Globalización, precariedad y crisis financiera

Francisco Javier López Martín

Hemos llegado aquí desde la ruina creada por la crisis financiera de 2008. Venimos de los escombros de un liberalismo agotado. La famosa crisis se originó en el sistema financiero, pero se extendió de inmediato hasta el último rincón del sistema capitalista.

El descontento generalizado desembarcó en protestas como las Primaveras Árabes, Occupy Wall Street, obra del Movimiento 15-O en Nueva York, el 15-M en España, o las Revoluciones de Colores que las precedieron o las sucedieron.

No habíamos aún digerido bien las consecuencias de la crisis de 2008, la precariedad en nuestras vidas y en nuestros trabajos, cuando nuestros jóvenes comenzaron a gritar que el sistema es ya medioambientalmente insostenible. Que el cambio climático es una realidad. 

La extinción de numerosas especies es una realidad ante la que ya no podemos cerrar los ojos. La extinción de la propia especie humana es mucho más que una posibilidad si no somos capaces de poner remedio inmediatamente. Pese a ello las instituciones mundiales se muestran incapaces de cumplir los limitados compromisos contraídos en las cumbres del clima.

Poco después la pandemia se convirtió en un elemento esencial para el advenimiento del imperio del miedo y la aceptación acrítica de un mundo nuevo, inestable y en descomposición. Y no es que el virus fuera un invento. No es que no contagiara y matara sin clemencia. Se trata de que los cambios económicos, sociales y políticos que se han producido nos encaminan hacia escenarios menos libres, más amedrentados, inseguros, amenazadores.

Cuando parecía que podíamos comenzar a superar la pandemia, tras seis oleadas sucesivas de contagios y de muertes, llegó la guerra de Ucrania, el colapso de la guerra en Siria, la destrucción programada de Gaza…

Y cuando parecía que podíamos comenzar a superar la pandemia, tras seis oleadas sucesivas de contagios y de muertes, llegó la guerra de Ucrania, el colapso de la guerra en Siria, la destrucción programada de Gaza, o la reaparición de focos de horror poco conocidos como la guerra del Congo.

De nuevo un mundo incapaz de encontrar tablas de salvación, entregado a la barbarie, la muerte, la esclavitud. Un mundo que a veces parece que gira sin control, sin posibilidad de que los humanos hagamos otra cosa que dar palos de ciego. Vamos implementando soluciones que se convierten en nuevos problemas.

Lo llaman mundo globalizado porque afrontamos procesos económicos generalizados, sustentados en poderosos componentes tecnológicos que transforman nuestras vidas y nuestras sociedades cada vez más interconectadas. Es la última fase del capitalismo de la extracción, la producción descontrolada, la distribución acelerada y el consumo infinito.

La globalización se justifica en el comercio libre, o moderadamente controlado, de todo tipo de bienes y de servicios. Los aranceles se terminan saldando con tratados que favorecen el intercambio. No es un libre comercio perfecto. Hay países sancionados, en guerra, conflictivos, a los que se imponen limitaciones arbitrarias. Rusia sí, pero Israel no. 

Globalización es imponer la fabricación de mascarillas en China y dejar de fabricarlas en España. Resulta más barato, nos cuentan y justifican, pero ahora tenemos a media clase política española implicada en el tráfico y el cobro de comisiones por traer mascarillas a cualquier precio cuando fueron absolutamente necesarias y nadie las fabricaba por estos lares.

Parece que la globalización integra economías. Llamamos a un servicio de atención al cliente y nos responden desde Latinoamérica, mientras somos incapaces de que nadie nos reciba sin cita en la sucursal bancaria de la esquina. Lo barato termina siendo caro y, al final, terminamos siendo atendidos por inteligencias artificiales mal entrenadas y por algoritmos interesados.

Los capitales se mueven libremente, pero las personas no. Las finanzas son ya globales. Podemos invertir en cualquier parte del mundo y hasta del no-mundo, en los países zombis virtuales. En bolsas de valores lejanas, en Fondos de Inversión planetarios, en criptomonedas, sellos, obras de arte, o en los Non-Fungible Tokens (NFTs).

No aprendimos nada del 2008, cuando fueron paquetes de inversión cargados de hipotecas basura los que se hundieron, afectando a todo el sistema financiero mundial y arrastrando al sistema productivo y de servicios. Volvemos a la burbuja y retornamos a la vieja fiesta de la especulación.

Precarizan los empleos y convierten nuestras vidas en inseguras. Un escenario que vimos nacer con esa crisis financiera, económica, social, política y cultural que se desencadenó con la caída de Lehman Brothers, aquella compañía global, tan bien considerada, especializada en banca de inversión, activos financieros, renta fija, banca comercial, gestión de inversiones y todo tipo de servicios financieros. De un día para otro sus paquetes de inversión, cargados de hipotecas basura, no valían nada.

Son las instituciones internacionales que actúan sobre las finanzas internacionales, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, los que deberían haber tomado nota y poner en marcha decisiones que frenen en seco la especulación y apaguen de raíz los focos de problemas que nos golpean cada vez con mayor fuerza. 

El problema es que, entregados al egoísmo más absurdo, dejamos que sean las grandes corporaciones las que dirigen los designios de los países y de los organismos internacionales, convirtiendo el paradigma de la globalización en una realidad cotidiana y mundial de crisis y precarización.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

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