Qué ven mis ojos
Una derecha que no necesita a la ultraderecha
“Si te pones en malas manos, serás cómplice del mal que hagan”
Las elecciones en el País Vasco y Galicia dejan dos ganadores, dos perdedores y un líder que sale perjudicado tanto con la victoria como con la derrota. Los primeros son, evidentemente el PNV y el PP de Alberto Núñez Feijóo. Los de en medio, Unidas Podemos en las dos autonomías, donde ha ido de poco a casi nada, y la coalición de la derecha cuyo candidato, el repescado Iturgaiz, obtuvo 16 escaños en 1998 y ahora 5; se marchó del puesto con 210.000 votantes y ha vuelto para dejarlos en 60.000. Su gran rival, al menos cuando le conviene, EH Bildu, ha subido 25.000. Que venda ahora el humo de que su coalición con el Ciudadanos de Inés Arrimadas forma “el grupo mayoritario del centro derecha constitucionalista en Euskadi", con cinco asientos a compartir con su socio y sólo por encima de la ultraderecha, deja claro que sigue más en el engaño que en el desengaño: su optimismo es tan sospechoso como una moneda de tres euros. Mejor, sin duda, la aceptación de la catástrofe en las urnas que ha hecho el vicepresidente Pablo Iglesias. Otra cosa será el remedio que intenten ponerle de cara al futuro y que debe empezar con la pacificación interna, donde ha habido continuas luchas de poder que, a la vista está, han espantado a las y los votantes.
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El tercero en discordia, el doble vencido, es evidentemente Pablo Casado, que en un sitio ha llevado a su formación a la debacle, otra vez con los peores resultados de su historia en la zona, y en el otro ve cómo logra su cuarta mayoría absoluta quien es su mayor amenaza, el hombre que todo el mundo cree que podría sustituirlo con sólo mover un dedo y decir un sí. El presidente de la Xunta lo tiene muy fácil: lo único que necesita hacer es lo contrario de lo que haga su supuesto jefe nacional, que a este paso va a batir el récord de perdedores de elecciones: lleva seis y aún no ha entendido que la culpa es suya, que el origen de la debacle está en su radicalización, en las continuas salidas de tono e incongruencias del equipo que ha formado en Madrid y en el hecho de haberse puesto en manos de Vox, le pasan una factura cada vez más cara y que, tarde o temprano, sólo podrá sufragarse con su dimisión o su relevo, porque es un desastre para los suyos e inofensivo para sus rivales.
Otra de sus grandes apuestas, su secretario general, Teodoro García Egea, dice que “el modelo Casado-Feijóo vence al de Sánchez-Iglesias”, demostrando que la política forma extrañas parejas y que a Iturgaiz ya lo han echado del baile, y afirma que tanto en una región como en la otra “el PP ha mirado al centro”. Pues lo haría por simple curiosidad y no habrá visto nada ni a nadie, porque de esa zona templada ha huido todo el mundo, empezando por ellos mismos. Tal vez podrían reflexionar sobre el hecho de que allí donde el PP es más moderado, la extrema derecha no tiene oportunidades, por eso no ha entrado en el Parlamento de Galicia; mientras que donde apuesta por la mano dura, como en Euskadi, no sólo se fracasa, sino que se le abre la puerta a Vox, que estará en Vitoria por primera vez.
No ha habido grandes sorpresas ni en Galicia ni en el País Vasco, ocurrió más o menos lo que se esperaba, quizá con un ascenso del BNG mayor de lo que se podía calcular; y tampoco parece que haya tenido gran influencia el asunto que más nos preocupa, el de la pandemia de coronavirus que sigue aquí y que, además, cada día deja que se oigan un poco más cerca los lobos de la economía, porque empiezan a vislumbrarse las consecuencias de toda clase que se avecinan. Pero está bien que incluso en medio de este drama recordemos que nuestro país es una democracia múltiple, donde hay Estado, Gobierno central y soberanías autonómicas que pueden y están obligadas a actuar de forma coordinada y con la máxima lealtad cuando la ocasión lo requiere y aunque cada cual lo haga con sus ideas. Unas elecciones siempre son una fiesta y sus resultados se aplauden como lo que son: la libre expresión que la gente hace de su ideología. Y a partir de ahí, unos y otros deben pasar de las respuestas para los demás a las preguntas a sí mismos. ¿En qué acertamos y en qué nos hemos equivocado? De momento, Moncloa sigue contando con una ventaja, y es que con Feijóo y con Urkullu, se puede hablar, porque defenderán su territorio y se estará o no de acuerdo con su modo de proceder y con su ideología, pero su talante es el de las personas capaces de dialogar y ninguno de ellos necesita a la ultraderecha para nada. Esa es una buena noticia. En realidad, nadie los necesita.