Disfraz de mujer

El autor del tiroteo que ha asesinado a seis personas en Illinois, Robert E. Crimo, se disfrazó de mujer para no ser identificado como autor del mismo, y de ese modo facilitar su huida.

No fue un acto espontáneo ni impulsivo, sino el resultado de una planificación criminal, porque los criminales también piensan, al contrario de lo que muchos creen.

El tiroteo, uno más en el “país de las armaravillas”, ha puesto de manifiesto dos cuestiones importantes que las posiciones machistas y conservadoras insisten en ocultar por el significado que guardan.

1. La primera de ellas es la vinculación de los hombres y la masculinidad con la violencia. El 95 % de todos los homicidios que se cometen en el planeta, es decir, unos 475.000 cada año, son cometidos por hombres. Este protagonismo de los hombres y su masculinidad es esencial para entender el uso de la violencia en sus diferentes contextos, y cómo ello forma parte de un modelo de sociedad androcéntrico que da entrada a esos comportamientos masculinos dentro de la normalidad, como ocurre con la violencia de género, o como parte de la excepcionalidad criminal, pero siempre bajo lo que los hombres consideran oportuno en cada circunstancia.

Si no se entiende este elemento será imposible erradicar la violencia y abordar sus distintas manifestaciones.

El problema es que, a pesar de ser tan evidente la vinculación entre masculinidad y violencia, cuando se plantea esta relación se dice que se ataca a los hombres, y para ello se manipula la referencia objetiva para decir con los datos comentados que se está acusando de que la mayoría de los hombres son violentos, cuando lo que se dice es que el 95% de los homicidios es cometido por hombres.

Como demuestra el tiroteo de Illinois, lo que es negado por hombres de la política, las instituciones, las empresas, la calle… es algo tan cercano y elemental que los propios asesinos lo saben, y por ello se visten de mujer para pasar desapercibidos como personas violentas y asesinas.

El 95 % de todos los homicidios que se cometen en el planeta, es decir, unos 475.000 cada año, son cometidos por hombres. Este protagonismo de los hombres y su masculinidad es esencial para entender el uso de la violencia en sus diferentes contextos

2. El segundo elemento que pone de manifiesto es la racionalidad de la conducta criminal. A diferencia de lo que habitualmente se piensa con relación a los criminales y a los homicidios, estas conductas son consecuencia de una decisión racional que tiene en cuenta las distintas circunstancias para sopesar los pros y los contras de la conducta de cara a la consecución de los objetivos delictivos, entre ellos el matar a una persona para alcanzar el objetivo pretendido en forma de beneficio material o moral, por duro que nos pueda parecer.

Paul S. Maxim y Paul C. Whitehead hablan de “crimen racional” e insisten en que se trata de conductas que se desarrollan a través de una planificación libre y consciente en busca del resultado pretendido. Todo ese proceso transcurre entre “elementos de macro-racionalidad”, vinculados a los factores sociales comunes a todas las personas, y de “micro-racionalidad” relacionados con factores individuales, tanto en la motivación de la que parte la conducta como en el aprendizaje que pueda existir alrededor de la violencia.

La interacción de los factores de macro y micro-racionalidad es la que da lugar a las diferentes formas de usar la violencia dentro de una estructura social, sin que ésta se vea cuestionada por su presencia. No se trata, por tanto, de conductas irracionales que se escapan al control y a la voluntad de quienes las llevan a cabo, sino de una construcción consciente y voluntaria en un determinado contexto social. Esa es la razón por la que conforme la violencia está más próxima a los valores que definen la sociedad, más se cuestiona como conducta racional para, de ese modo, defender el modelo existente.

Nadie dice que los terroristas de ETA estaban locos o actuaban bajo los efectos del alcohol y las drogas, como tampoco se ha dicho de Robert E. Crimo, autor del tiroteo de Illinois; en cambio, cuando hablamos de violencia de género, que está construida sobre la normalidad de una cultura androcéntrica que la minimiza y justifica, sí es habitual que se hable de problemas con el alcohol, las drogas o de trastornos mentales en el agresor.

De esa forma se intenta evitar que la racionalidad del agresor en la conducta violenta contra las mujeres muestre esa proximidad y armonía con la desigualdad y la cultura que lleva a entender que es normal maltratar a las mujeres, y que si eso ocurre es porque ellas han hecho algo para ser agredidas.

Detrás de esta situación hay toda una elaboración consciente en el uso de la violencia, que necesita ser negada para disfrazarla de hechos puntuales e inconexos propios de cada agresor, y no como una conducta que parte de las referencias comunes que tenemos como sociedad, y llevan a que cada año seamos capaces de generar 60 asesinos de mujeres nuevos desde la normalidad.

Los hombres lo saben y se disfrazan con los planteamientos de las mujeres para decir que con ellos no va a la violencia. Y la sociedad lo sabe y se disfraza con los valores que defiende el feminismo (igualdad, justicia y libertad), para decir que la violencia contra las mujeres no existe, que es violencia doméstica. Esas conductas negacionistas, lejanas a la realidad y pasivas ante los hechos, reflejan la complicidad y la racionalidad de una cultura tras la violencia de género, para mantener la desigualdad y los privilegios masculinos que derivan de ella.

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