¿El giro de Zelensky valida la diplomacia transaccional de Trump?
Cuando Volodímir Zelensky escribió su carta a Donald Trump, no solo se dirigía a un expresidente que ha vuelto al poder, sino a un hombre que concibe la diplomacia internacional como una transacción, una negociación de bienes raíces de alto riesgo en la que la influencia supera a los principios. En ese contexto, el tono más conciliador de Zelensky no solo es una señal de pragmatismo, sino una invitación para que Trump aproveche la oportunidad, intensifique la presión sobre sus aliados y dicte términos que podrían remodelar el orden global de formas que hasta hace poco parecían impensables.
Desde hace tiempo, Trump considera a Ucrania una carga, un cliente costoso que no valora la generosidad de Estados Unidos. Por eso, en su discurso ante el Congreso, se deleitó al anunciar que Zelensky había dado señales de estar dispuesto a negociar la paz con Rusia. Era el momento que Trump había esperado: la confirmación de su convicción de que las negociaciones, por más desiguales que sean, son preferibles a los compromisos militares prolongados. Pero al hacerlo, envió un mensaje inequívoco a los aliados de EE. UU.: si Ucrania, debilitada y agotada por la guerra, puede ser forzada a sentarse a la mesa con Moscú, ¿qué le impide a Trump presionar a Europa, la OTAN o incluso a Taiwán para que acepten compromisos similares? Para un presidente obsesionado con la idea de "ganar", la carta de Zelensky es la prueba de que la presión incesante funciona. Y es una lección que no olvidará.
Esto no sería una paz entre iguales, sino la paz de la extenuación, en la que la parte más débil se rinde y la más fuerte dicta las reglas del nuevo orden
Trump ha afirmado que Rusia ha enviado "fuertes señales" de estar dispuesta a negociar la paz, algo que debería encender las alarmas en toda Europa. Vladimir Putin prospera ante la percepción de debilidad, y cuando detecta una apertura, la aprovecha sin titubear. Con el cambio de retórica de Zelensky, Putin ahora tiene la oportunidad de imponer las condiciones de un alto el fuego, condiciones que probablemente consolidarían sus conquistas territoriales y dejarían a Ucrania con escasas garantías de seguridad. Esto no sería una paz entre iguales, sino la paz de la extenuación, en la que la parte más débil se rinde y la más fuerte dicta las reglas del nuevo orden.
Europa, que ha pasado los últimos dos años apoyando a Ucrania, ahora enfrenta su propia crisis. El acuerdo de minerales, que Zelensky esperaba cerrar en Washington antes de su humillante encuentro con Trump, vuelve a estar sobre la mesa. En teoría, es un acuerdo comercial simple: EE. UU. obtiene acceso a las vastas reservas de minerales raros de Ucrania, un contrapeso estratégico al dominio chino en el sector. Pero en la práctica, es un salvavidas financiero para Kiev, disfrazado de acuerdo comercial. Trump, fiel a su estilo, lo ha presentado como una forma de "equilibrar" la relación, justificando así los miles de millones de dólares que EE.UU. ha destinado al esfuerzo bélico ucraniano.
Para Europa, sin embargo, este acuerdo tiene implicaciones preocupantes. Si EE.UU. se convierte en el principal patrocinador económico de Ucrania, los líderes europeos podrían verse cada vez más marginados en las discusiones sobre el futuro del país en la posguerra. Aún peor, si Trump considera que los lazos económicos son un disuasivo suficiente contra futuras agresiones rusas, podría utilizarlos como pretexto para reducir el compromiso tradicional de EE. UU. con la seguridad de la OTAN.
Para Putin, este escenario es ideal. Un Occidente fracturado, dividido entre intereses económicos y preocupaciones de seguridad, le daría a Moscú el margen de maniobra necesario para consolidar sus conquistas territoriales. Y si Trump sigue considerando la posibilidad de un acuerdo de paz negociado por EE. UU., dejando a Europa fuera de la mesa de negociaciones, Rusia podría encontrarse al mando de una nueva reconfiguración geopolítica. El historial de deferencia de Trump hacia Putin sugiere que cualquier acuerdo de este tipo favorecería a Moscú, dejando a Ucrania atrapada en un alto el fuego precario mientras Europa lucha por redefinir su arquitectura de seguridad.
Las implicaciones de la carta de Zelensky van más allá de Ucrania. Representa un cambio en la forma en que los países más pequeños interactúan con la administración de Trump. Están aprendiendo que los llamamientos a la solidaridad democrática tienen poco peso en sus cálculos. Lo que realmente importa es la influencia: quién la tiene, quién carece de ella y quién puede usarla de manera más eficaz. Las muestras públicas de gratitud de Zelensky y su intento de "enmendar" su desastroso encuentro en la Casa Blanca no buscan únicamente asegurar el apoyo estadounidense, sino garantizar la supervivencia de Ucrania en un mundo donde la política transaccional ha reemplazado a las alianzas tradicionales.
Mientras tanto, los líderes europeos, especialmente en París y Berlín, están despertando a una nueva realidad: ya no pueden dar por sentado el compromiso de EE. UU. con Ucrania ni con la OTAN. La reciente sugerencia del presidente francés Emmanuel Macron sobre el posible envío de fuerzas europeas de mantenimiento de la paz a Ucrania es una respuesta directa a esta incertidumbre. Si Trump no está dispuesto a garantizar la seguridad de Ucrania, Europa tendrá que llenar el vacío. Pero los riesgos son enormes. Rusia ya ha dejado claro que considera la presencia de tropas europeas como una provocación, y cualquier despliegue podría convertirse en un punto de inflexión que profundice el conflicto en lugar de contenerlo.
Y luego está China. Pekín observa atentamente este escenario con un cálculo frío. Si Trump logra presionar a Ucrania para aceptar un acuerdo que favorezca a Rusia, ¿qué le impediría aplicar la misma lógica a Taiwán? Si las inversiones económicas pueden sustituir las garantías de seguridad, ¿qué le impide ofrecer concesiones a China a cambio de acuerdos comerciales? Estas son las preguntas que definirán la próxima fase de la geopolítica global, mientras el mundo se adapta a un EE. UU. que ya no se ve a sí mismo como el guardián del orden liberal, sino como una potencia transaccional en busca del mejor acuerdo posible.
La carta de Zelensky, entonces, no es solo un llamado a la paz. Es una prueba del modelo de política exterior de Trump en acción. Y para Putin, es quizás su mejor oportunidad para reescribir el equilibrio de poder global.
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Imran Khalid es analista geoestratégico y columnista en asuntos internacionales.