La portada de mañana
Ver
Cinco reflexiones cruciales para la democracia a las que invita la carta de Sánchez (más allá del ruido)

Salvemos nuestras sobremesas

En la tribuna de invitados del Congreso no está permitido grabar pero no tiene mucho sentido hacerlo: no se oye al orador. Si un día burlan la vigilancia de los ujieres y toman un vídeo pueden hacer un ejercicio interesante: quitar el sonido a las imágenes. Ahí tendrán la prueba más ilustrativa de hasta qué punto la política nacional vive instalada en una crispación insoportable. Verán manos sobre las mejillas, dedos que señalan, puños sobre la mesa. Algunos brincan en el escaño. Otros patalean. Gestos airados. Bocas abiertas de par en par. Cabezas que niegan.

Con las palabras tan gastadas ya, la crónica del lenguaje corporal de sus señorías puede resultar más agresiva que el tren de voces que emitimos en la radio después de los plenos. Son tan habituales, que nos hemos acostumbrado a las acusaciones de golpismo y a las cataratas de insultos, que caen en el vertedero del diario de sesiones sin efecto alguno, como el monótono sonido de la lluvia de este diciembre de borrascas, como el “felices fiestas” que deseamos como un acto reflejo.

Porque es Navidad podríamos tener la tentación de apelar al propósito de enmienda para el curso que viene, pero mejor no engañarnos. Cuando salgamos de las frases en almíbar volveremos a caernos de cabeza en las trincheras electorales del año nuevo, que se parecerá demasiado al viejo porque hay un tema en el que la oposición no ha perdido la coherencia: desde el mismo día que comenzó la legislatura considera que son urgentes unos nuevos comicios.

Votaremos en 2023. Todo llega. Se medirán entonces las estrategias de cada partido y los humores ciudadanos. A saber en qué andamos cada uno de nosotros cuando se abran las urnas, que es cuando muchos deciden a quién castigan. Porque votar, a veces, es una venganza personal. Por casi nada en concreto y por casi todo, aunque ahora la polarización ambiental añada tensión a la íntima decisión de elegir.

A veces, es una venganza personal. Por casi nada en concreto y por casi todo, aunque ahora la polarización ambiental añada tensión a la íntima decisión de elegir

A saber qué queda para entonces de los asuntos que han incendiado las últimas sesiones parlamentarias y las trifulcas de las reuniones de esta Navidad, la primera después de dos años sin restricciones y sin miedo al virus. Como tenemos la suerte de poder olvidar, hemos vuelto a compartir espacios cerrados, vasos y besos aunque estemos más lejos que nunca. Derrotada la distancia física, el debate público nos empuja a los extremos. Al señalamiento de los malos porque nosotros somos los buenos. A la irritación y la negación del otro.

Al ruido, que ensordece la conversación mientras se llenan las copas y se vacían los platos en la mesa de nuestras contradicciones y las pequeñas venganzas que andamos tramando. Que alguien coja el móvil, que grabe, que le quite el sonido y que escrute los gestos de los comensales. Y que lance la voz de alerta si lo que ve es peor de lo que se oye. Que mande parar si es preciso. La degradación de la democracia no es cosa solo de España, Trump y Bolsonaro llegaron antes, pero también es cosa nuestra. No se arregla con grandes palabras pero quizá se empieza por no escupir las más gruesas. Preservar la convivencia nuestra de cada día con el diferente es todo un comportamiento democrático, que no se limita al ejercicio del voto. Salvar nuestras sobremesas navideñas puede ser un gran principio. Brindemos por ello. 

Más sobre este tema
stats