El cóctel defensivo de Putin: un relato, la rivalidad por el poder con Occidente y una vertical de poder en Rusia

Ana Cabirta Martín

La construcción de un relato justificador con referencias históricas, el posicionamiento como la alternativa al poder militar de la OTAN y una férrea centralización del poder en el Estado ruso son los ingredientes que Putin lleva amasando durante dos décadas y que, ahora, le sirven como palancas de acción en el conflicto de Ucrania.

Las tropas rusas no dejan de avanzar hasta Kiev, la que un día fuera la capital de la Rus de Kiev; el primer Estado eslavo ortodoxo, fundado en 882 y constituido por los territorios que serían las actuales Bielorrusia, Ucrania y Rusia occidental. Esta unión histórica es la base del argumentario que utiliza Vladímir Putin para justificar su “operación militar” en Ucrania.

Lo que el autócrata ruso no permite narrar en los medios de comunicación de su país es que no está teniendo ningún reparo en invadir el territorio que él considera “parte del pueblo ruso”.  Tampoco se hacen eco los medios del interior de las fronteras del Kremlin de los disparos y bombardeos que se están produciendo diariamente contra los civiles ucranianos.

Por su parte, desde el pasado 24 de febrero los telediarios occidentales reproducen impactantes imágenes que muestran el horror de la guerra, mediante asedios y ataques a objetivos tan vulnerables como hospitales de maternidad. También aparecen en los noticieros los distintos caminos que ya recorren más de 2 millones de personas, forzadas a abandonar sus hogares en Ucrania, constituyendo el éxodo de refugiados más rápido desde la II Guerra Mundial según las Naciones Unidas.

Para arrojar algo de luz sobre la complejidad de este conflicto, es necesario subrayar que el sentimiento belicista hacia Europa lleva años fraguándose en el seno del Kremlin, a pesar de que hasta ahora Rusia había respetado ciertos límites con los territorios europeos. Es importante recordar que no es la primera vez que Putin se salta las restricciones del derecho internacional, pues ya lo hizo en lugares como Chechenia o Siria. Estos territorios fueron arrasados por bombardeos contra civiles e infraestructuras, con el objetivo de atemorizar a la población de Grozni y Alepo. Un escenario que, lamentablemente, se repite estos días en ciudades ucranianas como Mariupol.

La Rusia de Putin, un peligro manifiesto para Europa

Ya en 2015 la experta e investigadora principal del Real Instituto Elcano, Mira Milosevich-Juaristi, explicaba que la Rusia de Putin nunca será un socio para la paz de Europa, sino un rival en el poder, y que cualquier aproximación de la Unión Europea y de la OTAN a sus fronteras sería vista como una amenaza a la seguridad nacional, a la que habría que responder con fuerza militar. Además, tras hechos como la crisis de la deuda soberana en Grecia, el Brexit, y demás disputas internas, Europa no ha sido visto como un rival unido y preparado para responder a un potencial desafío que pudiera plantear la cada vez más armada Rusia.  

Asimismo, tras la adhesión de Crimea a Rusia y la posterior expulsión del Kremlin de un grupo tan poderoso a nivel mundial como el antiguo G8, Serguéi Lavrov, ya entonces ministro de Asuntos Exteriores ruso, se encargó de remarcar que las sanciones económicas no son medidas que preocupen a Rusia.

Ahora, la situación internacional es inquietante a la par que dolorosa: un planeta entero está intentando adivinar qué aristas conforman la estrategia militar de Putin o, al menos, descifrar cuál será el siguiente paso en el plan de un líder que no respeta ni los corredores humanitarios y que “coquetea” con la posibilidad de utilizar armamento nuclear. Cabe preguntarse entonces cómo ha conseguido Putin, un exespía que no sobresalía entre las filas de la KGB, articular la vertical de poder que lleva dos décadas consolidándose en terreno ruso y que le permite ser el eje de toda la autoridad del Kremlin.

Una vertical del poder consolidada en toda Rusia

El país más extenso del mundo cuenta con un líder cuya potestad se extiende por sus 17 millones de kilómetros cuadrados. Esto se debe a que desde que llegó a la presidencia rusa en el año 2000, Vladímir Putin dedicó grandes esfuerzos a ir centralizando el poder en el Estado, ejecutando lo que él mismo denominó la “vertical del poder”.

Tal y como señala el historiador Geoffrey Hosking en su libro Una muy breve historia de Rusia, Putin impuso de una manera despiadada el control nominal ruso sobre Chechenia, desplegó toda una estrategia de simplificación de impuestos para convertirlos en fáciles de entender y también de evadir, pero sobre todo reforzó el poder del Estado mediante las redes personales.

Los gobernadores de las regiones dejaron de ser cargos electos y fueron sustituidos por líderes nombrados y controlados desde Moscú, un hecho que se justificó como medida antiterrorista tras atentados como los producidos en dos edificios de viviendas de Moscú en 1999. Asimismo, una vez en el poder, Putin fortaleció el peso de su partido, Rusia Unida, sobre el parlamento de la Duma, de manera que esta fuerza política mayoritaria pasó a gozar del estatus de mayoría progubernamental permanente.

En cuanto a los oligarcas y magnates rusos, el presidente se encargó de dejarles claro que cuanto más alejados se mantuvieran de la política, menos posibilidades tendrían sus fortunas de ser investigadas. Prueba de ello fue el arresto de Mijail Jodorkovsky, oligarca pero también potencial candidato a la presidencia. Tras su detención, la empresa petrolera de Jodorkovsky, Yukos, pasó a estar controlada por miembros del gobierno ruso.

Otro de los aspectos diferenciales del liderazgo de Putin ha sido la presión ejercida sobre los medios de comunicación, a través su doctrina llamada “seguridad de la información”. Así, desde el año 2000, el presidente ruso ha ejercido un estricto control sobre los medios y ejecutando una fuerte censura. La periodista asesinada en 2006, Anna Politkovskaya, cuyo caso fue cerrado en octubre de 2021 sin conocerse quién fue la persona que encargó su asesinato, escribió en su libro La Rusia de Putin: “Nos precipitamos de nuevo a un abismo soviético, a un vacío de información que anuncia la muerte por nuestra propia ignorancia”.

Con todo, la sensación de libertad de expresión y la forma de vida que poseían los ciudadanos de Rusia en el año 2000 se ha ido evaporando a medida que su autócrata líder ha ido acumulando años en la presidencia. En el interior de Rusia se ha abierto una brecha entre gobernantes y gobernados que en Europa no llegamos ni a imaginar. Al mismo tiempo, Putin ha ido construyendo un relato de necesidad defensiva y una actitud desafiante hacia Occidente. 

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Ana Cabirta Martín es periodista especializada en información internacional y especialista en comunicación de empresas internacionales.

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