El hombre que debió ser ministro de España

Álvaro Frutos Rosado

Me viene a la memoria una larga “conversa” con Constantino Méndez en mi casa en Santiago de Chile, fue en uno de sus viajes para asesorar al futuro gobierno de Michelle Bachelet, los dos resaltábamos el sentido de institucionalidad que tenían los iberoamericanos, muy superior al que tenemos los españoles.

Él tenía claro que España no había sabido incorporar a su acervo político, a pesar del consenso constitucional, un sentido de patriotismo democrático que pusiera por delante el valor de lo que nos unía como pueblo y nuestro destino común al patriotismo de militancia política o de tribu orgánica, donde se mezclaban demasiados intereses espurios.

El hecho de ser funcionario del Estado y de un cuerpo prestigioso le permitía tener un amplio conocimiento de la gestión pública y del sentido de Estado. Ninguno de los puestos directivos que desempeñó fueron una prebenda, empezando por la Dirección General del Instituto Social de la Marina en un tiempo en que este colectivo de la gente del mar necesitaba un sistema de previsión acorde con la importancia que este sector tiene en la economía española. Su origen gallego le facultaba para entender mejor a la gente de la mar que, unido a su conocimiento técnico, le hacían idóneo para el ejercicio del cargo.

Experiencia que posteriormente supo trasladar al Instituto Nacional de la Seguridad Social durante más de seis años y que le llevó a convertirse en uno de los mayores especialistas en España en los sistemas de previsión social, con capacidad de trasladar la experiencia a otros países.

En 1994 se le encargó la Secretaría de Estado para la Administración Pública, donde intentó poner en marcha una nueva planta para la organización de la Administración Española una vez que el grueso de las transferencias de funciones a las Comunidades Autónomas ya se había concluido.

En 2004, con el regreso de los socialistas al Gobierno de España, asumió la responsabilidad de la Delegación del Gobierno en Madrid, donde volvió a plantear un modelo de organización de la seguridad pública en esta difícil región capitalina afrontando la lucha contra la delincuencia de las bandas juveniles y el crimen organizado dotando de medios suficientes a un creciente problema. Su honestidad ante los servidores públicos quedó patente cuando dimitió al ser condenados dos agentes por un rifirrafe político al cual él fue ajeno. Lo hizo por "responsabilidad y en defensa de la profesionalidad de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado”. La sentencia contra los funcionarios fue posteriormente anulada por el Tribunal Supremo, pero Constantino Méndez (Tino) había tomado su decisión, como bien decía, pues es lo que debe hacer un directivo del servidor público cuando son cuestionados, aunque injustamente, miembros del personal a su cargo.

La política en Tino Méndez no era ocupar un puesto para ser, era un deber ser, una pulsión personal que sabía trasladar con su palabra templada, su buen hacer en la responsabilidad de lo público y por ende con la institucionalidad

Un responsable público no puede desaprovecharse cuando capacidad, experiencia y talla moral están fuera de toda duda. Por esta razón la ministra de Defensa, Carme Chacón, no dudó en nombrarle secretario de Estado. Desde este puesto puso todo su empeño en que España tuviera una potente industria de Defensa a la altura de nuestra posición internacional y apostando por un desarrollo tecnológico acorde con los nuevos tiempos. ¡Visión de futuro!

Tras la moción de censura su nombre sonó como posible ministro de Defensa, más que sonó su nombramiento fue comunicado previamente, como es preceptivo protocolariamente, a la Casa Real por Moncloa, esta contactó con Méndez para felicitarle y mostrarle su satisfacción por el hecho. No obstante, algún “imponderable” se cruzó y finalmente se nombró a otra persona que parecía haber mostrado sus dudas en ocupar esa cartera por esperar algo más. Nadie le explicó a Tino Méndez este ir y venir con su nombre, la única respuesta que recibió la Casa Real fue un inconsistente así es la política. Un error.

La política en Tino Méndez no era ocupar un puesto para ser, era un deber ser, una pulsión personal que sabía trasladar con su palabra templada, su buen hacer en la responsabilidad de lo público y por ende con la institucionalidad.

Las convicciones ideológicas pueden caminar de la mano del respeto al adversario que en democracia nunca es un enemigo sino, en el sentido más machadiano, un complementario. Ello permite que el acuerdo en los grandes temas de España siempre sea posible y que la discrepancia esté fundamentada en la argumentación reflexiva y responsable. Solo así se pueden marcar diferencias, nunca insalvables.

Hoy España está necesitada de este tipo de personas, de las que el servicio está por encima de los intereses del corto plazo, que al fin y a la postre no dejan de diluirse al día siguiente, que coloquen la mirada hacia donde queremos ir y cómo encontrar el acuerdo para ello.

Gestionar lo público cada vez es más complejo. Por ello la edad y sobre todo la experiencia acumulada constituyen un valor imprescindible cuando cada vez imperan más las ocurrencias tácticas, que sin duda pueden hacernos alcanzar un éxito tan pírrico en sus contenidos como efímero en su duración.

Tino Méndez era de esos personajes que están llamados a generar envidia de los otros, en los mediocres, pues parecen tener respuesta a todo. Yo personalmente creo que las tenía, eso puede que sea admiración de amigo, aunque siempre sometía su opinión al contraste y con la capacidad de saber enriquecer la suya propia al escucharla. No es tan fácil saber hacer esto en un país habitado por poseedores de la verdad.

España debería tener ministros, como Méndez, a los que siempre poder acudir, con capacidad para hacer que lo complejo parezca sencillo.

Constantino Méndez falleció el pasado 13 de agosto con la discreción a la que nos tenía acostumbrados. Joan Navarro publico un bello obituario al día siguiente de recomendable lectura.

Tino deja una huella imborrable en su familia, que para él era lo primero, y en sus muchos amigos, pero sin duda es además un ejemplo de sencillez humana y profesionalidad plena de responsabilidad y capacidad que debería ser ejemplo para aquellos que creen con convicción en el servicio público, en la España que debe ser y en la política como una pasión siempre racional y desinteresada.

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Álvaro Frutos Rosado es abogado y ex director de gestión de Crisis en la Presidencia del Gobierno.

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