Plaza Pública

Todo por el pacto: el 'menage à trois' de la impudicia

Javier Pérez Bazo

Según parece, Rajoy sólo abandonaría su poltrona con vistas a la carretera de A Coruña si el marido de Celia Villalobos le aconsejara aducir una enajenación transitoria para no quedar mal ante sus fieles; e incluso así, vaya usted a saber, pues sus ministros capaces son de recortar lo necesario hasta erradicar los que ahora ya no se llaman manicomios y, de paso, beatificar a don Tancredo por la devoción que se reserva el todavía presidente de gobierno.

El pacto que los partidos llamados constitucionalistas no logran alcanzar pese a los variopintos cantos de sirena, contrasta con la significativa coincidencia, por no decir tácito y unánime acuerdo, de la prensa madrileña de tirada nacional. Sus editoriales, cansinos hasta la saciedad, aderezados con opiniones de jaleadores y salvapatrias, exculpan a Rajoy de toda responsabilidad presente y futura, aun siendo incapaz de solventar la encrucijada con unos mínimos apoyos y conseguir un nuevo gobierno. Y, a la vez, esos periódicos al unísono decretan poner a Pedro Sánchez como chupa de dómine por negar hasta el pan a quien ganó las elecciones, olvidando que precisamente fue el PSOE el partido que las perdió el pasado diciembre y que su secretario general, tras la espantá de Rajoy, solicitó la confianza del Congreso y pudo evitar la repetición de las elecciones si el PP y Podemos hubieran facilitado su investidura con tan sólo abstenerse. Lo mismo que ahora le reclaman. Parece que estemos ante una sutil estrategia de guante blanco, la desmemoria o el mundo al revés.

No hay otro debate, como si España y su actualidad dependiera exclusivamente de ese pacto que no llega y de rencores poco propicios a aquello de pelillos a la mar. Tanto monotemático runrún periodístico, tanta mediocridad —no me atreveré a decir bajeza— de miras y tanto comentario obsesivamente ramplón, tanta pregunta insulsa al político de turno…, todo sirve como inmejorable panacea para preterir el compromiso de acoger el número, acordado con Europa, de emigrantes sirios desterrados; para ocultar las nefastas consecuencias de la reforma laboral; para obviar los estragos de la ley mordaza; para desdeñar las escandalosas subidas de las tasas universitarias con el subsiguiente abandono de los estudios y el éxodo de nuestros jóvenes… También para tapar la cicatería, los despropósitos y la desvergüenza supina del ministro del Interior por la tragedia de El Tarajal o, más recientemente, por condecorar a vírgenes —y aun así, poder ser embajador repudiado por el Vaticano—, o por perseguir a enemigos políticos desde su propio despacho; para no exigir responsabilidades políticas a un comisario europeo con cuentas bancarias itinerantes o a la blindada exalcaldesa de Valencia; para desviar el foco de la gravísima acusación a un partido judicializado por destrucción de pruebas y concurrir ilegalmente a las elecciones… Sufrirlo para creerlo.

Ciertamente, no corren buenos tiempos para la prensa reaccionaria —El País ya casi a la cabeza—, porque cualquier torcimiento de la cordura, e incluso de la verdad, campea en ella a sus anchas sin coste alguno en nombre de un demagógico y patriotero interés nacional. Se trata de la misma impunidad que gozan las mentiras y chantajes del gobierno interino o, dicho de otro modo, de esa especie de malversación informativa mediante machaconas cantinelas de quienes ofician en la mamporrería gubernamental. Manipula, que algo queda. Recuérdese el bulo de inminentes represalias y multas europeas si acaso nos retardásemos en formar gobierno, hipótesis mudada sin rubor en certeza por parte del líder de Ciudadanos, abundando así en la retórica del miedo y en el adorno de su discurso, tan anodino como su manía casi enfermiza de cerciorarse si el nudo de la corbata está en su sitio o si tiene bien abrochada la chaqueta. Para Rivera lo prioritario es el gobierno, aunque luego sea imposible la gobernabilidad. Piensa que en el futuro gallinero él distribuirá el grano.

Todo vale en pos del pacto, incluso la sumisión del PSOE, pues el interés del país así lo exige, porque peligra la marca España, porque Rajoy tiene mil razones peregrinas para seguir dictando recortes por requerimiento europeo. Tras las elecciones prenavideñas el presidente en funciones propuso una gran coalición, un vergonzante menage à trois que, segundas elecciones por medio, los grupos de presión se obstinan en procurárselo más o menos maquillado y gratis. Poco importan las contradicciones. Si ayer valió el hecho de pactar la Mesa del Congreso con nacionalistas catalanes, hoy estos vuelven a ser los apestados ante el Tribunal Constitucional y los castigados sin grupo parlamentario. Por cierto, al indolente Rajoy tampoco le importa retorcer el cuello a la Carta Magna que tanto venera, puesto que pretende saltarse a la torera las obligaciones constitucionales que rigen el proceso de investidura. Resulta verdaderamente patético que, con el fin de justificar el retraso de dicho procedimiento, hasta la vicepresidenta del gobierno apele a una muy partidista coherencia que pregona la prevalencia de lo político sobre lo jurídico: cualquier bachiller subrayaría de inmediato la contradicción e incoherencia del vocerío del PP, acérrimo defensor de la actuación de los tribunales, previa a la responsabilidad política en casos de flagrante corrupción o de otros delitos que conocemos.

Sólo importa el pacto para entronar al tancredismo y hacer de su filantropía escuela política. De ahí que nos atronen impúdicos titulares y editoriales, los serviles programas de las mañanas televisivas y las tertulias interminablemente soporíferas predicando mesiánicamente la única, imperativa e inaplazable solución profiláctica para el país: que Sánchez, redimido, baje la cerviz. A tal fin, toda marrullería parece insuficiente; su quintaesencia consiste en emplear la propia artillería del PSOE, puesta en boca de ciertos corifeos agostados y dirigida a la línea de flotación del supuesto zozobrante secretario general para lograr la abstención socialista en la investidura por venir: ¿no deberían algunos abstenerse de ser carne de cañón para la derecha carpetovetónica?

Más allá de la sonrisa irónica, inquieta mucho que perdida la credibilidad de la mentira, convenga reforzar la hipnosis, como sugería el ingenio de El Roto en una reciente viñeta y recordaba en este mismo medio su director editorial, Jesús Maraña. Permítaseme insistir en que a ese estado hipnótico, al que se somete diaria y obscenamente al ciudadano, contribuye el deslenguado y torpe periodismo; me refiero a los cronistas afectos a las consignas y al pesebreo, a los que acallan la disidencia con la censura y la mordaza. Acaso Cebrián sea el excelso paradigma.

Traigamos hasta aquí para concluir otros botones de muestra. El primero es sin duda el nuevo emilioromero del periodismo y circo tertuliano, quien entre dequeísmos, muletillas de parvulario y otras aberraciones gramaticales, desprecia cuanto ignora —como diría el mejor de los Machado—, deja los ojos en blanco mientras entona ayes de plañidera y oyesmiravamosaver, barbotea, evoca a sus dos hijas ejemplares y añora aquel despacho genovés que tuvo un día al ladito del de Mariano, cercanía no sólo garante de su infalibilidad, sino además de su constancia notarial sobre las excelencias marianistas y sus honorabilidades, por lo demás muy cuestionadas. Con su promiscua verborrea y don de la ubicuidad televisiva augura "castañas" electorales del PSOE y Podemos, dirige la bien orquestada presión mediática con descalificaciones y su odio congénito a cualquier ápice de progresismo y hasta se empecina deleznablemente en el revisionismo de la historia reciente, guerra civil incluida. Este es todo su currículo, al margen de otras menudencias. Suele rendirle pleitesía un cronista insultón y procaz, que si fue crítico antaño con Rajoy ahora le sube a los altares mientras oficia como palmero mayor de un granado cortejo de cagatintas abonado a la televisión de los obispos. Son el hazmerreír de las tertulias, vociferantes alevosos en la nocturnidad del sábado, muy expertos en la grosera dialéctica de pepitogrillo. No confundamos la libertad de opinión con la impudicia. Poco cuesta imaginar qué haría Larra resucitado al ver la decrepitud profesional de algunos de sus colegas, él esquivó siempre los pesebres y los palacios; por no mancillar su romántica decencia, equivocó el tiempo de marcharse al otro mundo con un par de tiros en las sienes.

La democracia no pide nuevas elecciones

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Javier Pérez Bazo

 es catedrático de Literatura en la Universidad de Toulouse-Jean Jaurès. Ha sido consejero de Educación en la Embajada de España en Francia y director del Instituto Cervantes de Budapest.

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