VERSO LIBRE

Ganemos la ciudad

Nuestra política parece una parodia de la política. Nuestros políticos parecen una parodia de lo que debe ser un político. Nosotros empezamos a ser una parodia de nosotros mismos. Enciendo la televisión, oigo la radio, leo los periódicos, y tengo miedo que todas las cosas de España estén hechas con cartón pintado, que todo sea un escenario de quita y pon.

Más que teatro o representación pública, esto parece reteatro, una teatralización del teatro, un esperpento, una astracanada. ¡Pero cuidado! La cuestión es que no es lo mismo un esperpento que una astracanada. Aunque se trata de dos verdaderas obras maestras, hay diferencias importantes entre Luces de bohemia de Valle-Inclán y La venganza de don Mendo de Muñoz Seca.

Es verdad que en las dos obras juega un papel decisivo la parodia. La literatura, ya se sabe, es hija de su tiempo. En las dos primeras décadas del siglo XX era ya muy difícil tomarse en serio los comportamientos políticos de la Restauración borbónica. Sometida a los intereses de sus caciques, la España oficial se había alejado tanto de la España real que el poder parecía una parodia de sí mismo. La moral y las palabras de la esfera pública resultaban ajenas a la vida cotidiana, no respondían a la experiencia común de la gente.

Palabras como España, honor, rey, gobierno y política empezaron a tener un inevitable aire de chiste. Así surgió la genialidad de don Mendo, convertida la honra de nuestro teatro clásico y el dolor de las tragedias románticas en una continua carcajada. Las palabras se cachondearon de sí mismas, los versos se partieron de risa entre nobles cornudos y grandes damas más tornadizas que las gallinas. La solemnidad se aplicó a la descripción de la vulgaridad para destacar la distancia existente entre la realidad y su representación.

Así surgió también la genialidad de Max Estrella, su paseo por Madrid, la deformación sistemática de la existencia en los espejos cóncavos del callejón del Gato. Como la vida oficial era una gran deformación de la realidad, el esperpento quiso exagerar de un modo guiñolesco la realidad en la idea de que deformando lo ya deformado por el poder se podía dar una visión objetiva de las cosas.

Veo al presidente Rajoy, oigo sus declaraciones y me acuerdo de las distancias existentes entre la realidad cotidiana y la España oficial de la Restauración. Veo a la familia Pujol, el inmenso escándalo de la herencia del padre, la hermana que no sabe nada, Felipe González que lo defiende, y siento que asisto a una teatralización del teatro, a una parodia de la representación política.

Pero cuidado porque hay en juego cosas muy importantes y no son lo mismo la carcajada que te cierra los ojos y el humor que te ayuda a entender la realidad y te empuja a la disidencia ética. La venganza de don Mendo, sin duda una obra maestra, es una carcajada perpetua, la risa que necesita la oligarquía para pasar el rato –o el trago– sin que nada cambie. Luces de bohemia rompe las dimensiones del teatro y de la teatralización del teatro, sale a la calle, toma la ciudad, la convierte en un escenario implacable para iluminar las mentiras del ministro, del poeta, del amigo, del periodista, del policía, de la puta y de cualquier personaje que se atreva a pasar por el argumento y a participar en la farsa.

Las máscaras

En esta España de carcajada y llanto no caben ya las soluciones tibias. Entre una gran coalición de los intereses del sistema y un nuevo proceso constituyente, la realidad busca una salida a su representación.

Cuando veo a los políticos oficiales, cuando analizo las reformas electorales que se proponen e, incluso, cuando oigo las declaraciones de algunos líderes sectarios de la revuelta, siento desolación. Creo probable que salgamos de esta coyuntura como se sale de La venganza de don Mendo después de una función escolar y navideña. Muertos de risa, pero igual que estábamos y creyendo en los Reyes Magos.

Por eso agradezco el esfuerzo de los que intentan buscar en común una alternativa a la realidad para ganar un escenario distinto fuera de los límites del teatro. Ganemos la ciudad, como hizo Valle-Inclán con Luces de bohemia.

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