Núñez Feijóo o el arte de la simulación

Jesús López-Medel

En las cercanías de procesos electorales —que cada vez están más cerca— se han de valorar las actuaciones por los gobiernos que han estado en ese tiempo, pero también haciendo un juicio de quienes son oposición y ahora ofrecen su candidatura. Se examinan, pues, no solo los que gobiernan sino también los que aspiran a hacerlo.

Es indudable que, en ello, en el caso de los comicios generales para la gobernabilidad también, deben llevar consigo el examen del candidato alternativo y de sus propuestas diferentes a las del gobierno actual.

Además de las autonómicas previstas en bastantes comunidades autónomas y las municipales en todas las entidades locales, a final del año próximo será cuando expirará el mandato del presidente del Gobierno de España. Sin duda, Pedro Sánchez habrá de dar cuenta de su actuación, muy condicionada por dos hechos extraordinarios: la gestión del Covid 19, con algunas comunidades peperas muy insumisas, y los graves efectos económicos aquí, como en toda Europa, de la guerra en Ucrania. Y toda su gestión, con sus errores y aciertos, bajo un insoportable ruido de la muy abundante derecha mediática que, más que juzgarle, ha dedicado todo su tiempo a ridiculizarlo e insultarlo. No será mi papel aquí, ni mucho menos el de defenderlo cuando le veo en sus acciones como un claroscuro.

Pero deberá también examinarse Núñez Feijó como candidato alternativo que aspira a ser presidente del Gobierno. En ello, al igual que el mandatario actual, indudablemente muy expuesto personalmente por sus decisiones tomadas y el contexto, también el gallego del PP deberá ser valorado por sus propuestas y por sus cualidades personales ejercidas en estos meses de oposición.

Le conocí hace casi treinta años, cuando se hundió el hospital de Valdecilla en Santander, cuya gestión de la sanidad en Cantabria entonces no había sido transferida aún, dependiendo en aquel momento del la Administración estatal. Me pareció un hombre muy frio.

Desde entonces sigue en la actividad política, en primera línea desde INSALUD y Correos y más aún desde que estuvo presidiendo Galicia, y ahora se nos presenta mucho tiempo después como renovación de lo que había. Una renovación por alguien que tiene los 60 y que lleva en escena casi 30 años pues no sé si se puede presentar como un renovador. En todo caso, a mí en todo momento me pareció un artista de la simulación, cuya apariencia, creada sobre todo por el grupo Prisa, de moderación nunca me pareció nada real sino artificiosa.

Hubo hace años otro dirigente del PP que se sintió lleno de gozo con la imagen que ese mismo grupo mediático le asignó y que él cultivaba para regocijo suyo y enfado de otros dirigentes. Me refiero a Alberto Ruiz-Gallardón, que se teñía con guiños progresistas muy de vez en cuando, pero ello, cultivado por sí mismo (y rechazado por los colegas de partido que le conocían bien) y amplificado por los medios que le habían colocado la etiqueta de “verso libre” y luego todos, causó una apariencia que resultaría estar muy alejada de la verdad.

Tan bien hizo ese papel, encantado de sí mismo y tan eficazmente lo amplificaron con regocijo de los mencionados que algunos, fue mi caso, creímos que eso era real, cuando verdaderamente era una profunda mentira basada en una simulación combinada por su personalismo y los medios que se regocijaban. Pero hubo un momento en que algunos empezamos a percibir la realidad cuando apreciamos que frente su enemiga territorial, la aristócrata Condesa ultraliberal, lo suyo era puramente una lucha de poder en todos los ámbitos, desde la Cámara de Comercio, el control de Bankia o la pretendida sucesión de alguien que no estaba tan 'muerto' ni mucho menos, pues flotaba como un corcho.

Pero ya hubo un dato que reveló su esencia aromática y ante el cual bastantes abrimos los ojos estupefactos: la colocación en segundo lugar de su lista a quien ya preparaba para ser su sucesora. Ana Botella llegó a dirigir el Ayuntamiento de Madrid no por votos ni su preparación sino solo por ser esposa de un personaje como Aznar, que también en sus comienzos había simulado una apariencia centrista cuando lo que de verdad escondía era algo muy diferente. Madrid no ha tenido en los cuarenta años de democracia un alcalde más reaccionario y más nefasto como la Botella que verdaderamente estaba vacía. El último designado por el general dictador había sido Miguel Angel Garcia-Lomás, que algo tiene que ver con el juez patriótico García Castellón-Garcia Lomás. Aunque eso es excusable y otra historia…

Pero la exhibición de lo que encerraba en su interior Ruiz-Gallardón, como dirigente verdaderamente reaccionario, fue su labor como ministro de Justicia. Recortaba derechos, mantenía en el gobierno posiciones muy derechistas y, además, fue nefasto en su gestión. Salió del gobierno por la puerta falsa.

Volvamos a nuestro personaje actual, modelo también del arte de la simulación. Núñez Feijóo fue también siempre así y rodeado de su halo galaico lleno de niebla como personaje propio del Bosque Animado de W. Fernández Florez, se ha movido siempre con astucia en ese papel que el mismo grupo mediático encumbró al antecesor mencionado. También le encantaba.

Los españoles tenemos derecho a una información clara de las propuestas concretas del líder de la oposición y que vayan más allá de su estilo de simulación

Siempre se sintió cómodo y plácido en esa imagen que de él se proyectaba. Siempre se ha movido con muchísima audacia y de modo sinuoso y nunca nada claro. Es reseñable que, en las últimas elecciones gallegas, con un VOX cada vez más consolidado en toda España, esta fuerza de ultraderecha no consiguiese ningún escaño de los 75 que tiene el Parlamento gallego. Está bien que vuelvan en esa región a votar PP los reaccionarios más derechosos. Pero lo que quiero destacar es que frente a la consolidación de VOX en todas las autonomías (en las que por cierto estos no creen) como Cataluña, Castilla-León, Andalucía, etc. Pero en todo caso, es curioso que, en Galicia, la representación parlamentaria de VOX sea ninguna. Y aquí cabe formular una pregunta: ¿A quién votan los españoles en esa nacionalidad histórica cuyas ideas son las de ese partido de extrema derecha? La respuesta es clara.

La moderación no puede ser solo hablar despacio, con un tono suave o, sobre todo, una voz grave o campanuda. Durante todo el tiempo del antecesor dirigente pepero fusilado por los suyos, el presidente Casado, el sucesor que vio llegado su momento, Núñez Feijóo, no ha dicho ninguna otra cosa diferente de la de este antecesor. Estaba en todo momento en la oficialidad, pero seguía feliz con ese calificativo de supuesto moderado. En la crisis de su partido estuvo raudo para hacerse con el poder presentándose como el salvador.

¿Y desde entonces, qué ha ofrecido nuevo? Lo mismo que su antecesor. La palabra NO, NO y NO. No ha demostrado tener más sentido de Estado. Todo, absolutamente todo lo que propone el gobierno de España le parece muy mal. No ha presentado ni una sola propuesta, e incluso cuando esas mismas las lleva a cabo el Gobierno, resulta que las rechaza. Estos comportamientos no son coherentes. También son contradictorias sus actitudes con otras formulaciones realizadas por él mismo previamente (la votación sobre el Decreto Ley sobre ahorro energético es una evidencia).

Es comprensible que, en determinados momentos o situaciones, los políticos sean algo ambiguos o se queden en la indefinición. Pero lo que no es admisible es que actúen así de modo permanente, que sean sinuosos y nada claros. Esto es lo que le sucede a nuestro personaje.

Pero lo peor es que esa simulación permanente en que se mantiene se basa en que cree que no le hace falta proponer nada. Los suyos no se lo piden. Ya hacen la permanente labor de descalificación los voceros abundantes en las ondas o en la prensa. Pero eso no debería bastar para ser presidente. Los españoles tenemos derecho a una información de sus propuestas concretas y que vayan más allá de su estilo de simulación.

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Jesús López-Medel es jurista.

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