Son bandazos, no principios

El SOS de Pablo Casado para apartar a Vox de las instituciones más que una trampa pone en evidencia cómo ha despreciado la reflexión más importante que tenía pendiente desde la irrupción ultra en 2018. En todo este tiempo su obligación pasaba por responder qué hacer con Vox: son sus votantes naturales, amenazan el liderazgo de los conservadores y las instituciones europeas han pedido a sus miembros un cordón democrático. El ultimátum del PP llega tarde, después de ir salvando gobiernos autonómicos con los votos de Vox mientras trataban de ocultar los acuerdos programáticos de su socio.

La petición al PSOE de abstenerse en Castilla y León, vendida como un favor, significa pedirle al Gobierno que resuelva la papeleta de Casado. Ganar margen para resolver cómo salir de un resultado electoral endiablado y sobrevivir a una posible derrota en 2023. Casado defiende un gobierno en solitario que los castellanoleoneses no le han dado. Y tiene que elegir entre el Pablo Casado que imita a Vox o el de la moción de censura; entre la solemnidad de la ruptura con la ultraderecha y evitar romper los pactos que tiene en Madrid, Murcia y Andalucía. El asunto no es Vox con Alfonso Fernández Mañueco, es Santiago Abascal en el Gobierno de España. En este punto, con una coalición progresista en el gobierno, la iniciativa solo depende del PP. Y estas elecciones han activado la cuenta atrás de Pablo Casado.

La mayor debilidad no es la dificultad del debate. La cuestión de “Vox dentro o fuera” es difícil de resolver por la trayectoria de Casado. Antes de pedir ayuda, tiene que responder a lo más importante: ¿Qué derechos está dispuesto a blindar el PP? ¿Por qué es peligroso Vox? ¿Dónde están las líneas rojas? y ¿Qué precio está dispuesto a pagar en términos de gobiernos autonómicos e incluso la presidencia del Gobierno? La declaración de intenciones de Pablo Casado, “nuestros principios son nuestras condiciones y no vamos a renunciar a ellos”, tiene un problema: no sabemos cuáles son

Si hacemos una retrospectiva a modo de análisis forense, si analizamos sus actos para intentar adivinar esos principios, el retrato de Casado es más o menos este. Saltémonos los episodios más recientes —las macrogranjas, la falsa corrupción de los fondos europeos, el intento de tumbar la reforma laboral…—. Primero, Pablo Casado no ha dimensionado qué significa Vox. Lo compara con Unidas Podemos cuando, como bien matiza la politóloga Cristina Monge, su opuesto es Ciudadanos, no la ultraderecha. Precisamente el socio que el PP ha decidido machacar convocando elecciones anticipadas, haciendo hueco en sus listas o creando oficinas ad hoc como la de Toni Cantó. La estrategia de Casado para 2023 ha sido la reagrupación de la derecha con la extrema derecha, acabar con Ciudadanos y alimentar a Vox, acelerando la destrucción de Arrimadas en lugar de pensar qué hacer con Santiago Abascal. Ahora pretende frenar la máquina que él mismo ha puesto en marcha.

La declaración de intenciones de Pablo Casado, “nuestros principios son nuestras condiciones y no vamos a renunciar a ellos”, tiene un problema: no sabemos cuáles son

Europa siempre es un buen recurso para construir liderazgo desde la oposición. En 2016, Pedro Sánchez, con un PSOE hundido en los 85 escaños y muy lejos todavía de la presidencia, se alineó con los dirigentes socialdemócratas europeos, el ‘club de los camisas blancas’ con Mateo Renzzi a la cabeza, en pro de la antiausteridad. En esta línea, para elevar su talla de estadista, Casado optó por el expresidente Nicolás Sarkozy para su convención nacional. Un día después, el francés fue condenado por financiación ilegal, a la espera de tres condenas por corrupción. 

Los bandazos no son anecdóticos. Van más allá de las erráticas intervenciones en los plenos y tienen un calado que afecta a la futura posición de España en la UE. Cuando Casado viaja a Europa para denunciar el mecanismo de reparto de los fondos lo que hace es romper el eje tradicional de Angela Merkel y la conservadora Ursula von der Leyen. 

En el momento más delicado de la UE en defensa de la agenda democrática, en el Parlamento Europeo Casado se desmarcó de su grupo para votar en contra de una resolución que denunciaba el deterioro del Estado de Derecho en los gobiernos autoritarios de Polonia y Hungría. Votó con la extrema derecha en contra de los informes de la ONU, la OSCE y el Consejo de Europa. Tampoco votó a favor de que las parejas LGTBI tuvieran los mismos derechos en la UE. Eso no es frenar a Vox, es ir a la cola. Es borrarse de la agenda común, con un PP indeciso en la elección de alianzas e indiferente con la lucha de los organismos europeos por los principios que ahora reivindica. 

La indefinición tiene su coste. Casado ha perdido dos elecciones generales y evitó el sorpasso de Albert Rivera por la mínima. Y de esto, que se entiende dentro del ciclo de la salida de Rajoy, no se ha recuperado. En el CIS es el líder con menos fidelidad entre los suyos y tiene mala percepción desde cualquier bloque. La coalición le sitúa muy a la derecha, los votantes de Vox muy en el centro. Reaccionario para los moderados y viceversa. Quiere defender ser un partido de Estado instalado en el hooliganismo declarativo. Con una plana mayor que ha ido del perfil de Soraya Sáenz de Santamaría o José María Lassalle, ambos altos funcionarios, al dream team de Harvard-Aravaca con Teodoro García Egea y el recién descubierto secretario de organización, Alberto Casero

En España no solo está alejado de la patronal, su pecera natural. También se ha opuesto a la investigación de los abusos de pederastia en la Iglesia colocándose por detrás de la iniciativa de la Conferencia Episcopal. Y así podríamos seguir con todas las políticas y temas de Estado.

Con tanto bandazo, el reciente ‘no’ de Casado a Vox solo puede entenderse desde una huida hacia delante. La pregunta de Pedro Sánchez es pertinente: “¿Un veto para todos los días, para todos los territorios?” Es cierto, es “la hora de la verdad”. Y llega tarde. Enfrente tiene a Vox y a Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de Madrid evidencia la dificultad de Casado para decidir qué hacer con la ultraderecha pero también la debilidad de la cohesión interna del partido, la imposibilidad para tomar una decisión conjunta sobre Vox. Hay una sensación compartida de que la historia terminará con ambos en el Gobierno. El impacto que una coalición con Vox tendría en Europa en un momento geopolítico tan convulso es una amenaza democrática en la UE que pasará factura. Y esto sí nos incumbe a todos. Si el PP de Casado no sabe abordar el reto, igual hay que meter a Bruselas en la conversación.

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