No es otra COP más

César Luena

Vivimos tiempos acelerados, así que a veces podría parecer que estamos atrapados en un bucle de imágenes y noticias. Como la actualidad tiene la mala costumbre de pasar muy rápido, es posible que el lector se sienta sepultado por una montaña de información en lugar de interesado o interpelado por una causa como es el cambio climático. Por eso, es normal que se pierda el hilo de la evolución de las COP del clima a lo largo de los años. Ante este panorama, el pesimismo gana terreno y se instala en algunos la tentación de pensar: “otra COP más. ¿Y qué?”.

Y mucho. Afortunadamente los avances se producen. Desde el Protocolo de Kioto de 1997 (COP3) y su objetivo vinculante de reducción de emisiones del 5% ha pasado mucho tiempo. La COP21 marcó un hito con los Acuerdos de París, cuyo objetivo central es limitar este siglo el aumento de la temperatura del planeta a 1,5 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales. La obligación de la COP27, que tiene lugar estos días en Egipto, es abundar en estos acuerdos para transformarlos en acciones concretas. Al mismo tiempo, hay que trabajar para consolidar los logros cosechados en mitigación, adaptación, financiación, pérdidas y daños. Retroceder no es una opción.

Es cierto que las negociaciones de la conferencia se desarrollan en un contexto adverso. Tras la crisis provocada por la pandemia del COVID-19 y sus efectos–que aún perduran–, hemos enfrentado problemas de suministro a nivel mundial. Por si fuera poco, la guerra de Rusia contra Ucrania ha subido la presión del sistema energético en todo el mundo y las graves tensiones políticas que se acumulan en distintos puntos calientes del planeta no hacen sino desplazar la emergencia climática de la lista de prioridades. Parece que, agotado un verano (ahora sí, “otro más”) con olas de calor sin precedentes y graves sequías, ya no hay tanto espacio para el clima en las conversaciones cotidianas que, en todo caso, se asume como una tragedia inevitable. Por eso, algunos gobiernos se han sentido capacitados para paralizar o, incluso, revertir las políticas climáticas. Esto es un error. El más grave.

Todavía queda partido. Así que, al igual que en ocasiones anteriores, es fundamental el papel que juegue la Unión Europea en esta cumbre. El liderazgo comunitario debe ejercerse con fuerza para conseguir que todos los países del G20 se comprometan a unos objetivos de reducción de emisiones para 2030 más ambiciosos. Esto es irrenunciable, sobre todo, a la vista de los últimos informes científicos que alertan de que, aun implementando los objetivos climáticos nacionales anunciados en la última edición, el mundo seguiría en camino hacia un alarmante aumento de la temperatura de 2,7ºC.

El pesimismo gana terreno y se instala en algunos la tentación de pensar: “otra COP más. ¿Y qué?”

Ante este escenario, la transición ecológica y la transformación social se dibujan con somera claridad en el horizonte. No solo porque es el único posible, sino porque ya se están aplicando los cambios necesarios para lograrlos. La Unión Europea lleva años trabajando en ello. Así, el pasado marco financiero plurianual 2014-2020 dedicó el 20% de los fondos disponibles a medidas relacionadas con el clima. Como consecuencia, consiguió en los últimos años reducciones sustanciales de emisiones de gases de efecto invernadero. De hecho, en 2019 registramos un 26% menos de emisiones, una marca superior al objetivo fijado en ese momento del 20%. En el período actual, 2021-2027, el presupuesto comunitario y los fondos de recuperación Next Generation EU continúan el trabajo en este sentido, incrementando el gasto en partidas climáticas al 30%. Al mismo tiempo, el objetivo de reducción de emisiones para esta década es del 55%.

De lo que se trata es de trasladar esta ambición al acuerdo de la COP. Hay que garantizar que lleguemos a la meta de financiación climática de 100.000 millones de dólares antes de 2023 y cuantificar otro para después de 2025. Sin una financiación fuerte y continuada en el tiempo no podremos conseguir el necesario cambio de modelo productivo y energético. Por eso, resulta esencial que se fije a nivel mundial un gravamen para los beneficios extraordinarios de las compañías energéticas, tal como anunció el Presidente Pedro Sánchez este verano en nuestro país y tal como ha solicitado hace unos días la propia ONU.

Sin dinero, tampoco será posible sostener a los países en vías de desarrollo, los más perjudicados por una crisis que, en buena medida, no han provocado. Ayudarles no es solo una cuestión de justicia. También de necesidad. Nuestros intereses están entrelazados. De ahí también la importancia de iniciativas conjuntas como la Alianza Internacional para la Resiliencia a la Sequía, lanzada por los gobiernos de España y el de Senegal.

Queda mucho por negociar y por hacer. Debemos aumentar la ambición y redoblar esfuerzos. La resignación es lo único que no podemos permitirnos.

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César Luena es diputado socialista en el Parlamento Europeo.

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