Plaza Pública

Señorías : ¡Todos al suelo!

José Sanromá

"¡ Todos al suelo!", les gritó pistola en mano el civilón golpista a sus señorías, interrumpiendo la votación de investidura del presidente de Gobierno el 23 de febrero de 1981. Un mes antes había dimitido el presidente Suárez.

Aquella noche, los carros de combate de Milans del Bosch tomaron las calles de Valencia, mientras los capitanes generales de cada región militar hacían depender su decisión de lo que les dijera el rey. Porque obedecerle fue el mandato que les dio Franco en su testamento. Los sublevados querían darle un "golpe de gracia" a la Constitución, la cual, fruto y culmen de la Transición, tenía apenas poco más de dos años de vida.

La democracia era débil, la Constitución también.

El rey no la había jurado. Sus aniversarios no se celebraban porque no lo quería el Gobierno. El Tribunal Supremo no la consideraba norma suprema sino mera indicación programática o mera propaganda. Insignes intelectuales a la izquierda de la izquierda, que no la votaron, se habían desenganchado de toda política que no fuera la línea recta y la amplia avenida de su inmaculada coherencia. Quienes más habían luchado contra la dictadura podían preguntarse: ¿tanta lucha para esto? Porque todavía no habían aprendido que no siempre el que siembra es el mismo que recoge. Aquello era una democracia naciente que no fue traída en volandas sino entre los dolores de un parto cuyo alumbramiento feliz muchos poderosos no querían (y a los que ayudaban objetivamente los etarras, que argüían que estaban haciendo la revolución socialista e independentista en Euskadi contra el Estado franquista y borbónico). Una democracia que no daba más a quien más había dado en la lucha contra la dictadura y ante la que se generó pasotismo juvenil y decepción. Una democracia débil que no se atrevía a acusar ni a mirar de frente a sus enemigos, que entonces podían servirse de unas Fuerzas Armadas mandadas por generales sin un ápice de lealtad a la Constitución. Una democracia con un Congreso en las nubes, subidas sus señorías en el inventado séptimo cielo de que no había peligro desde ese lado armado o actuando como si no lo hubiera. Si el asalto al Congreso les pilló por sorpresa o sin capacidad de reacción era porque no tenían los pies en el suelo.

La suerte de aquella naciente y débil democracia estaba asociada a la vigencia de la Constitución. Su mérito era entonces durar y hacerse efectiva. El fracaso de los golpistas le ganó amigos y la libró de enemigos. Aunque pagamos el tributo de asentar la falsa idea de que democracia y Constitución se las debíamos al rey.

Lo que queda hoy de la Transición es la Constitución. Su mérito hoy no será durar sino cambiar. Nació con pactos y solo puede sobrevivir, como norma jurídica suprema y efectiva, modificándose con pactos.

Quienes quieran identificar su proyecto con el nombre de "otra transición" o una "nueva transición " tendrán que aprender mucho de lo que fue aquella. Mas aún quienes pretendan dirigirla.

Desde aquellos iniciales días de nuestra democracia los tiempos han cambiado mucho. Por ejemplo: afortunadamente hoy ningún desalmado armado se atrevería, aunque lo hiciera en nombre del rey, a ordenar nada al Congreso que representa la soberanía del pueblo. Afortunadamente hoy un militar, del máximo rango, ex Jemad, con valor no supuesto sino acreditado, puede pasar a ser un valiente ciudadano candidato de Podemos. (Entre paréntesis: lamento que este partido no haya tenido los votos necesarios en Zaragoza para convertir a Julio Rodríguez en diputado, como conciudadano suyo, aunque no votante de Podemos, me hubiera sentido muy honrado de que nos representara en el Congreso. Otrora lamenté que en la sociedad española hubiera más cobardes admiradores de los huevos de Tejero que ciudadanos agradecidos a la valentía de los militares de la Unión Militar Democrática (UMD) que alzó su voz contra la dictadura franquista).

Los tiempos están cambiando de nuevo. El 15-M fue un grito de indignación y de reivindicación democrática. El Congreso se había insonorizado desde hacía bastante tiempo. No llegaba clara desde fuera la voz de la ciudadanía. Desde dentro, sus señorías, por regla general, prestaban algo más de la atención necesaria al interés del repartidor del puesto. Su representatividad había decaído notablemente. Habían vuelto a subirse en la nube. Quizá hubiera necesidad de rodearlo. Pero no ha habido necesidad de asaltarlo para que empiece a mejorar. Hoy son menos los que pueden gritarle al Congreso salido del 20-D: ¡no nos representas!

España es hoy una democracia, debilitada su legitimación y emplazada a una mejoría profunda y apremiante. Pero que ha sido capaz el 20 de diciembre de dar un paso adelante. El resultado electoral nos ha dado un Congreso más representativo. Ha sido un paso adelante. Nos deja también un Senado –elección mayoritaria con listas abiertas– con mayoría absoluta del PP que ahora finalmente (¡qué paradoja!) pudiera servir para lo que se inventó en 1976: bloquear a un Congreso que pueda deslizarse por la pendiente de hacer demasiado caso a la voluntad popular, siempre más reconocible en la Cámara baja.

Pero el paso adelante puede convertirse en dos pasos atrás si sus señorías y sus líderes no consiguen que las elecciones sirvan para que el Congreso cumpla su primer objetivo: elegir presidente que forme Gobierno.

Todo dependerá de si sus señorías han entendido el mensaje escrito en el resultado electoral.

No ha sido un grito pistola en mano. Pero es tan claro como aquel. Debería ser al menos igual de intimidante y podría expresarse con aquellas mismas palabras. ¡ Todos al suelo! Aunque aquel atentaba contra su dignidad y éste les conmina a cumplir su cometido. Diferencia esencial.

Señorías: todos al suelo de la realidad. Sus jefes de filas no hablaron en campaña electoral de los pactos necesarios. El día breve en que Pedro Sánchez se atrevió casi lo crujen.

Ahora es imposible no hacerlo:

Porque para elegir president@ y formar Gobierno el resultado electoral obliga a pactar. Porque para afrontar la crisis de la democracia española, en todas sus dimensiones, hay que explicar cuál es el pacto conveniente y necesario. Porque para empezar a curarnos de la enfermedad del sectarismo ahora hay que pactar. Porque después de echar pestes tardías sobre el bipartidismo gobernante no se deben echar pestes rápidas sobre el pluripartidismo que aún no ha llegado a gobernar. Porque no hay que farfullar y pretextar en lugar de explicar cómo ve cada partido la posibilidad y necesidad de los pactos que abran vías. Las dificultades hablan por sí solas. Las soluciones hay que buscarlas, encontrarlas y explicarlas. Porque sería irresponsable no intentarlo seriamente y quedar a la espera –interesada, por cálculos electorales, o cómoda, por falta de atrevimiento– de la convocatoria de unas nuevas elecciones. Porque no se puede mandar a la Unión Europea, a la Troika, e incluso a los mercados, el mensaje de que no podemos gobernarnos. Porque la democracia no es votar y re-votar y someter a votación todo y en cualquier momento.

Sí. El PP se ha ganado un derecho. No a gobernar sino a que su candidat@ (creo que fue Rajoy ¿o le dirá al rey que era Soraya?) sea el primero que intente lograr la investidura como president@ del Gobierno. Tendrá que contar con otros partidos para obtener la exigible mayoría parlamentaria. Y para pactar tendrá que dar muchas explicaciones.

Pero Pedro Sánchez estaría obligado a intentarlo si Rajoy no lo consigue. Nada le augura el éxito. Pero sus militantes le eligieron secretario general para que el PSOE compitiera de nuevo por la Presidencia del Gobierno. Quienes le han votado y le han convertido en el segundo partido tienen derecho a que no le acobarden las dificultades. Y creo que todos los electores tienen derecho a oír las explicaciones de por qué y para qué quiere ser presidente el candidato a tal que le dijo a la cara a Rajoy lo que le dijo en el debate.

Sin esos dos intentos sucesivos, uno desde la derecha, otro desde la izquierda, la convocatoria de nuevas elecciones serían dos grandes pasos atrás en nuestra democracia. Ya apuestan porque así sea los que no confían en el juego democrático cuando no controlan a los participantes. A su servicio tienen unas fuerzas armadas de propagandistas que desde tierra, mar y aire ya disparan anticipadamente contra la mera posibilidad de que Pedro Sánchez se plante en el Congreso para intentar una mayoría que le permita formar Gobierno. Puede que no se libre ni del fuego amigo, porque esto pasa no pocas veces.

Pero no olviden, sucedió no ha mucho en el Congreso: "Soy un político limpio y usted no lo es", le dijo Sánchez a Rajoy, y éste le contestó que se callara y que no volviera por allí.

Ahora sonrían.

Pero, sobre todo, den su propia opinión. Ojalá que los encuestadores a sueldo hicieran tantas encuestas sobre qué pactos prefiere la ciudadanía como hicieron para condicionar el voto. Ojalá que ustedes tuvieran tiempo y ocasión de oír todas las explicaciones que den los líderes y poder juzgarlas sin intermediarios. Ahora el "juego" democrático en el que se ventila la suerte de los pactos y de la democracia es la mejor facultad de Ciencias Políticas para la ciudadanía. En nuestra indiferencia ante la necesidad de distinguir se fragua el pasteleo y se representa un espectáculo de sombras chinescas. En nuestra atenta opinión y nuestro compromiso, sea del color que sea, se forja la cultura democrática que España entera, el país que compartimos, necesita.

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