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Casado, bajo el muro de un pantano a punto de reventar

José Miguel Contreras nueva.

Los resultados electorales en Cataluña han desencadenado cambios en el escenario político, tal y como se podía vaticinar. Curiosamente, los primeros movimientos importantes han tenido lugar en el centro de Madrid, antes que en Barcelona. Pablo Casado ha anunciado que el Partido Popular abandonará su histórica sede de la calle Génova, a escasos metros de la no menos emblemática Plaza de Colón. La decisión tiene una enorme carga simbólica.

Apartarse para que no te arrastre

Evidentemente, el cambio de sede del PP no tiene como única justificación la debacle electoral en Cataluña, que sí que ha contribuido a marcar un punto y aparte en el duro camino que va a tener que afrontar en estos próximos meses. El papel irrelevante que el partido ha acabado por tener en el parlamento catalán se une a la notable pérdida de representación que ya tuvo en los comicios en el País Vasco este verano, donde casi un 40% de sus electores dejó de apoyarles.

Los procesos judiciales pendientes que afectan de forma sistémica al PP son incompatibles con un desarrollo rutinario de su proyecto político. Casado y su equipo son conscientes de que deben abandonar cualquier intento de mantener en pie un muro insostenible que tiene contados sus días de vida. Génova 13 es a día de hoy una sede manchada por la corrupción e impregnada de un pasado que se ha convertido para la actual dirección del PP en una carga demasiado pesada para poder sostenerla. El partido es en estos momentos una presa con su muro de contención a punto de reventar. Pretender reforzar el muro es inútil. La fuerza del agua se va a llevar por delante todo aquello que se coloque en su camino. Casado intenta apartarse y esperar a que el poder devastador de la rotura del dique termine.

Vox al acecho

Los problemas nunca vienen solos. Los populares tienen que afrontar, simultáneamente, una batalla cara a cara con Vox. El partido liderado por Abascal avanza desde la extrema derecha. Parece claro que no se conforma con vivir asentado en el territorio del radicalismo y la exclusión. Su espacio actual lo tiene consolidado y sin competencia alguna. Aspiran a crecer y saben que el único camino es el de invadir el espacio de una derecha más templada. Es lo que han hecho otros movimientos nacional populistas en el mundo. Este es su momento. Difícilmente van a encontrar a un PP en horas más bajas que estas. Se puede apostar a que veremos significativos gestos en esta dirección por parte de los dirigentes de Vox en las próximas semanas.

En paralelo, Casado mantiene una espita de esperanza. El estado de salud de Ciudadanos parece que ha pasado de grave a irreversible. Su proyecto político parece haber llegado a su fin en su actual configuración como una fuerza marcadamente derechista incapacitada para posicionarse en el centro del mapa político. De manera insistente, han renunciado voluntariamente a intentar asentarse en el centro izquierda. Hacia la derecha apenas tienen ya fuerza real para intentar sobrepasar al PP. Es la herencia que dejó Albert Rivera y a la que Inés Arrimadas hasta ahora se ha negado a renunciar por completo.

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Ciudadanos a la espera

Si todo lo que va a venir a continuación se sometiera al mundo de las apuestas, seguro que la opción más evidente sería la de una confluencia entre PP y Ciudadanos, bajo unas nuevas siglas que intenten la creación de una alianza capaz de frenar la previsible invasión de Vox. El problema es que el control de los tiempos no acompaña. Ahora mismo, para Ciudadanos no parece muy aconsejable asociarse a corto plazo con un PP que tiene que afrontar un calvario judicial que le va a restar toda credibilidad y fuerza. Hasta que los populares no terminen su vía crucis y puedan dar por cerrado el pasado y abrir el libro del futuro no parece una compañía muy aconsejable. Por otro lado, si algo ha caracterizado a Ciudadanos en su corta historia ha sido siempre su desastrosa capacidad de negociación. Siempre que se han sentado con el PP, les han levantado hasta la calderilla.

Pablo Casado anunció este martes en su comparecencia pública que ha tomado la decisión de no volver a responder a preguntas referidas a Bárcenas y con cuestiones relacionadas con la actividad del PP en el pasado. El problema es que su deseo va a ser difícilmente compatible con el mundo real. Es como si anunciamos solemnemente que a partir de ahora no pensamos pagar ni una sola de las innumerables deudas que acumulamos. Los acreedores no suelen aceptar ese tipo de acuerdos. Los españoles exigirán aclaraciones de todo lo ocurrido. Así que la idea de Casado no es mala, si no fuera porque será muy difícil que cuele.

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