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Alberto 'Sísifo' Feijóo

La mitología griega cuenta la historia de Sísifo, un rey que fue castigado por los dioses a empujar una enorme piedra hasta lo alto de una montaña haciendo que, cada vez que estuviese a punto de coronar la cima y lograr su objetivo, la piedra volviese a rodar hacia abajo obligando al condenado a comenzar el castigo desde el principio. Albert Camus, en su ensayo El mito de Sísifo, explica que el condenado experimenta la alegría de la victoria durante un breve instante justo antes de que la piedra vuelva a caer y el martirio se reanude. Ese breve momento de redención es precisamente lo que experimentó Feijóo durante los primeros meses tras haberse hecho con el control de un Partido Popular que acababa de saltar por los aires. Pero, como a Sísifo, no le duró demasiado.

Feijóo llegó desde Galicia con más obligaciones que ganas. Venía a hacerse con las riendas de un partido abierto en canal y con un presidente recién purgado por haber denunciado sin pelos en la lengua las jugosas comisiones que la presidenta de la Comunidad de Madrid había adjudicado a su propio hermano durante los momentos más duros de la pandemia. La batalla interna fue encarnizada y del cráter humeante que quedó en Génova 13 emergió Feijóo como salvador. Entonces comenzó a cargar con la pesada piedra que ya había rechazado disputar en las primarias de 2018 y que tras los últimos acontecimientos no le quedaba más remedio que comenzar a empujar personalmente.

La batalla interna fue encarnizada y del cráter humeante que quedó en Génova 13 emergió Feijóo como salvador

Al principio el ascenso no fue difícil. Los medios le dieron una importante tregua, en las tertulias se repetía lo muy preparado que estaba para la labor que se le había encomendado y las encuestas no tardaron en comenzar a sonreírle. De todas formas, durante aquella estable subida se dieron los primeros tropiezos. El primero, sin duda, fue aceptar que en Castilla y León se concertase el primer gobierno de coalición del PP con Vox. Para un líder presuntamente moderado como Feijóo, una incoherencia que incluso el presidente del PP europeo Donald Tusk le reprochó públicamente. Sin embargo, pronto Juanma Moreno logró una mayoría absoluta en Andalucía librándose de tener que pactar un segundo gobierno autonómico con la ultraderecha. Fue en ese preciso instante cuando Feijóo experimentó la misma sensación de victoria de Sísifo de la que hablaba Camus. A las puertas de la cima… y justo antes de que la piedra volviese a precipitarse rodando hacia el cráter humeante del que la había tenido que sacar.

El descenso fue rápido. Después de haber cargado con dureza contra la excepción ibérica, el tope al gas y las medidas energéticas del gobierno tildándolas de “timo ibérico”, toda la Unión Europea comenzó a adoptar medidas similares y a poner de ejemplo a España. Poco después su ambiciosa apuesta por la bajada radical de impuestos también se le atragantó con la dimisión de la primera ministra británica Lizz Truss por haber intentado poner en marcha el mismo programa fiscal que él reivindicaba para España. Y la estocada final a su credibilidad fue la incapacidad de acordar la renovación del Consejo General del Poder Judicial, no porque no quisiera, sino porque Ayuso, que acababa de limpiar la sangre del antiguo presidente del PP de su navaja madrileña, la dirigió hacia el nuevo líder del partido filtrando conversaciones que la situaban a ella como la autora intelectual de la negativa a reformar el CGPJ. Ayuso, al mismo tiempo que se veía inmiscuida en el escándalo de una pésima gestión del caos sanitario madrileño, mandaba el claro mensaje de que ella seguía mandando mucho dentro del PP. La autoridad del jefe gallego se veía fuertemente desacreditada, los temores de volver a la discordia interna de hace unos meses volvían a aflorar y las encuestas reflejaban un claro cambio de tendencia en la opinión de los españoles respecto al nuevo líder popular.

Feijóo arrastró la pesada piedra hasta lo alto de la colina y, viéndose ganador desde allí arriba, olvidó que todavía quedaba más de un año para las elecciones y que mientras sonreía complacido creyendo que ya estaba todo el trabajo hecho, la pesada piedra volvía a descender (junto a las encuestas y su relación con Ayuso) al cráter de donde la había sacado pocos meses atrás. Queda mucho partido y mucha mitología clásica por delante.

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Alán Barroso es politólogo y experto en comunicación política.

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