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Las elecciones que cargó el diablo

José Sanroma Aldea

En memoria de Juan Canet, Joaquín Macías, Bienvenida Gómez, Francisco Javier Servant, militantes de ORT fallecidos en accidente de tráfico el 6 de junio de 1977, cuando se dirigían a Cabeza del Buey para intervenir en un mitin. Más de 30.000 personas en las calles de Mérida acompañaron su entierro. Juan, abogado laboralista; Joaquín, líder jornalero; Bienvenida y Francisco, jóvenes de 18 años.

  I

ANTES DE LAS ELECCIONES

Si las elecciones pueden ser consideradas armas en la lucha política, aquellas del 15 de junio de 1977 las cargó el diablo. El diablo del voto. Precisamente contra quienes las hicieron posibles con la Ley para la Reforma política (LRP) aprobada el 18 de noviembre de 1976 por 435 de los 531 procuradores de las Cortes franquistas y plebiscitada el 15 de diciembre de 1976 con el 94% de votos a favor y un 77% de participación del censo. El objetivo no era la democracia sino averiguar qué pensaba el pueblo. Así se lo explicaba Primo de Rivera, al que le tocó defenderla, en aquellas Cortes. Y pagaron por su desconocimiento imprudente, no por su generosidad, cuando comprobaron lo que quería el pueblo.

Los que mangoneaban las Cortes franquistas habían calculado su mayoría absoluta en el nuevo Congreso y nuevo Senado. Querían pasar de la dictadura franquista a una "democracia a la española", dictablanda en la forma de monarquía, heredera de Franco. Los reformistas del régimen gobernarían el nuevo tiempo, se acomodarían a él y lo acomodarían a sus necesidades.

En la teoría todo había quedado atado y bien atado por el dictador y creían moldeable el entramado institucional del Estado, en cuya cima estaba el rey respaldado por las Fuerzas Armadas. En la realidad "Atado y mal atado", según el título que dio a uno de sus libros el colaborador habitual de infoLibre Ignacio Sánchez-Cuenca. Así que no fué la generosidad de aquellos procuradores franquistas sino su mal cálculo y su avaricioso egoísmo lo que les perdió. El voto popular fue el que desbarató las previsiones.

Arias Navarro antes, en abril de 1976, también había prometido elecciones, que se celebrarían tras los pertinentes cambios legislativos (un galimatías jurídico que se les indigestó a los comensales). Su promesa había venido después del enero huelguístico de aquel mismo año con Madrid y Barcelona a la cabeza —principales sedes en aquella fechas— de un amplísimo movimiento de contestación reivindicativa y política frente al primer gobierno de la monarquía. Cada vez son más los estudios que ponen en valor las movilizaciones como factor decisivo del impulso hacia la democracia y al acabamiento del régimen dictatorial. Baste aquí citar, para comprender ese enero que invoco, el análisis que del mismo hizo Ferran Gallego —historiador, que fue militante del PSUC— en su libro El mito de la transición. Luego vino marzo; y los eufemísticamente llamados sucesos de Vitoria (cinco muertos, bastantes heridos a disparos de la Policia contra huelguistas encerrados en una iglesia) que se llevarían por delante, en poco tiempo, a aquel gobierno —del que eran ministros Fraga y Suárez— y su promesa de elecciones. Los tiempos cambiaban rápidamente.

En cambio las programadas por la LRP sí llegarían a celebrarse. Aunque en condiciones diferentes a las pensadas por quien la promovió y por quienes la aprobaron. El programa excluía la participación del PCE, aunque no la de la mayoría de las organizaciones políticas incluidas en la Plataforma de Organismos Democráticos (POD). La eventual legalización del PCE quedaba pospuesta, cuanto menos, a la celebración de las elecciones; cuanto más a una fecha, sine die, que dependería de la evolución de las circunstancias.

El caso fue que el PCE se ganó políticamente su legalización con aquella manifestación multitudinaria en Madrid, en respuesta ejemplar al asesinato, por pistoleros fascistas, de los Abogados de Atocha el 24 de enero de 1977.

Santiago Carrillo pudo saberlo, a ciencia cierta, en su secreta reunión del 27 de febrero con Adolfo Suárez, cuando este le prometió que haría todo lo posible por su legalización. Esta llegó el 9 de abril, con la cobertura jurídica de una resolución del Tribunal Supremo. Suárez había cumplido con su palabra. Para hacerlo tuvo que ser valiente. Quizá más audaz, con gotas de temeridad, que valiente. La prueba de esto quedó evidenciada con la declaración del Consejo Superior del Ejército, en fecha 14 de abril, expresando la " profunda y unánime repulsa del Ejército ante la legalización". Declaración dirigida contra Suárez que asumía su responsabilidad y al tiempo cubría las espaldas a un Rey que conocía y aceptaba su decisión, pero que borboneaba callando. Como Supremo jefe militar hubiera debido hablar para sofocar esa preparación de rebeldía. Pero callaba. Fraga gritaba: "Legalizar al PCE ha sido un golpe de Estado". Así que tuvo que Suárez tuvo acudir a Carrillo para pedirle máxima contención. Y este le respondió en consecuencia: bandera rojigualda y monarquía de Juan Carlos. Más tarde, en plena campaña electoral, Suárez le seguía enviando mensajes (vía Armero) pidiéndole "el máximo cuidado con las alegrías de las elecciones".

Recuerdo que en marzo de aquel año me reuní con Santiago Carrillo en Madrid, en una sede del PCE. Quería plantearle la necesidad de movilizaciones tendentes a lograr la legalización de todos los partidos. Lo consideró innecesario. Ya había tenido lugar su reunión secreta con Suárez. Me manifestó su seguridad en que el PCE sería legalizado, argumentando sobre la importancia decisiva de su participación para la credibilidad democrática de las elecciones. Y terminó con una frase: "Por el resquicio de la puerta que se va a abrir para que pase el partido comunista que es muy grande, podréis pasar todos los pequeños". Se abrió la puerta para el PCE, pero resultó que por esa puerta no cabíamos los pequeños. ¿Pequeños? Postergo el comentario. Y entrecomillo la frase porque la recuerdo casi en su literalidad. Pasados años se lo recordaba y me contestaba: "¿Eso te dije ? No recuerdo ".

Lo que en este 40 aniversario de aquellas elecciones de 1977 pocos recordarán es que estas se celebraron manteniendo en la ilegalidad a algunos partidos hechos en la lucha contra la dictadura. Citemos a MCE, ORT, Partido del Trabajo, los tres de ideología comunista, el Partido Carlista, que habían formado parte de Coordinación Democrática (que unió a la Junta Democrática y a la Plataforma de Convergencia Democrática) uno de cuyos objetivos era la legalización de todos los partidos. Tampoco se legalizó a la LCR que no había formado parte de esas coaliciones. Ni a ARDE (fundada en 1960 por los partidos históricos Izquierda Republicana y Unión Republicana prácticamente desaparecidos del panorama político) ni al histórico Esquerra Republicana.

Solo pasaron el "corte" de la legalización después de las elecciones de junio. El sentido del corte apareció claro ya entonces: su impugnación de la monarquia de Juan Carlos; esa era la cuestión.

  II

LA CAMPAÑA

Hacía 39 años que no se celebraban elecciones en España que merecieran tal nombre. El referéndum plebiscitario de la LRP en diciembre de 1976 que las hizo jurídicamente posible se celebró sin libertades de expresión, reunión, manifestación . Pero en seis meses habían pasado muchas cosas. La celebración de elecciones —a las que iban a concurrir partidos que el franquismo había mantenido cuatro décadas en la ilegalidad— inevitablemente resultaba imposible políticamente sin esas libertades. Y las hubo.

El partido más organizado, más numeroso, más destacado, en la lucha contra la dictadura, es decir el PCE, fue el que más desplegó su capacidad movilizadora. Millones de personas asistieron a sus mítines y fiestas. La prensa de la época destacó el hecho. "Aquí se ve la fuerza del PCE" era el lema que más se coreaba con absoluto convencimiento. Superó incluso en poder de convocatoria para esta forma de participación (más activa que el mero voto) al PSOE, que había renacido en Suresnes, y que mostró también una gran capacidad de movilización de la opinión pública. La coalición de partidos y agrupaciones socialista se sumó a la fiesta.

Aunque a bastante distancia del PCE y del PSOE alguno de los "pequeños" comunistas lograron una movilización política nada desdeñable. Daré solo algunos datos. El Partido del Trabajo (que en Cataluña se alió con Esquerra Republicana en una fórmula electoral que les daba cobertura) organizó una concentración en Montjuich que reunió a más de 300.000 personas. En muchos lugares realizó mítines con miles de asistentes. ORT llenó ruedo y graderíos de Vista Alegre en Madrid y la plaza de toros en Pamplona; aproximadamente asistieron a sus mítines y otros actos unas 500.000 personas. Otros como MC y LCR no dieron tanta importancia a la participación en el proceso electoral, pero también desplegaron una actividad notable.

Si eso fue posible se debió a algo que no puede olvidarse: desde la perspectiva de la movilización obrera y estudiantil y la lucha contra el franquismo no eran tan pequeños. Este concepto siempre es relativo. Se mide en relación a otros partidos y se mide en relación con el número de personas que se interesan en política y el número de las que se deciden a participar. Pues bien puede decirse que posiblemente, en el periodo que va desde 1973 a nuestra fecha, mediados de 1977, esos partidos, en su conjunto, crecían entre la juventud obrera y estudiantil más que el PCE y más que todos los socialistas juntos. Y digo posiblemente porque no hay forma de acreditarlo fehacientemente (tampoco lo contrario). En cualquier caso su participación fue creciente en las movilizaciones que descompusieron la dictadura franquista y su tinglado institucional.

Y también estuvieron presentes en esta última gran batalla política contra el franquismo en que se convirtieron las elecciones de junio 1977. Salvando los obstáculos que suponía seguir siendo ilegales, afrontando centenares de detenciones antes del comienzo de la campaña; y, por supuesto, con mucho esfuerzo personal de todos sus militantes a pesar de que no podíamos esperar buenos resultados cuando éstos se iban a medir en votos y escaños.

Esa última gran batalla contra el franquismo (22.000 mítines contabilizó El país) la ganaron fundamentalmente todos los partidos de izquierda ANTES del día de las votaciones, movilizando a varios millones de personas. Estos varios millones crearon el clima político para que cuando fueran a votar los 23.583762 del censo la inmensa mayoría supiera que no había más opción que un cambio de régimen político: de la dictadura franquista a una democracia por configurar.

Solo la Alianza Popular de Fraga (y los declaradamente fascistas de la Fuerza Nueva de Blas Piñar) compareció en aquella ocasión, organizando grandes mítines. Fue Fraga (el cabeza de los que se denominaron a sí mismos los siete magníficos) el que movilizó al "franquismo combatiente". Las bases del "franquismo sociológico", que supo que aquel tiempo fenecía, irían a refugiarse en UCD. Y contra esta bramaba Fraga en sus mítines "son los compañeros de viaje de la hoz y el martillo": percibía que Suárez le estaba ganando la partida y oía que algunos de los aliados de este (Garrigues, Fernández Ordóñez, Alvarez de Miranda...) ya hablaban de que las Cortes tenían que ser constituyentes. En realidad Fraga también percibía que la batalla política la estaba perdiendo y que sólo podía acudir para evitarlo a quienes invocó: "Ni el Ejėrcito ni las Fuerzas de Orden Público consentirán que cuatro facinerosos destruyan la obra de Franco". Pero las balas de esa contienda eran solo los votos.

  III

EL RESULTADO

Según un refrán cada uno habla de la feria según le va en ella. Si los comunistas de entonces hubiéramos cumplido con aquel refrán no hubiéramos podido valorar positivamente aquellas elecciones ni su resultado político general. Aunque tuvimos que competir en condiciones diabólicas.

Desde ORT las valoramos como un avance hacia la democracia; el franquismo —lo diré en los mismos términos de entonces— había sido "derribado, no destruido". Un proceso constituyente iba a abrirse con libertades políticas que abocaban a la elaboración de una Constitución.

Por supuesto, considerábamos que ORT había sufrido una derrota. No es que pensáramos que, en las condiciones que se celebraron las elecciones, teníamos muchas posibilidades de conseguir algún escaño, embutidos obligatoriamente bajo unas siglas y un nombre (AET-Agrupación Electoral de Trabajadores) que difuminaba nuestra identificación; al igual que a los demás partidos, hechos en la lucha contra la dictadura que fueron mantenidos en la ilegalidad.

El PCE también valoró positivamente las elecciones y su resultado. Aunque sus 20 diputados, la mitad de sus más precavidas previsiones, lógicamente les sabían a poco.

El voto de 18.324.323 personas transformó la dimensión de la política y la de los partidos. A los "pequeños comunistas" nos convirtió en extra parlamentarios en el momento de nacer un parlamento que iba a ser constituyente. Al "muy grande" PCE lo convirtió en un pequeño partido parlamentario. (Dejemos ahora al margen la cuestión de si la fuerza política tiene correspondencia exactamente proporcional con el número de votos y escaños).

Cada cual puede juzgar si el voto hacía justicia a los méritos de quienes habían llevado la carga principal de la lucha por las libertades.

El voto hizo grande al PSOE, que ya lo era en la memoria histórica de millones de españoles y al que, en la ocasión electoral, acompañaban partidos que gobernaban en países europeos. Factor clave: en las elecciones España se empezaba a ver en la Europa política, no ya en la de Eurovisión y en la del campeonato de fútbol.

Ahora bien el gran derrotado fue Fraga y su Alianza Popular, autores y defensores de la obra de Franco en su proclama electoral.

Y el gran triunfador Suárez. Aunque no obtuvo la mayoría que esperaba e incluso tuvo el susto de que el PSOE pudiera adelantarle. Su audacia le había preparado el camino. Le había arrebatado la iniciativa política a la izquierda y a los organismos que reunía (más que aliaba) a la oposición a la dictadura. Desde el Gobierno supo bien dificultar que se convirtiera en alternativa, fomentando su disgregación. Y ganó su coyuntural agrupamiento, UCD, cuyas listas se confeccionaban sobretodo en los gobiernos civiles, que no hizo ni precampaña, que no reunió ni dinamizó al que hubiera podido ser el sector más activo de su electorado, que fio toda su campaña publicitaria a un aprovechamiento a tope de los medios de comunicación del Estado, entonces tan poderosos; y que culminó con la intervención presidencial de cierre en la única televisión existente. En ella se presentó como "el camino seguro a la democracia", fue creído su "puedo prometer y prometo" y esto le permitió seguir gobernando y que UCD fuera el partido parlamentariamente más grande: solo hasta su derrumbe en 1982.

Como los hechos posteriores demostraron aquel no fue el camino seguro a la democracia; ni la democracia conseguida en la Constitución de 1978 (con el paquete de la monarquía) "evitó los dolores del parto, ni nació fuerte. El rey Juan Carlos, ya constitucionalizado, ni juró la Constitución ni comprendió lo que significaba que la soberanía nacional radicaba en el pueblo español. Y siguió borboneando sobretodo tras las elecciones de 1979.

Para mostrar que aquel camino no era seguro, ¿hace falta recordar que el golpe de Estado de febrero de 1981 falló no por falta sino por exceso de golpistas?

Pero eso es ya otra historia. Forma parte de la consolidación de la democracia cuya responsabilidad hizo recaer el pueblo en el PSOE. Aunque antes hubieran sido sobre todo los comunistas, grandes o pequeños, antiguos o jóvenes los que principalmente tomaron la responsabilidad de luchar por la democracia en las luchas finales contra la dictadura.

Quizás no éramos "demócratas de toda la vida" pero nadie más que los comunistas nos hicimos demócratas en la lucha por la libertad. Y creo que una parte de los comunistas de entonces (incluidos los "carrillistas" y los "renovadores" del PCE) volvieron a la matriz socialista de la que surgió el comunismo español. Es decir al PSOE, el partido al que hicieron grande no solo los aciertos de su entonces joven grupo dirigente encabezado por González y Guerra, sino sobretodo el voto de millones de españoles.  _______________

José Sanroma Aldea era secretario general de ORT en 1977.

No fue candidato en las elecciones generales.

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