Empujar incluso para los que frenan

Era febrero de 1981 cuando Manuel Fraga, presidente de Alianza Popular (antecesora del Partido Popular), exclamó en un mitin en Cataluña: “no es la hora de hacer nuevos experimentos ni es la hora de leyes estridentes como la del divorcio”. Hacía apenas unos meses el gobierno de Adolfo Suárez había presentado un proyecto de ley en el que, aunque con bastantes obstáculos, se reconocía por fin el derecho al divorcio. Las fuerzas conservadoras y religiosas pusieron el grito en el cielo y advirtieron de todos los males que se cernirían sobre la sociedad española en el caso de aprobar esa ley. En palabras del diputado Díaz-Pines, el divorcio era “un mal social irreversible que destruye la institución familiar”.  Numerosas voces se apresuraron a presagiar una avalancha de divorcios a lo ancho y largo de España que destruiría las familias españolas y el alma misma del país. Por fortuna, la ley se terminó aprobando y esa avalancha, evidentemente, nunca llegó. 

Ni era un experimento, ni era una ley estridente, ni era un mal social irreversible, ni destruía la institución familiar. Solamente conquistaba un nuevo derecho y lo ponía a disposición de aquellos que quisieran ejercerlo. Desde entonces el divorcio no solo se ha normalizado completamente en España, sino que además se ha facilitado con posteriores reformas hechas tanto por la izquierda como por la derecha. Y, evidentemente, ha acabado siendo ejercido por todo el mundo, incluso por aquellas personas que en un primer momento pusieron el grito en el cielo ante tal peligrosa novedad.

Ocurrió lo mismo con la despenalización del aborto. Los sectores conservadores lo criticaron mientras anunciaban el apocalipsis y actualmente es un derecho que respalda la inmensa mayoría de españoles, independientemente de su adscripción ideológica, y que, por supuesto, también ejercen con libertad. Ocurrió también con el matrimonio entre parejas del mismo sexo. La derecha entró en cólera contra el gobierno de Zapatero e incluso organizó manifestaciones para protestar contra lo que consideraban que era una perversión del matrimonio y auguraban una destrucción de la familia tradicional. “¡Ahora los hombres podrán casarse entre ellos de broma, verás!”, argumentaban. Nada de eso ocurrió. El matrimonio siguió siendo feliz entre hombres y mujeres mientras al mismo tiempo se permitía ejercerlo con normalidad a otras personas que hasta entonces lo habían tenido prohibido. Una vez más, muchas personas de derechas se acabaron beneficiando de la medida que habían criticado y se casaron con parejas del mismo sexo. De la misma manera ocurrió con la eutanasia, a la que llamaron ley de la muerte pero que, una vez aprobada, se ha convertido en un derecho que pueden ejercer todos, también quienes más la criticaron. Y de la misma forma ocurre con las recientemente aprobadas ley trans y reforma de la ley del aborto.

“¡Ahora los hombres podrán casarse entre ellos de broma, verás!”, argumentaban

Ni saldrán las mujeres en masa a interrumpir sus embarazos en una especie de aquelarre abortista radical, ni los hombres se convertirán masivamente en mujeres para librarse de denuncias por violencia de género. Lo que sí ocurrirá es que dentro de cuarenta años podremos leer en la prensa del futuro un artículo, tal vez escrito por una inteligencia artificial, que como aquí hemos hecho hoy, recordará los argumentos disparatados que se utilizaron en el pasado para oponerse a unas leyes de sentido común de las que, finalmente, todos acabaron beneficiándose. También aquellas ‘personas de bien’ que más las odiaron y criticaron.

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Alán Barroso es politólogo y experto en comunicación política.

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