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Espiritualismo, fase superior del capitalismo

José Manuel Rambla

Primero el capitalismo transformó nuestros cuerpos en mercancía. Como certeramente observó Karl Marx, el empuje de la máquina de vapor nos convirtió en fuerza de trabajo lista para ser vendida al por mayor en el mercado burgués. Después, el capitalismo transformó nuestras mentes en mercancías. La sociedad de consumo, con la televisión como su gran artillería pesada, fue la responsable de esta mutación antropológica que tanta desesperación despertó en Pier Paolo Pasolini. El espejismo de bienestar y la cultura hedonista lograron imponer lo que ni siquiera el fascismo tradicional había conseguido: la homogeneización total de la sociedad de consumo. Las culturas populares, obrera, campesina o subproletaria, que hasta entonces habían logrado mantener su autonomía, se entregaban con armas y bagajes al enemigo asumiendo de forma pasiva, y a la vez entusiástica, su nueva condición pequeñoburguesa de consumidores. Conquistada aquella fortaleza, el capitalismo se prepara para su batalla final: transformar en mercancía nuestras almas.

Estados Unidos, como siempre, vuelve a estar a la vanguardia de este cambio definitivo. No en vano, la presencia de coaches especializados en entrenar a emprendedores espirituales, especialmente mujeres, no deja de crecer junto a unas expectativas de negocio que ya suman los miles de millones de dólares. Claro que la tradición viene de lejos en este país donde ya en 1636 Anne Hutchinson se convirtió en la primera mujer guía espiritual. Su fama vino de cuestionar la tesis puritana de que las buenas obras podrían ser una pista sobre la gracia otorgada por dios a quien las realizaba. Para Hutchinson, casada con un rico y eminente ciudadano de Boston, solo la gracia interior podía garantizar la salvación divina, así que eso de las buenas obras era para ella una auténtica tontería teológica.

Unas 100.000 personas estarían viviendo en España, directa o indirectamente, de las almas ajenas. Y eso sin contar a los obispos católicos

Hoy, siguiendo su legado, los entrenadores espirituales han roto las barreras del viejo puritanismo para adentrarse por las fértiles praderas que abrió la New Age. Sanadores, nigromantes, vendedores de piedras magnéticas, organizadores de rituales de la luna, videntes, expertos en horóscopos, Reiki. La lista es interminable. Son los nuevos “emprendedores del alma”, como los denomina Drea Guinto, una coach espiritual que, al módico precio de 3.300 dólares, orienta desde California a los aspirantes con sus cursos. En unas declaraciones recogidas por The New York Times, Guinto explicaba la clave del éxito: ir más allá del frío cálculo empresarial y conseguir el grado de conciencia interior necesario para que el afán de ganancias se convierta en “un propósito del alma”.

La tendencia, como no podría ser de otra forma, no es ajena a España, donde astrólogos, videntes y echadores de cartas nos asaltan a diario desde los más variados canales de televisión. Solo Esperanza Gracia, la popular astróloga de Telecinco, tiene más de 130.000 seguidores en Facebook y supera los 380.000 en Twitter. Según estimaciones de 2016, el negocio esotérico mueve en nuestro país unos 3.000 millones de euros anuales, aunque la cifra podría ser muy superior teniendo en cuenta el dinero negro que mueve el sector. De hecho, según algunos cálculos, solo las consultas de tarot telefónico generan anualmente unos 2.000 millones de euros. Unas 100.000 personas estarían viviendo en España, directa o indirectamente, de las almas ajenas. Y eso sin contar a los obispos católicos.

El fenómeno no se entiende sin el cambio de estrategia impulsado por la sociedad de consumo que horrorizaba a Pasolini. Si antes el capitalismo buscaba, con mayor o menor fortuna, satisfacer nuestras necesidades básicas, a partir de entonces aspiró a mercantilizar nuestros deseos. Y la demanda se disparó al infinito. Solo necesitaba individuos desestructurados, aislados, narcisistas y antojadizos a quienes despertar el ansia de un nuevo deseo tan pronto intuían satisfecho su deseo anterior. Si los antiguos caudillos romanos iban acompañados en los desfiles por un esclavo que se encargaba de recordarles a cada paso que solo eran unos hombres, hoy la televisión y las redes sociales no dejan de susurrarnos al oído que solo somos unos niños caprichosos. Y que como tales debemos actuar.

Realizar nuestros deseos para realizarnos como individuos, el nuevo centro de gravedad del universo. El nuevo capitalismo nos mira con una sonrisa plácida, condescendiente, como un Jesús surgido del evangelio que nos dice con voz paternal: “Pedid y se os dará”. Porque todo es posible en el mercado de los deseos para alcanzar la plenitud de ser uno mismo: cambiar de coche, de marca de patatas fritas, de patinete eléctrico, de modelo de ropa interior. Cambiar de cuerpo. Y, ¿por qué no?, cambiar de alma.

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José Manuel Rambla es periodista

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