IDEAS PROPIAS

Memoria subversiva de los indignados e indignadas

Inmersos en plena campaña electoral tengo la impresión de que ha pasado desapercibida la efeméride del 12 aniversario del comienzo de la movilizaciones del 15-M, que dio lugar al movimiento de los indignados y las indignadas. Me gustaría reparar tamaña amnesia haciendo memoria subversiva de dicho acontecimiento igualmente subversivo que recorrió el mundo entero.  

Los indignados y las indignadas constataron que la crisis económica había servido para que los poderes financieros y empresariales se enriquecieran todavía más, explotaran a la clase trabajadora, se inventaran burbujas inmobiliarias y ganaran dinero especulando con el agua y los alimentos, hasta generar una grave crisis alimentaria.   

Nos recordaron que la llamada “crisis de los mercados financieros” no era originariamente económico—técnica, sino ética, económica y política. En su origen se encuentra el actual sistema social y económico neoliberal, que legitima y generaliza la corrupción en sus diversas modalidades: desfalcos, fraudes, estafas, extorsiones, despilfarro, abusos en el mercado financiero, codicia, falta de control, abusos de poder, falsas informaciones y engaño a la ciudadanía. Prácticas todas ellas apoyadas por la mayoría de los Estados y de sus gobiernos a través de políticas de liberalización de la economía, que genera empobrecimiento en la mayoría de la población mundial y constituye un retroceso en la defensa del bien común y de los derechos humanos, reducidos al derecho de propiedad.

Los indignados y las indignadas consideraron con razón que las respuestas que se estaban dando a la crisis no se orientaban a promover políticas públicas y prácticas emancipatorias y programas de lucha contra la marginación, sino que venían a salvar al capitalismo con la concesión de ingentes sumas de dinero procedentes del erario público para que siguieran enriqueciéndose y extorsionando a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Calificaron de inmorales, insolidarias e injustas las soluciones a la crisis: recorte de salarios, flexibilización y abaratamiento de los despidos, recorte de derechos sociales, reducción de impuestos a las empresas, expulsión de inmigrantes, ya que generaban discriminaciones económicas, culturales, étnicas, sexistas, injusticias estructurales y violencia institucional. Quienes volvieron a pagar las consecuencias de la crisis fueron continentes enteros, regiones, países, pueblos y sectores que nunca disfrutaron de los tiempos de bonanza económica. 

La gente pudo expresarse libremente, respetando todas las opiniones, aun las más dispares. Las decisiones se tomaban democráticamente

Propuestas 

No fue un movimiento que se limitara a protestar o a proponer utopías abstractas, sino que se movía en el horizonte de las utopías concretas pegadas a la realidad para trascenderla. He aquí algunas de las más importantes.

-Reforma de la actual Ley electoral por injusta, ya que penaliza a los partidos pequeños y premia a los grandes, y no respeta el principio democrático “una persona, un voto”. No todos los votos valen lo mismo.

- Democracia participativa a partir del clamor de los indignados y las indignadas: “Que no, que no nos representan, que no”, ya que se considera que la democracia representativa es una ficción o caricatura de democracia. Por lo que se luchaba era por una democracia en la que los ciudadanos y las ciudadanas asumiéramos el protagonismo de la política, la economía y la cultura, y no lo dejáramos en manos de los “profesionales”; una democracia de base que no se redujera a votar cada cuatro años y a los debates parlamentarios, sino que se practicara en las calles, las plazas, las escuelas, las universidades, los lugares de trabajo, la familia, las asociaciones, etc. El objetivo era regenerar la cultura democrática, que desde hace tiempo daba nuestras de obsolescencia, cansancio y agotamiento. 

- Democracia económica frente a la dictadura de los mercados, que imponen sus políticas neoliberales a los gobiernos, con frecuencia ejecutores de la política voraz de esos mercados. El mundo no puede seguir siendo un gigantesco mercado, ni los habitantes del planeta meros consumidores. Como rezaba una pancarta en Sol: “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Ello implica elaborar una teoría de la des—mercantilización de la vida y de las relaciones sociales.

-Lucha con instrumentos legales y penales eficaces contra la corrupción.

- Contra los paraísos fiscales que perpetúan la injusticia fiscal y a favor de una justicia fiscal global. Ello exige luchar contra el fraude fiscal para que las grandes fortunas paguen los impuestos que les corresponden, implantar la transparencia bancaria y la rendición de cuentas, eliminar el secreto bancario y evitar, así, la corrupción.

     - Establecimiento de la Tasa Tobin, que consiste en la imposición de un gravamen sobre las transacciones financieras, especulativas, internacionales con el triple objetivo de controlar los mercados, evitar la fuga de capitales y obligar a pagar a los causantes de la crisis.

Muchas de las reivindicaciones y propuestas siguen todavía pendientes y justifican movilizaciones populares. ¿Por qué no se producen?

La Indignación se dirigía contra los cuatro poderes: el financiero: la Banca y las agencias de calificación o, mejor, de descalificación; el político: los dirigentes aislados de la ciudadanía; el militar: Ejército—OTAN; el mediático: los grandes grupos de comunicación y los censores de internet. 

No se trataba de protestas y propuestas desordenadas e infundadas, sino pegadas a la realidad que querían transformar pacíficamente. Teníamos razón y razones para indignarnos, respondiendo a la llamada de Stéphene Hessel “¡Indignaos!”, que era todo “un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica”. Había —y sigue habiendo— razones para reaccionar porque, en palabras de José Luis Sampedro, “el sistema reclama un cambio profundo que los jóvenes entienden y deberán acometer mejor que los mayores atrapados en el pasado”.

Teníamos razones para actuar y movilizarnos, como pedía —exigía, mejor— Stéphene Hessel: “Frente a los peligros que afrontan nuestras sociedades interdependientes es tiempo de acción, de participación, de no resignarse. Es tiempo de movilizarse, de dejar de ser espectadores impasibles. Corresponde a la comunidad intelectual, artística, científica y académica, pero más a los ciudadanos, asumir este nuevo compromiso. Es hora de actuar”.

Los indignados y las indignadas expusieron sus razones con argumentos sólidos y difícilmente rebatibles, sin violencia, asintiendo y disintiendo, a través de intensos y disciplinados debates. Las acampadas fueron un ejemplo de república autogestionaria y de democracia participativa. La gente pudo expresarse libremente, respetando todas las opiniones, aun las más dispares. Las decisiones se tomaban democráticamente. Por mor del movimiento de los indignados y las indignadas, las plazas, los parques, las calles y las grandes avenidas se convirtieron en ágoras para el debate de ideas, en lugares de ejercicio de la ciudadanía y en espacios desde donde hacer política.

Muchas de las reivindicaciones y propuestas siguen todavía pendientes y justifican movilizaciones populares. ¿Por qué no se producen? 

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Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones "Ignacio Ellacuría" por la Universidad Carlos III de Madrid.

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