Humanidad fallida

Si alguien llegara de otra galaxia un 8M y preguntara qué se celebra en todo el planeta ese día, se daría cuenta de que estamos en un lugar que ha fracasado en el principal objetivo de quien lo habita, que debería ser la convivencia en paz.

No se puede ser libre para imponer sus dictados a los demás, ni recurrir a la justicia para dominar a otros, como tampoco se puede hablar de dignidad para discriminar y de igualdad para excluir. Los Derechos Humanos no llevan pronombre posesivo, no son “mi libertad”, “nuestra justicia”, “tu igualdad” o “su dignidad”… Son de todo el mundo y para todo el mundo, y lo son siempre.

El feminismo es consciente de todo ello y ha puesto de manifiesto esta realidad fracasada a partir de la experiencia de las mujeres, con el objeto de transformar la cultura y su deriva para que el destino de la humanidad sea una nueva referencia cultural. Así de grandilocuente, así de simple. No busca cambiar cosas dentro del modelo androcéntrico que define la cultura en cualquier lugar del planeta, sino cambiar el modelo a través de las iniciativas que se proponen.

Se habla de un “Estado fallido” cuando un país fracasa en garantizar el acceso a los servicios públicos a su población, una situación que se suele acompañar de corrupción política, ineficacia judicial, contaminación ambiental, altos niveles de criminalidad e inseguridad, crisis económicas, elevados niveles de pobreza... Bien, pues veamos qué obtenemos al mirar la situación de la humanidad androcéntrica más allá de nuestras circunstancias particulares.

Según el Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo  (PNUD), más de 700 millones de personas (el 10 % de la población), vive en situación de extrema pobreza, 811 millones pasan hambre en el mundo (FAO), y 2.300 millones no tienen una alimentación suficiente, lo cual conduce a que el 22 % de los niños y niñas sufran retraso en el crecimiento, y a que el hambre sea la responsable del 45% de las muertes de menores de 5 años. Y si nos referimos a toda la población, las personas que mueren cada día como consecuencia del hambre y sus causas son 24.000 personas.

Al intentar huir de esas condiciones de vida, más de 4.000 personas fallecen al año al buscar una oportunidad en otros países, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (IOM), aunque es una cifra que subestima la realidad del problema, dado que la mayoría de las muertes en estas circunstancias no son conocidas.

En todos estos grupos, las mujeres y las niñas están sobrerrepresentadas.

Si nos centramos en la violencia, cada año se producen unos 500.000 homicidios, lo cual supone que cada día asesinan a 1.370 personas, el 0’9% de todas las muertes diarias. Los suicidios anuales son unos 700.000, es decir, que cada día se suicidan unas 1.918 personas, el 1,3 % de las muertes que se producen al día. En estas conductas los hombres están sobrerrepresentados como consecuencia de una masculinidad que reproduce la esencia del modelo que los propios hombres han impuesto para toda la sociedad, y en el que la violencia, contra otras personas y contra uno mismo, se entiende como una forma de resolver conflictos y problemas.

El 8M refleja la toma de conciencia de cómo la cultura patriarcal se ha levantado sobre la discriminación y la sumisión de las mujeres, para luego hacer de la desigualdad el argumento que mantenga el modelo y refuerce toda su estrategia

Esa construcción masculina de la violencia es lo que hace que el 58% de todos los homicidios que sufren las mujeres se lleven a cabo por hombres en el seno de las relaciones de pareja y familiares.

Y a estos hechos que ocurren a diario se les unen las crisis económicas que aparecen cada cierto tiempo, las guerras, las catástrofes naturales provocadas en gran medida por la acción humana, etc.

La conclusión es clara, somos una “humanidad fallida”, la realidad lo demuestra.

Los elementos que diferencian al ser humano de otros animales (inteligencia, conciencia, pensamiento, sentimientos...) no han sido utilizados para organizar la convivencia en paz y armonía, sino que se han usado para acumular poder y levantar fronteras entre los países y barreras entre la gente, al entender que las distintas características de las personas deben actuar como elementos de exclusión, y como forma de mantener la desigualdad y los privilegios que se otorgan a sí mismos quienes ocupan las posiciones de poder en cada contexto social. Un reflejo claro de lo que decía el paleontólogo Steven Jay Gould cuando afirmaba que “llevamos miles de años de homonización, pero muy pocos de humanización”.

El feminismo quiere humanizar el planeta, cambiar la deriva de una humanidad fallida que, como escribió el poeta alemán Hans Magnus Enzesberger, es incapaz de distinguir entre destrucción y autodestrucción. El 8M refleja la toma de conciencia de cómo la cultura patriarcal se ha levantado sobre la discriminación y la sumisión de las mujeres, para luego hacer de la desigualdad el argumento que mantenga el modelo y refuerce toda su estrategia, y así continuar el dominio hasta la explotación de las personas y el planeta. Y todo para que algunos disfruten de privilegios a costa de los derechos y la vida de las mujeres, y de cualquier persona situada por esa cultura androcéntrica en una posición inferior.

El 8M es mucho más que un día, es la demostración de que todavía hay solución para una humanidad que no sabe convivir en paz y en Igualdad.

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