20 años del nacimiento de la Ciudadanía Global

Xoán Hermida

Dentro de unos días se celebrarán 20 años desde lo que se puede interpretar como la primera movilización global de la historia. La causa de la paz, incorpórea y ecléctica donde las haya, fue la conectora de un descontento social con los primeros pasos con los que las grandes potencias y corporaciones estaban orientando la globalización.

El presidente de USA, George W. Bush, venía de acusar a Irak de formar parte del ‘eje del mal’ junto con Corea del Norte e Irán, desencadenando la invasión de este país en el 2003 bajo pretexto de que contaba con gran cantidad de armas de destrucción masiva y de mantener vínculos con Al Qaeda. La sospecha para una buena parte de la población era que, detrás de la excusa de la existencia de peligrosísimas armas de destrucción masiva en manos del gobierno de Sadam Hussein, se escondía una gran mentira para favorecer determinados intereses económicos y reorientar la política internacional que en los siguientes años, indistintamente de la orientación política de los inquilinos de la Casa Blanca hasta Biden–, tuvo como elemento central el fantasma del islamismo y el laissez faire a Putin y otros totalitarismos reales que con el tiempo se determinaron más peligrosos para las democracias.

En la coalición que se conformó para impulsar la invasión, denominada Coalición de la voluntad, España no participó con tropas en las acciones directas pero hizo algo más grave desde el punto de vista simbólico: apadrinar junto con Reino Unido y EE.UU. la declaración de guerra en la conocida como Cumbre de las Azores (Tony Blair, José María Aznar y George W.Bush, 16 de marzo de 2003).

Desde el 15 de febrero de 2003, fecha en la que se convoca la primera movilización global contra la guerra por parte de una alianza de ONGs y movimientos sociales, hasta el 20 de marzo de 2003, cuando se produce el inicio de la intervención militar, en prácticamente todas las capitales del planeta se movilizan millones de personas en lo que se entiende como la primera movilización global de la historia. La existencia de vías alternativas de información y coordinación por internet y las redes construidas por los nuevos movimientos sociales fueron determinantes en el apoyo masivo a las movilizaciones y en su carácter global. El 15 de febrero de 2003, el grito de "¡No a la Guerra!" congregó en Madrid a dos millones de personas, en la mayor manifestación por la paz celebraba en España desde la del 23 de febrero de 1986, semanas previas al referéndum de ingreso en la OTAN, contra la entrada de España en la organización atlántica y que congregara cerca de 1.000.000 de personas.

40 años nos separan del ingreso de España en la OTAN (1982) y 20 años de las movilizaciones contra la guerra de Irak.

En estas cuatro décadas ha mudado todo, y más. Las primeras grandes movilizaciones por la Paz en España tenían como marco la Guerra Fría y la carrera armamentística entre los dos bloques ideológicos. Las segundas tenían como contexto el pretexto de la guerra contra el terrorismo islámico y la reorientación global de los peligros.

Bien es cierto que los nuevos movimientos sociales —fundamentalmente el feminismo de nueva generación, el ecologismo y el pacifismo— no tienen la estructura organizativa del movementismo clásico, responden a nuevas realidades organizativas y a una sociedad más líquida, pero quizás el pacifismo es de los tres el que se comporta como el más volátil y dependiente de las agendas mediáticas.

Siendo esto así, que el pacifismo es un movimiento frágil en el sentido de capacidad de implantación local, la realidad es que la contienda por la Paz es la que concita más simpatías, la que tiene una transversalidad mayor, y la que en su momento inauguró el nacimiento de la ciudadanía global.

Entonces si esto es así, cabe preguntarse por qué hoy, que vivimos una guerra de trascendencia global como la propiciada por la invasión de Rusia a Ucrania, parece que está ausente y no tiene los niveles de respuesta ciudadana de otros momentos.

Seguramente existen factores de contexto político, que hay que señalar, pero por supuesto también corresponde al movimiento pacifista hacer una reflexión sobre los cambios que han tenido lugar en estas últimas cuatro décadas.

Por otro lado, no convendría engañarse. Que no haya una presencia en las calles (en forma de manifestaciones) del pacifismo no quiere decir que no exista un rechazo amplio de la guerra de Ucrania (hasta un 92% según diversos sondeos) o que en los países de Europa no se tenga claro que el responsable de la misma es Rusia (alrededor de un 86% de promedio en la población de la UE).

Entonces, ¿qué puede pasar?, ¿Dónde está el pacifismo?, o para ser más preciso: ¿Dónde están los pacifistas y las élites intelectuales y de la cultura otra hora activos hasta la hiperactividad?

Hay acontecimientos que son catalizadores simbólicos de nuevos tiempos. Lo transforman todo y exigen de las activistas, en este caso por la Paz, inteligencia para re-situarse y actualizar su ideario.

La caída del Muro de Berlín (1989) abrió un período de optimismo global. Caía el último de los grandes totalitarismos que habían tenido presencia en el siglo XX y a partir de ahí realidades como la OTAN empezaron a ser observadas de manera diferente por la población.

Otro acontecimiento importante fue la Guerra de Irak (2003). La ciudadanía por vez primera se organizaba a un mismo tiempo a nivel global. Los principales gobiernos neocon asumían como enemigo fundamental el islamismo y no tenían problema en colaborar con antiguos enemigos como Rusia, incluso a costa de dejarles jugar un papel de matón regional, reiniciar un mensaje radical de odio a los principios democráticos e incluso, como fue el caso de Europa, generar dependencias energéticas que con el tiempo se han observado peligrosas.

La guerra de Ucrania (2022) es otro de esos grandes acontecimientos conectores. Está por cambiar la perspectiva que teníamos del mundo, está por (re)situarse la contradicción principal entre democracia y totalitarismo, está por sacar a la luz el ensimismamiento europeo de los últimos años y ha sido un factor clave en el declinar de un populismo que, indistintamente de izquierda o derecha, no ha dudado en mostrar simpatías con el invasor.

La historia va a tener un antes y un después de la Guerra de Ucrania al convertirse en el último capítulo, aplazado, de la Guerra Fría. Los movimientos sociales y las fuerzas progresistas, que no lo hicieron con la caída del Muro de Berlín, van a tener que repensar toda su pirámide de valores se quieren sobrevivir en la nueva realidad.

Ya no llega con un anti-americanismo primario e infantil que concentra en la OTAN todos los males del planeta.

El movimiento pacifista tiene que preguntarse cómo se pasó de movilizaciones de millares de personas contra la OTAN, hace tres décadas, a una protesta de escasos centenares contra la pasada Cumbre de la misma en Madrid

La OTAN, una alianza que hasta el inicio de la Guerra de Ucrania tenía una crisis existencial, se ha reactivado y ha adquirido nuevos apoyos impensables hasta el momento.

Solicitudes de ingreso en la OTAN de países de clara trayectoria en defensa de los derechos humanos y de neutralidad activa, como Suecia y Finlandia, o el apoyo de sectores progresistas de la sociedad no son algo nuevo en los últimos años, pero ahora adquieren un nuevo impulso.

Desde la caída del Muro de Berlín, para amplios sectores ciudadanos, la OTAN ya no está vista como un problema sino como una solución. El movimiento pacifista tiene que preguntarse cómo se pasó de movilizaciones de millares de personas contra la OTAN, hace tres décadas, a una protesta de escasos centenares contra la pasada Cumbre de la misma en Madrid.

¿Cómo se pudo pasar de un rechazo del 43% del electorado en el referéndum de 1986 a un rechazo del 6% en la actualidad, según el CIS?

Sin duda entre las motivaciones de ese cambio de percepción está la aparición de nuevos peligros reales para nuestras sociedades, la inutilidad de la ONU en la resolución real de conflictos y, obviamente en el caso español, en la evolución del ejército desde la entrada en la OTAN, clave en el fin del servicio militar o en la democratización de un ejército golpista heredado del franquismo.

En cuanto a reacción social contra la Guerra de Ucrania no deberíamos dejarnos engañar por las apariencias. Efectivamente no existen las movilizaciones de hace dos décadas. Dudo que hoy por hoy hubieran sido posibles porque el marco de protesta se transformó. Como antes indicaba, todos los estudios demuestran un claro apoyo a la paz y la causa ucraniana entre la población europea y española. Igualmente son múltiples las iniciativas de la sociedad civil en recogida de ayuda humanitaria o en ser receptores de la avalancha de refugiados que en un primero momento de dificultad salieron del país.

No existe la modalidad de movilización en la que más a gusto se encuentra la izquierda tradicional –la manifestación en la calle– pero deberíamos ser conscientes de que en nuestras sociedades democráticas existe un repertorio de movilizaciones muy amplio, con perspectivas diferentes según el espacio social o cultural, y que no siempre las mayorías ciudadanas se corresponden con la imagen que de ellas algunos "activistas" puedan tener.

En la ausencia del repertorio de movilización tradicional de la izquierda tienen, sin lugar a dudas, responsabilidad los influencer progresistas –intelectuales, activistas, artistas, políticos, etc.– que en caso de que el imperialismo amenazante sea de corte liberal ponen toda la carne en el asador mientras que cuando el agresor es un caudillo "antimperialista" se ponen de perfil o inician una perífrasis verbal de tal manera que el agresor de la nación soberana se convierte en un eslabón intermedio entre la OTAN y el país invadido, de tal manera que el sujeto más peligroso ya no es el país agresor sino, en última instancia, los Estados Unidos.

Es en esta hipocresía donde el "pacifismo orgánico" pierde su autoridad. Durante estos meses se han escrito por parte de intelectuales y personas de la cultura críticas a la invasión de Ucrania con el argumento circunstancial del "grave error de Putin ya que la misma (la invasión) fortalece a la OTAN".

Siendo verdad que la invasión de Rusia ha sido un factor clave para fortalecer la OTAN o sacudir a Europa del ensimismamiento en el que habitaba, o ha revitalizado los valores de los principios democráticos; la primera condena que se debe hacer de la invasión debe ser humanista y ética. Sin lugar a ambigüedades. El movimiento por la paz tiene muchos retos de actualización, pero el primero es de desligarse de los ‘influencer’ del pacifismo oportunista e ideológico y marcar un campo de objetividad, sin tutelas ni esquemas propios de la Guerra Fría.

De las tres categorías que, por origen y desarrollo, pueden observarse en una perspectiva pacifista: el pacifismo político –meramente táctico–, el pacifismo democrático –claramente estratégico– y el pacifismo moral –únicamente ético–,   el primer ´pacifismo’ no es de mi interés. Seguramente sea el ético el que debería guiar nuestros pasos, aunque es el democrático el que, en los tiempos en los que hay que defender lo obvio –la democracia–, es más necesario.

En todo caso son las dos últimas categorías, especialmente la última, las que más nos deberían interesar y de las que más necesitada está la comunidad internacional en el camino definido por Inmanuel Kant en su obra Sobre la paz perpetua, en la que podemos vislumbrar la base de lo que hoy define la actual comunidad internacional, y que los totalitarismos pretenden liquidar.

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Xoán Hermida es historiador y doctor en ciencias políticas y gestión pública.

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