche de los vascos. Descubierta en un yacimiento arqueológico a diez kilómetros de a Pamplona, el objeto pudo estar colgado hace 2.100 años de la puerta de una casa como señal de bienvenida. Su valor no es su edad sino los 40 signos ortográficos que lleva impresos y en los que los investigadores creen haber identificado un vocablo, sorioneku, que podríamos traducir como afortunado o quizás como la expresión de un deseo de suerte. Sería el primer registro escrito en lengua vascónica, la precuela del euskera, y además escrito, y aquí viene la sorpresa, en un alfabeto propio de los vascones. La mano ya está disponible en colgantes, camisetas e imanes de nevera. Obviaremos el debate abierto por los aguafiestas de turno. Que si el hallazgo se utiliza políticamente, qué no es euskera ni nada parecido, que en realidad es un objeto celtibérico o que hay muchas más manitas por ahí que no salen en el telediario. Qué más da, lo importante es el mensajito que nos llega de los turbulentos tiempos de la Hispania romana del siglo I a. C: buen rollo, mucha suerte, que os vaya bien amigos. 

Solo un deseo para 2023. Que se me aparezca de vez en cuando en la pantalla del móvil un mensajito tipo “Qué lees, bobo” cada vez que repaso lo que publican cada día los medios o buceo en las redes sociales. Sorioneku. Buena suerte

Baba Vanga ha desplazado al entrañable Nostradamus cada vez que comienza un nuevo año. Las predicciones del astrólogo francés son spoilers de las películas navideñas de Netflix comparadas con las calamidades que anuncia esta vidente búlgara a la que el mismísimo Brézhnev pedía consejo en pleno esplendor soviético. Enterrada la utopía estalinista, está virgen de Fátima del Este nos dejó a su muerte un apretado calendario de desastres hasta 5079, año del Apocalipsis. Para este 2023 incluye todo tipo de penalidades, incluido un cambio de órbita de la Tierra. Y debe de haber acertado por el ruido que se adivina. Hablo, claro está, de la guerra Preysler-Vargas Llosa.

Ella se ha atrincherado en las páginas grapadas del Hola, su verdadero hogar, y él en las cinco columnas de El País, el estrado de papel desde el que da instrucciones a la derecha mundial. Isabel anunció desde su revista que rompía con Mario porque el premio nobel le montaba, a sus 86 años, escenitas de “celos infundados”. La respuesta del novelista ha sido terrible. Una espléndida crónica de Martín Bianchi en el diario ha reproducido extractos de un cuento del escritor publicado hace dos años, y del que nadie tenía noticia, que es un mensajito en toda regla. El protagonista es un señor mayor que se arrepiente de haber dejado a su esposa por otra mujer. “Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí”, dice de su fracasada aventura. Aún no hay sudaderas ni pins rotulados con las palabras del autor de La fiesta del Chivo. Pero todo se andará, créanme. Y ahora disfruten del 2023. Solo un deseo. Que se me aparezca de vez en cuando en la pantalla del móvil un mensajito tipo “Qué lees, bobo” cada vez que repaso lo que publican los medios o buceo en las redes sociales. Sorioneku. Buena suerte.

Más sobre este tema
stats