Ante la guerra, la pandemia y las crisis: ¿qué democracia?

Odón Elorza

Una democracia en retroceso o plegada a los intereses del poder político o económico no nos sirve para superar guerras, pandemias o la emergencia climática. La democracia, con sus principios y valores, ha de ser el mejor instrumento para afrontar la incertidumbre y la inseguridad que provocan unos fenómenos que son aprovechados por los populismos reaccionarios y los nacionalismos ultras para crecer. 

La involución que significan las políticas neoliberales, por su favorecimiento de las desigualdades y la autocracia, se presenta como la alternativa a un modelo de democracia justa. El objetivo de populistas y neoliberales es implantar un régimen político autoritario y sociedades con niveles insoportables de injusticia social. Para ello, pretenden recortar la dimensión de la democracia y propiciar un Estado de mínimos e incapaz de sostener las políticas públicas de bienestar.

La debilidad y limitaciones de la democracia global están conllevando su pérdida de credibilidad entre la ciudadanía de muy diferentes países del planeta. El esfuerzo por fortalecerla debe ser mayor cuando nos enfrentamos a una guerra en Ucrania de alcance imprevisible que, además de la insoportable tragedia humana, desata el miedo, provoca graves efectos económicos en la ciudadanía de Europa y otra hambruna en Africa. Por no hablar de las contradicciones en que incurren las variadas democracias europeas con la permisibilidad al gas y, en parte, al petróleo ruso o con la dependencia del petróleo de los regímenes árabes no democráticos. 

La guerra provocada por el tirano Putin refleja —además de la legítima lucha por la libertad y la soberanía del pueblo de Ucrania— una lucha geoestratégica y de intereses económicos entre las grandes potencias. Sin olvidar los propios intereses de los Estados y de las grandes empresas y plataformas. Entre ellas las energéticas, tecnológicas, alimentarias y armamentistas. Además, en este conflicto se manifiesta la incapacidad de la ONU, la impotencia de las ONG’s que trabajan por la paz y los derechos humanos y la desatención a quienes plantean negociaciones diplomáticas para evitar una escalada nuclear e intentar poner fin a la guerra. 

Es preciso repensar el modelo de democracia ante la globalización económico-financiera, las amenazas a la supervivencia del planeta por el cambio climático, el poder desregulado de las grandes plataformas y el avance de las ideas neoconservadoras

Por si fuera poco, los procesos de transición energética y la descarbonización, junto a la imparable transformación de la economía digital, conllevan ajustes de empleo en algunos sectores. De ahí la necesidad de medidas políticas concertadas y el desarrollo de nuevos proyectos sostenibles, con inversiones privadas y ayudas de fondos europeos. Sin una transición justa la salud de la democracia se vería también afectada. 

Esta compleja situación se produce en el escenario convulso de una globalización especulativa que ignora las reglas de la democracia devaluando el papel de las instituciones estatales, elimina el control y participación de la ciudadanía en la vida política y agudiza las desigualdades. 

Por tanto, es preciso repensar el modelo de democracia ante la globalización económico-financiera, las amenazas a la supervivencia del planeta por el cambio climático, el poder desregulado de las grandes plataformas y el avance de las ideas neoconservadoras. La regulación de la globalización exige empoderar a los mecanismos supraestatales de control y decisión para posibilitar una gobernanza democrática global.

Ante este panorama, la democracia representativa en el siglo XXI nada podrá hacer sin líderes políticos íntegros, alejados de tentaciones autocráticas y comprometidos con los valores del multilateralismo, la cooperación, la solidaridad, los derechos humanos, la deliberación con la sociedad y la gobernanza. Además, la democracia, si aspira a ser justa, necesita políticas públicas, con visión local y global, que defiendan los intereses generales de la gran mayoría social.

En el caso de España, avanzar hacia una democracia justa pasa por respetar la separación de poderes, ensanchar la participación ciudadana, una fiscalidad más progresiva, combatir las desigualdades y la precariedad, la elección —en base a criterios que garanticen su independencia e imparcialidad— de los miembros de los órganos constitucionales, proseguir con la regeneración institucional y la lucha contra la corrupción. 

Hoy no hay nada más necesario que innovar la democracia. 

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Odón Elorza es diputado del PSOE por Gipuzkoa

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