La contrarrevolución ya está aquí

Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares

Mientras el nuevo inquilino de la Casa Blanca exhibe, urbi et orbi, sus delirios de grandeza como órdenes ejecutivas y linchamientos públicos, Europa, más necesaria que nunca, trabaja para intentar garantizar su seguridad, con un objetivo que habría parecido esotérico hace muy poco tiempo: organizar su defensa contra el lado oscuro, para proteger su modelo democrático y social de prosperidad compartida. Y todo ello en un momento especialmente difícil; los grandes retos que se avecinan encuentran a la humanidad en una época de grandes cambios, algunos potencialmente catastróficos como la emergencia climática o la crisis geopolítica. Estamos también en plena revolución digital. Una parte del mundo está entrando de lleno en la inteligencia artificial (IA; machine learning), en un universo fake de hechos alternativos y realidades virtuales, mientras otra parte está luchando por no quedar atrapada en el túnel del tiempo analógico.

El Machine learning es una tecnología muy poderosa que se basa en la combinación de operaciones estadísticas y el análisis de la información que extrae de la sociedad. En ese bucle se genera y multiplica su capacidad de polarización, que es enorme, mediante la inyección continua de datos falsos y/o interesados en una dirección determinada. Los algoritmos, que operan y se retroalimentan con nuevos datos, van minando las democracias con ideas negacionistas y falsedades que extienden la desinformación a todos los rincones.

Para los tecnócratas y oligarcas que quieren mover los hilos el mundo, como hacía Chaplin en 'El gran dictador', hay una prioridad: destruir desde dentro las instituciones democráticas

Pero hay en esta cuestión algo más, que convierte esta tecnología en una amenaza de primera magnitud. Cada día que pasa está más claro que para los tecnócratas y oligarcas que quieren mover los hilos el mundo, como hacía Chaplin en El gran dictador, hay una prioridad: destruir desde dentro las instituciones democráticas, porque para ellos la democracia sería un lastre, que solo sirve según estos personajes para frenar la innovación, con sus deliberaciones, regulaciones, controles y procedimientos. En función de esos postulados, Europa estaría en el centro de la diana. Un problema añadido es que tal amenaza no es un juego, va en serio, y viene del corazón del imperio. Soplan vientos imperiales con áreas de influencia y con un lamentable desarrollo armamentístico, que nos quieren llevar hacia un mundo sin más regla que la ley del más fuerte, más autoritario y violento.

Pasando de lo general a lo particular; hemos visto cómo el presidente y vicepresidente de Estados Unidos acosaban y acorralaban al presidente de un país invadido en el despacho oval, y en espectáculo televisado; hemos visto la compatibilidad en tiempos digitales con la apoteosis de la sociedad espectáculo, el homo videns del que hablaba Giovanni Sartori, en que la palabra ha sido desplazada por la imagen. Es la prueba de que, en el mundo digital, esclavos de la autoexposición, del espectáculo y de lo inmediato, hemos terminado por doblegarnos a las exigencias de la dictadura audiovisual. Seguro que cuando los dirigentes europeos vieron las imágenes se quedaron atónitos. Seguro que vieron pasar por sus mentes todos los cambios que llegaban: aquello no iba de promover consensos, sino que iba de imponer el diktat imperial sobre los más débiles y sobre una de sus áreas de influencia, o sea, la Unión Europea.

Pero volvamos a lo general; nos deslizamos peligrosamente hacia un mundo regido por la ley del más fuerte. Si nos hubieran dicho hace unos años que iba a pasar todo esto no habríamos dado crédito. Aunque, a decir verdad, los que nunca confiamos en el tío Sam no estamos muy sorprendidos (no nos olvidamos del golpe contra Allende ni de las mentiras alrededor de las armas de destrucción masiva). A Europa, por su parte, le ha llegado el momento de la prueba de fuego con las negociaciones en torno a Ucrania. Y lo cierto es que la UE tiene medios para imponer su presencia en las conversaciones de paz, entre otras cosas porque tiene la experiencia diplomática, el compromiso con la ONU y el derecho internacional, junto a las tropas necesarias para supervisar los acuerdos sobre el terreno, cosa que los Estados Unidos no tienen ni quieren. Paralelamente, y después de sus últimas bravuconadas, con Trump vociferando frívolamente sobre la tercera guerra mundial y privando a Europa de cooperación en el ámbito de la inteligencia, ha quedado claro lo siguiente: Europa tiene que construir una industria para una defensa disuasoria propia, con un mercado unificado de defensa y que, al tiempo, garantice una cadena de suministros segura.

Se trata de esperar lo mejor y prepararse para lo peor. Para ello, la UE debe avanzar en su integración política, de derechos humanos y de contenido social como referente global. Al tiempo, debemos dar un salto en la seguridad y la defensa común. Para lograr estos objetivos, la Comisión Europea tendrá que vencer la resistencia beligerante de la ultraderecha antisistema. Recordemos que en varios países europeos es muy significativa la presencia, con poder legislativo, de importantes fuerzas antisistema con verdaderos troyanos al frente (Ayuso-Abascal, Le Pen, Orbán, Meloni...), que ponen a sus países en orden de saludo del lado del trumpismo. Pero Europa debe vencer también la nostalgia y el autoengaño del falso relato de que todo lo ocurrido ha sido solo un mal sueño y de que al despertar volveremos, como en la pandemia, a la nueva normalidad.

Tenemos que reconocer que los consensos internacionales han sido dinamitados y que Trump y los Estados Unidos han dejado de ser, si es que alguna vez lo fueron, unos aliados mínimamente fiables. Que ahora solo buscan estrechar sus relaciones con el otro imperio de Rusia, con quien pretenden negociar sus respectivas áreas de influencia en un nuevo reparto de Europa, para luego volver su vista hacia China. Frente a esto, la Unión Europea sigue siendo la gran reserva democrática del mundo, y debe ponerse de acuerdo con los países que esperan de ella que defienda sus valores y ejerza su función de contrapeso de unos imperialismos que, sin más reglas que el poder y el interés, buscan reconquistar viejos espacios y conquistar, por todos los medios, otros nuevos.

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Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares son médicos.

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