Mezquindad política

Lídia Guinart

El SIDA continúa siendo un problema de salud, pero, afortunadamente, ya hace tiempo que dejó de ser una condena a muerte segura para quienes contraen la enfermedad. Eso es así en el primer mundo, lo que no equivale a decir que hayamos conseguido erradicar el SIDA de buena parte del planeta. De hecho, el 70% de los contagios se producen en países en vías de desarrollo, particularmente en África. Y tampoco se produce de una manera uniforme. Tanto en Occidente como en el resto del mundo, si eres mujer tienes muchas más probabilidades de contraer esta enfermedad. Y si eres víctima de maltrato, el porcentaje es aún mayor. Y si eres una niña no escolarizada, también. Y si vives en Estados Unidos, pero eres una mujer negra de clase baja, tus probabilidades de enfermar de SIDA son mayores.

Y es que no es lo mismo nacer mujer que nacer hombre, no es lo mismo tener acceso a recursos sanitarios, medios de prevención y una buena posición económica que no tenerlos. No lo es si hablamos de sanidad, tampoco si lo hacemos en términos laborales. En España, las mujeres trabajan “gratis” desde el pasado 28 de noviembre hasta fin de año. Se llama brecha salarial y, aunque diversas medidas adoptadas por el Gobierno están consiguiendo reducirla, continúa existiendo. Según el sindicato UGT, en referencia a datos de Eurostat, la brecha salarial se fija en el 9,4% en relación al salario/hora, lo que sitúa a España en el octavo puesto en la Unión Europea. La española es de hecho de las brechas más bajas en relación al salario/hora, ya que en la UE las mujeres cobran de media un 13% menos por hora que los hombres, lo que equivale a un mes y medio de salario al año, 47 días de sueldo. Bastante más que los 34 días que las mujeres españolas trabajan gratis. Y el doble de mujeres que de hombres, 339.000 de un total de 509.000, perciben el Ingreso Mínimo Vital, evidentemente porque reúnen las condiciones para recibirlo, sencillamente porque ellas están más expuestas a situaciones de riesgo de exclusión social.

No es lo mismo nacer mujer que nacer hombre, no es lo mismo tener acceso a recursos sanitarios, medios de prevención y una buena posición económica que no tenerlos.

Son estos solo algunos ejemplos de cómo el sexo condiciona, porque la sociedad de base patriarcal en la que vivimos utiliza las discriminaciones hacia las mujeres, la minusvaloración de lo que son y de lo que hacen, el sexismo y el machismo, además de la violencia explícita, para perpetuar los privilegios de aquellos que son menos de la mitad de la población, de los hombres. Aspectos como la salud o el acceso al mundo laboral y la remuneración del trabajo, son solo algunos en los que repercute claramente el hecho de ser hombre o mujer. Son hechos avalados por datos como los que he citado más arriba, por multitud de estudios y estadísticas. Y solo el compromiso y la acción política pueden cambiarlo. 

Por eso es mezquino que haya quienes lo cuestionen. Es mezquino que haya quienes pretendan que da exactamente igual ser hombre o mujer y que son del todo innecesarias las políticas de discriminación positiva que persiguen corregir esos sesgos. Es mezquino y ruin que haya quienes, desde un púlpito privilegiado como el de la tribuna del Congreso de los Diputados, prediquen la abolición de esas políticas y nieguen la existencia de las discriminaciones por razón de sexo. Más aún si se utilizan insultos, descalificaciones personales, que no políticas, mentiras y bulos.

Lo vivido en el Congreso de los Diputados con motivo del debate de los Presupuestos Generales del Estado, en la discusión de la sección de Igualdad, es indigno de una institución en la que está representada la ciudadanía española. Pero, lamentablemente, no es un hecho aislado. En las comisiones parlamentarias de Igualdad y de Seguimiento y Evaluación de los Acuerdos del Pacto de Estado en materia de Violencia de Género, es el pan de cada día. La ultraderecha se dedica a sabotearlas, a provocar e insultar a las comparecientes, sean representantes del Gobierno o de la sociedad civil, y a hacer muy difícil el trabajo para avanzar en la protección de las mujeres y menores víctimas de violencia machista y en la eliminación de estas violencias.

El ruido provocado como consecuencia de estos comportamientos y de sus ecos, de dialécticas que bajan al barro, que ensucian y hasta imposibilitan el diálogo, la negociación y el pacto desde las lógicas discrepancias ideológicas, tiene consecuencias. Un macroestudio elaborado por Fundación Mutua Madrileña señala que el 21’16% de los jóvenes varones no reconocen que es violencia de género golpear a su pareja tras una discusión. El 11’58% de ellas tampoco lo identifican como tal. Estas cifras son análogas a las que arrojaba hace un año otro estudio de FAD respecto al negacionismo de la violencia machista en la juventud. Houston, tenemos un problema. Y es muy grave. Por eso es fundamental que repitamos hasta la saciedad y que los medios de comunicación se hagan eco de las cifras sobre lo que realmente ocurre, las que documentan que la violencia sí tiene género y que nacer mujer sigue colocándonos en una situación de desventaja en la inmensa mayoría de planos de la cotidianidad. Lo contrario es falsear la realidad, confundir y ahondar en esa brecha. 

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Lídia Guinart Moreno es diputada por Barcelona, portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Seguimiento y Evaluación contra la Violencia de Género del Congreso y secretaria de Políticas Feministas de la Federación del Barcelonès Nord del PSC.

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