SEGUNDA VUELTA

Cataluña y el triunfo de la política

El fin del procés es uno de los hitos más relevantes de la legislatura. Cataluña vuelve a un lugar irreconocible desde hace diez años. A un punto de partida donde la política sin fractura social y confrontación permanente vuelve a ser posible. Un logro del Gobierno –incluídos PSC y los Comunes–, con muchos factores añadidos, en una apuesta de riesgo por la reconstrucción de la política catalana; sin bloques y priorizando la convivencia a las identidades nacionales. La doble alma de Esquerra tiene ahora que recomponerse desde la izquierda. Se acabaron los patriotas y los traidores. Las 155 monedas. Se acabó hablar más de banderas que de políticas públicas. 

Este nuevo kilómetro cero es un regalo para los defensores de la convivencia. Implica que parte del independentismo tiene que aceptar la legitimidad de la otra mitad de Cataluña para gobernar y convivir. Parte de los constitucionalistas, también. La muerte del procés obliga a los de la vía unilateral, a la derecha y a la extrema derecha, del PP a Vox, a enterrar un programa basado en el frentismo. La supervivencia de unos ya no implicará la destrucción del otro. Al menos, por un tiempo. 

Este nuevo kilómetro cero es un regalo para los defensores de la convivencia. Implica que parte del independentismo tiene que aceptar la legitimidad de la otra mitad de Cataluña para gobernar y convivir. Parte de los constitucionalistas, también

Con Junts fuera del Govern, el independentismo sale de las instituciones y vuelve a la ‘la utopía disponible’ de la socióloga Marina Subirats. Al mundo de la ideología y no de lo posible. Con alguno de sus artífices convertidos en la caricatura de sus detractores: división, estancamiento, viaje a ninguna parte. Con la salida, el liderazgo de Carles Puigdemont es irrelevante para la gobernabilidad. Puede agitar la actualidad nacional desde Waterloo junto a un sector independentista cada vez más frustrado y fraccionado. Poco más. Si vuelve a España porque el Tribunal Europeo (TJUE) siga el criterio de la Abogacía y active la orden de detención (OED), su regreso pondría la campaña electoral patas arriba. Pero lo mismo no puede ser roto dos veces. Y su hipotética vuelta va unida a su fracaso de impulsar la secesión desde dentro. 

Hasta para la derecha debería ser una buena noticia. Sin embargo, los que acusan al Gobierno de vender España no han celebrado la ruptura, probablemente la mejor noticia para esa unidad que dicen defender. Al contrario, el PP utiliza la salida de Junts y la dinámica del ejecutivo con ERC como ariete para el ataque. Alberto Núñez Feijóo sigue acusando a Pedro Sánchez de apoyar el independentismo para mantenerse en el poder. En un intento de desgaste a costa de  ningunear un triunfo irrefutable. Todo un despliegue de oportunismo político para seguir enfrentado a Cataluña con el resto de territorios a costa de atizar al contrario. Feijóo ha heredado el cuanto peor mejor en lo económico, social y territorial. Patriotismo y constitucionalismo es celebrar la defunción del procés en lugar de cargar contra quienes han conseguido desactivarlo. 

Pero el PP sabe que Cataluña rara vez tiene premio en Madrid. Y está por ver si los barones entran al trapo de cara a las autonómicas. Si caen en la tentación de atraer a un supuesto electorado centrista movido por pulsiones nacionales más que por lo público. O si defenderán la gran coalición ante un bloque de investidura que, por lo pronto, ha neutralizado una crisis que nos debilitaba como país dentro y fuera de España. 

La estrategia de Sánchez para desactivar el procés no tiene por qué ayudar a aglutinar una mayoría electoral, menos en la primera vuelta de las generales que son las municipales y autonómicas de 2023. Es más, existe la posibilidad de que la nueva coyuntura beneficie al PSC y perjudique al PSOE en el resto de España. Hasta ahora, el éxito de ambos se ha ido retroalimentando. Las elecciones de marzo de 2019 se convocaron en medio del enfrentamiento con ERC tras tumbar los presupuestos; en la repetición de noviembre, Sánchez prometió en el debate con Pablo Casado “traer de vuelta a Puigdemont para que rinda cuentas ante la Justicia”. Después llegaron los pactos de investidura y los indultos en un PSOE cuya convivencia con ERC no está resuelta de manera explícita. 

Pase lo que pase, lo cierto es que hemos vivido a cámara lenta la descomposición de las fuerzas que articularon el procés. Con la traca final de los abucheos en el quinto aniversario del 1-O y la salida de Junts. El Govern del 52% no ha llegado a los dos años. Un ejemplo paradójico de cómo se pueden perder 500 días y ganar diez años. Ahora les toca reconocer al otro y encontrar acuerdos que sirvan a todos. 

Aragonés está sentado sobre la presidencia más débil de la historia del parlamentarismo catalán. 33 diputados de 150. En el corto plazo, la dinámica de Sánchez con Esquerra da estabilidad y garantiza presupuestos en el Congreso y la Generalitat en un contexto complejo de guerra en Europa. A largo plazo, en Cataluña ha empezado una nueva etapa. Frágil, incierta. Y desde esa fragilidad todo vuelve a ser posible. Citando al representante de los Comunes, Jaume Asens: “Aún no sabemos hacia dónde nos llevará pero hay que buscar los consensos. Poner puentes donde había trincheras”. Y lo sintetiza a la perfección el escritor y filósofo Josep Ramoneda: “Señores - señoras, añado -, hagan política’.

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