Diario de una confinada

La mejor promoción en muchos años

Raquel Martos

Tengo seis sobrinos de edades comprendidas entre los cuatro y los dieciocho años. Si los colocara en fila en los jardines de la Granja de San Ildefonso, podría rodar el remake ibérico de Sonrisas y lágrimasremake Sonrisas y lágrimas. Además, ellas y ellos, tienen buen oído, cuando no te contestan es porque pasan de hacerlo…

Y si a mi colección de criaturas, variada y colorida como la de mis rotuladores Carioca, añadiera a todos esos otros "sobrinos postizos", los hijos de las buenas amigas y amigos que pasan a formar parte de tus alegrías y de tus desvelos, desde que salen al escenario vital, el remake sería de un éxito originalmente español: La gran familia. Aunque esta versión sería más triste, sin Closas y sin clases... presenciales desde hace un mes.

Este curso escolar ha sido tan insólito como todo lo demás, quién hubiera podido imaginar, allá por septiembre, que en el segundo trimestre los alumnos dejarían de asistir a colegios, institutos, universidades, centros de formación profesional… por una pandemia, nadie. Quitando a la vidente Aramís Fuster, que predijo en 2008 una hecatombe mundial -con gran protagonismo de España, por cierto-, nadie hubiera puesto un euro en esas casas de apuestas "tan educativas" a favor de una teoría francamente loca.

Pero la realidad supera a la ficción -que se lo digan Scott Z. Burns, guionista de Contagio- y ese oscuro deseo que tantas veces acaricié de niña: "¡por favor, que venga una plaga de saltamontes y mañana no haya cole!", ha sido ampliamente superado por una pesadilla sin sueño. La pandemia nos ha cambiado la vida de todos, a los niños y a los adolescentes también.

Soy muy crítica con ese baile típico de los planes educativos, es una de las pocas cuestiones en las que lo "plural" me escuece. Nunca he digerido que en casi cincuenta años de democracia, no hayamos logrado un pacto educativo a prueba de partidos y de elecciones. Hemos estrenado tantos planes diferentes, uno por relevo de gobierno, que hemos reducido la educación al nivel de ropa interior.

Cambiar de planes educativos como de bragas no deja en buen lugar a la base en la formación de una persona. De hecho, podríamos vivir sin bragas, pero la educación es un bien esencial para el desarrollo de un ser humano y para la dignificación de la sociedad. Podemos vivir sin ella, pero no conviene.

Y, sin embargo, paradojas de la vida, este año en el que todos los planes se nos han roto, puede que sea el curso más aprovechado por mis Trapp y el resto de cantores confinados… El examen diario de paciencia, comprensión, resignación, aceptación y otras asignaturas similares al que les ha sometido el puto bicho es duro, lo están superando con matrícula de honor. Y la lección que están dando desde su inmadurez a tantos adultos que, a sus años, sacan el tirachinas en lugar de colaborar y ponen petardos en las cacas para llenarlo todo de ídem, es para quitarse el sombrero.

En mi colección de pequeños amores tengo algunos que ya estaban viviendo la experiencia más dura de su vida antes de este desastre, lo último que necesitaban era esta prueba loca y, como los míos, hay miles: niños que en la vida a.C (antes del coronavirus) ya habían pasado por la enfermedad propia o la de su familia, los que están en ello, los que estaban en pleno duelo, los que tenían problemas propios de gran calado, los que ya vivían en condiciones precarias, los que no tienen padres enrollados que hagan pan, que organicen bingos en el balcón o yincana en el salón, ni disfrutan de videollamadas múltiples familiares, ni siquiera de conversaciones tranquilas a dos, porque sus familias ya estaban aisladas de la felicidad compartida, porque ya estaban confinados en un hervidero de problemas y, a veces, de violencia.

¿Por nuestras notas nos conocerán?

¿Por nuestras notas nos conocerán?

A todos ellos, a los que ya estaban sufriendo, a los que lo están aprendiendo ahora, a los míos propios, a los postizos que también son míos, a los que no conozco, a todos sin excepción, bravo. Qué faena no poder hacer de tía enrollada, qué tristeza no poder ejercer de adulto solvente para evitaros esta putada. Pero qué admiración, qué orgullosa de vosotros, qué sobresaliente con nota el de este curso.

La vida está hecha de Sonrisas y lágrimas, muchos lo sabíais y otros lo habéis descubierto ahora, ojalá muy pronto os llegue sobredosis de lo primero y vuestras carcajadas atasquen las calles.

My favourite things sonaba en la BSO de la película en la voz de Julie Andrews, esta versión jazz es del pianista indonesio Joey Alexander cuando tenía 12 años…

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