Un barquito chiquitito (rumbo a Gaza)

Había una vez un barquito chiquitito que navegaba por aguas del Mediterráneo rumbo a Gaza. Y aunque sabía que al otro lado del horizonte aguardaba un gran monstruo dispuesto a engullirlo, el barquito siguió navegando porque su destino es llevar un mensaje de humanidad a gentes martirizadas por las bombas, el hambre, la destrucción minuciosa y sistemática de su mundo y de sus vidas frente a la inacción y la complicidad de gran parte del mundo: las gentes de Gaza.

El barquito lleva el nombre de Handala, esa figura creada por el gran dibujante palestino Nayi Al Ali en los años 80 del pasado siglo que, junto a la kufiye de cuadros blancos y negros o el olivo milenario, es símbolo de Palestina... Handala lleva la cabeza gacha con cuatro pelos tiesos en lo alto, los pies descalzos y las manos entrelazadas a la espalda en postura de pensador peripatético, pero no es un sabio sino un niño; tiene entre 10 y 11 años, la edad que tenía su creador cuando, junto a su familia y sus vecinos, fue expulsado de su pueblo. Y se convirtió en refugiado. Un niño de Palestina.

El pueblo de Nayi Al Ali se llamaba As-Shayara, en la región de Galilea, distrito de Tiberiades, pero ya no existe. La aldea fue atacada por tropas del Haganah, la principal milicia sionista y embrión del ejército israelí, el 1 de mayo de 1948; todos sus habitantes fueron expulsados, después dinamitaron las viviendas y el terreno fue allanado con excavadoras. El nombre de As-Shayara, el pueblo de Nayi Al Ali y de su criatura, el niño Handala, fue borrado del mapa. ¿Borrarán también el nombre de Gaza de los mapas, cuando hayan completado el genocidio?

Un barquito chiquitito frente a la imponente mole de la armada israelí dispuesta a cerrarles el paso, secuestrarlos, impedir por todos los medios, asesinato incluido, que arriben a las costas de Gaza

Al niño-viñeta Handala no le vemos la cara porque nos da la espalda. No quiere vernos. No quiere ver el mundo en el que poderosos traficantes de muerte procuran las armas con las que el ejército israelí mata todos los días a su madre, a su padre, a sus hermanos, a sus abuelos, a sus compañeros de escuela, a sus maestros… No quiere ver la sonrisa hipócrita de una tal Úrsula que habla de derechos humanos mientras da amistosas palmaditas en la espalda al jefe de sus verdugos, un tal Benjamín Netanyahu, ni al canalla de Donald Trump que se frota las manos anunciando el negocio que hará cuando ya no queden más Handalas que matar en Gaza. 

Un barquito chiquitito frente a la imponente mole de la armada israelí dispuesta a cerrarles el paso, secuestrarlos, impedir por todos los medios, asesinato incluido, que arriben a las costas de Gaza. Lo han hecho otras veces, asesinaron a 10 personas en el asalto al Mavi Mármara en mayo de 2010, lo hacen  porque tienen la fuerza para hacerlo y saben que son impunes, que no pagarán por su crimen.

Un barquito chiquitito, como una cáscara de nuez mecida por las olas, con un grupo de hombres y mujeres a bordo representando la poca dignidad que queda en Europa, navega rumbo a Gaza. Se llama Handala, es el símbolo de la infancia palestina, la que yace bajo los escombros de Gaza y la que sobrevive esperando el gesto, la voluntad, la decisión que los salve.  

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Teresa Aranguren es periodista y escritora. Acaba de publicar ‘Palestina. La existencia negada’.

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