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Inglaterra, un imperio como todos los demás

Emilio Menéndez del Valle

Un imperio es un ente político en el que el Estado pretende expandir su territorio de manera continua (es lo que pretende o pretendía Putin). Se anexiona otros Estados o pueblos a los que impone una cultura y una lengua y un sistema económico de acuerdo a sus intereses y preferencias. Por supuesto el imperio se considera superior a quienes conquista, material y moralmente. Los conquistados son considerados bárbaros por la metrópoli. Superioridad y dominación son práctica diaria. El imperio de la recientemente fallecida Isabel II (algo que podría ponerse en duda a causa del prolijo protocolo con que absurdamente nos machacan diariamente las televisiones privadas y, lo que es peor, la pública) no escapó a la definición que he expuesto.

El 6 de febrero de 1952, la entonces princesa de Gales se encontraba en la colonia británica de Kenia cuando supo de la muerte de su padre, el rey Jorge VI. Precisamente ese año se inició en Kenia la rebelión del pueblo kikuyu (Mau Mau) contra lo que Isabel representaba: dominación, represión y confiscación. Jomo Kenyatta (1891-1978), encarcelado por el imperio, acusado de complicidad con el Mau Mau, fue el primer presidente de la Kenia independiente. La rapiña de las tierras de la colonia llevada a cabo por los conquistadores la expresó en una frase histórica: “Cuando los ingleses llegaron nosotros teníamos las tierras y ellos la Biblia. Ahora ellos tienen las tierras y nosotros la Biblia”.

La rebelión del pueblo keniano (1952-1963) fue generalizada. Aproximadamente 80.000 kikuyus y de otras etnias menores fueron internados en campos de concentración (denominados por la autoridad colonial campos de rehabilitación o de reeducación). Humillación, torturas, abusos de todo tipo propios de cualquier imperio (Bartolomé de las Casas testimonió sobre el particular en el caso español) aplicados a quienes eran clasificados de “muy negro” a “blanco”. Intuyan quiénes se llevaban la palma. La mayoría de los medios de comunicación de la metrópoli fueron cómplices. Se trataba de demonizar al Mau Mau: terroristas, atávicos guerreros tribales sedientos de sangre y lujuria. Bestias incapaces de aceptar la modernidad británica que se les brindaba. La historiadora Caroline Elkins describió en 2005 dicha situación como “Gulag de Gran Bretaña”.

Bajo ningún concepto el imperio podía admitir que la rebelión fuera una lucha anticolonialista. Era sin más un alzamiento de los salvajes. Contra el progreso. Argumento esgrimido por todos los imperios. El británico lo utilizó por doquier, pero especialmente en África, directamente o a través de los “freelancers” de la época, los exploradores subvencionados directa o indirectamente por la corona que Isabel asumió tras el fallecimiento de Jorge VI. Paradigmáticos son Henry Stanley o David Livingston. Este último estaba especializado en vender el tema del progreso a quienes se quería absorber o hacer dependientes del imperio. En febrero de 1866, Livingston consigue ser recibido por el sultán de Zanzíbar y pretende convencerle de que se una a la gran misión civilizatoria británica con estas palabras: “El mundo está en progreso, avanza todos los días y aquellos que se nieguen a instruirse –obviamente los bárbaros y salvajes de Zanzíbar– verán bien pronto desaparecer el poder de sus manos. El gobierno británico tiene la intención de poner en conocimiento de un amigo una de las más preciosas conquistas de los tiempos modernos, ya que no desea monopolizar la fuerza que otorga la ciencia. Por el contrario, lo que desea es elevar a los demás a su mismo nivel. Dicho esto, deseo al said que viva cien años y más, en plenitud de felicidad.”

No guardamos luto por la muerte de Isabel II porque su muerte es un recordatorio de un período muy trágico en este país y en la historia de África

Economic Freedom Fighters

En 2018, 40.000 kenianos recurrieron a los tribunales británicos en busca de reparación por los sufrimientos padecidos en los “campos de reeducación”. Sus reclamaciones fueron desestimadas porque “no era posible llevar a cabo un juicio 50 años después” y porque “no existen evidencias claras de lo sucedido.” Ello a pesar de que los propios registros del imperio (abiertos al público) detallan minuciosamente los horrores padecidos por los kikuyus. El imperio, tal cual. No lo tiene fácil el sucesor, Carlos III. Se lo van a recordar desde diversas latitudes, por ejemplo desde Suráfrica. La organización Economic Freedom Fighters acaba de emitir un comunicado que dice: “No guardamos luto por la muerte de Isabel II porque su muerte es un recordatorio de un período muy trágico en este país y en la historia de África. Inglaterra, bajo el liderazgo de la familia real, asumió el control de este territorio desde 1795. A partir de entonces, el pueblo nativo no conoció la paz ni disfrutó de las riquezas de esta tierra, riquezas que fueron utilizadas, y todavía lo son, para el enriquecimiento de la familia real británica.”

En 1997, en la metrópoli, algunos sectores de opinión impugnaban la tesis establecida de que el Reino Unido había tenido la responsabilidad de modernizar tierras lejanas y cuestionaban la misión imperial. Ese año, Tony Blair manifestó: “El imperio no debe ser una causa para disculparnos ni para expresar una excesiva preocupación o dolor. La historia del imperio podría utilizarse para aumentar la influencia de Gran Bretaña en el mundo.” ¿Era esto por aquel entonces parte de la ética laborista?

 

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España

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