… Que miente por amor Raquel Martos
El ADN de Puigdemont
Sabíamos que iba a ser así. Sabíamos que Carles Puigdemont tenía la bala de plata de la investidura y que antes de cerrar el acuerdo iba a hacerle sudar. No por perjudicar a Pedro Sánchez, que Junts no gana nada con ello, sino para hacer valer ante los suyos los esfuerzos de su negociación y justificar la “traición” de hacerse fotos con los socialistas. Estaba escrito que iba a pasar, aunque en la recta final de la negociación haya dirigentes que han confundido deseo y realidad. El deseo del PSOE, por las prisas justificadas de Sánchez para poder explicarse cuanto antes, y la realidad de que Carles Puigdemont quiere destacarse como el hacedor de grandes conquistas para el independentismo.
Sabía el PSOE de la complejidad de la negociación con partidos que compiten por el mismo espacio, pero esta semana ha fallado estrepitosamente en la gestión de la rivalidad entre Junts y ERC. Una cosa es que Pedro Sánchez telefonee a Oriol Junqueras para darle un trato preferente y otra muy distinta que el líder de ERC anuncie la buena nueva de la amnistía para todos delante de un atril amarillo diseñado para la ocasión. Desde el principio, los negociadores socialistas han sido conscientes de que una de las grandes amenazas del pacto era la pugna entre Junts y ERC y este jueves han comprobado que ni siquiera Sánchez consigue la cuadratura del círculo con Puigdemont en la sala, pese a su experiencia en lo imposible.
Sabíamos que iba a ser así. Que cuando toda España supiera que le van a perdonar los delitos, el ex president fugado querría que le hicieran la pelota un poco más, afianzar la imagen de que la estabilidad de la legislatura española depende de él.
La legislatura pasada le ha servido al PSOE para cogerle las vueltas a ERC, un partido inestable en su relación en estos años, muy sensible a la coyuntura política catalana, pero con una estructura en la toma de decisiones que Sánchez y los suyos ya conocen. Lo de Junts es otra cosa. En la foto de la cumbre en Bruselas con Puigdemont estaban sentados dirigentes de procedencia y perfiles muy dispares con los que el PSOE empieza de cero, con continuas ráfagas de desconfianza sacudiendo las salas de los hoteles belgas donde se producen las conversaciones.
Lo que ha hecho Puigdemont esta semana está en su ADN. Sabíamos que iba a ser así. Que cuando toda España supiera que le van a perdonar los delitos, el ex president fugado querría que le hicieran la pelota un poco más, afianzar la imagen de que la estabilidad de la legislatura española depende de él. De que Pedro Sánchez está en sus manos. Yolanda Díaz le hizo carantoñas en septiembre, pero el capricho que se ha concedido esta semana ha sido sentar al secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, en una sala presidida por una urna del referéndum del 1-O.
Tenemos el precedente de 2017, cuando estaba dispuesto a hacer una cosa y la presión le llevó a hacer la contraria y, en lugar de convocar elecciones, pulsó el botón de la declaración unilateral de independencia de Cataluña. Aquello fue por un tuit y ahora se ha colado en la escena un atril, pero el contexto es totalmente diferente: entonces el independentismo estaba en una huida hacia adelante y ahora están recogiendo los restos del naufragio y firmando las condiciones de su rendición. Puigdemont es impredecible, eso lo sabíamos, pero se estaría suicidando si impide que todos los que participaron en el 1-O se libren de sus causas pendientes a través de la amnistía. Sólo los más irredentos le recomiendan que se despeñe por el precipicio de las elecciones y Carles Puigdemont, sobre todo, es un superviviente. Eso también lo sabemos.
Lo más...
Lo más...
Leído