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Un pacto fáustico

Javier Pérez Bazo

Desde el siglo pasado el ourensano de La Peroja ya apuntaba modales y tiraba al monte de la que alguien llamó acertadamente carcunda del aznarismo. Hoy, subido a los altares por poderes económico-mediáticos, los suyos pactan sin el más mínimo rubor con neofalangistas alcaldías y gobiernos autonómicos. Lo han hecho a modo de ensayo general, previo a las próximas elecciones generales. Y ello, suponiendo su triunfo, al parecer avalado por las encuestas, o dando por sentado, en comunión con la derecha mediática, que dicho sufragio les será propicio. Al margen de estos fieles al oráculo de Génova trece, lo cierto es que la ignominia de ese contubernio entre el PP y los voxeros es hoy cosa suficientemente normalizada. Alguien malpensado quizás atinaría al suponer que Feijóo dejó Galicia para cumplir el mandato oculto de otros poderes: descabalgar a Casado y, llegado el momento, facilitar el pacto sin complejos con la ultraderecha.

Después del experimento en Castilla y León, concluido con supuración y sinvergüencería sobradas, los pactos se han justificado mediante una letanía de pretextos y comparaciones manipuladoramente exculpatorias, cuando la única razón que los explica no es otra que conseguir el poder a toda costa. Una vez consumados, hoy se institucionalizan en gobiernos municipales y autonómicos. No hay mejor antesala para que, llegado el caso, Feijóo rubrique en la cocina de la procacidad un pacto nacional a cualquier precio con el ultraderechista Abascal, otrora amamantado por el PP, incluso vendiendo cínicamente el alma de su partido al diablo.

Estas componendas entre las derechas, más o menos extremas, y el hipotético acuerdo a nivel nacional tras los próximos comicios, han cobrado cansina actualidad y ocupan largas horas tertulianas en radios y televisiones. Por su propia naturaleza y en su conjunto esos tratos recuerdan el mito de Fausto y, particularmente, el recreado por Johann W. Goethe en su drama homónimo, excelencia de la literatura universal. El paralelismo resulta patente. Llegada la ocasión, Feijóo y Abascal alcanzarán un “pacto fáustico”: Mefistófeles, encarnación del demonio, hará cuanto quiera el doctor Fausto a cambio de que le entregue su alma. O lo que es igual, el líder del PP, impertérrito metepatas y gandul osado, un tanto cazurro con no pocas ambiciones y fausto insatisfecho consigo mismo, renunciará a la propia probidad, a sus principios y rectitud moral con tal de alcanzar el poder. Tendría el gobierno deseado a cambio de entregar su propia esencia al mefistofélico Abascal. 

El fáustico Feijóo, creyendo que manipularía sin dificultad mayor al maléfico Abascal, finalmente será empujado por éste hacia sus endiabladas voluntades y se plegará a sus postulados reaccionarios y perversas argucias. Además, desconfiado, el endemoniado Abascal le exigirá como prueba de conformidad su firma con sangre: no sólo la vicepresidencia y varios ministerios, sino también la aplicación de su ideario retrógrado y fascistoide. En cuanto al personaje goethiano de Margarita, trampa de Mefistófeles para atraer a un Fausto luego perdidamente cautivo de ella, cabría entenderse como una aproximación literaria de Isabel Díaz Ayuso, por cuanto puede condicionar, y de qué manera, cualquier pacto. Su hermano, aquel de los pingües beneficios por méritos de fraternidad, recuerda, rizando el rizo, al hermano de Margarita, muerto a manos de Fausto y Mefistófeles. Sólo existe en esta analogía una disonancia: si en la obra de Goethe la amada Margarita muere en brazos de Fausto tras varias desgracias, su fin predeciría el de la presidenta madrileña en brazos de Feijóo, después de haber sufrido distintos avatares, entre otros el esperpéntico litigio con Pablo Casado; sin embargo, esto parece muy poco probable. Al contrario, todo apunta a que la futura realidad será bien distinta…

Alguien malpensado quizás atinaría al suponer que Feijóo dejó Galicia para cumplir el mandato oculto de otros poderes: descabalgar a Casado y, llegado el momento, facilitar el pacto sin complejos con la ultraderecha

Se me dirá que la hemeroteca y obras al abrigo del buen pensar dan fe de los acuerdos que se produjeron entre otros partidos políticos, como si el ventilador de reproches al prójimo exonerara indecencias propias. Algún lector me recordará aquel gobierno tildado de Frankenstein, fruto de los pactos de la investidura de Pedro Sánchez; pero se reconocerá que el gobierno de coalición resultante fue a la postre y hasta la fecha, junto al del presidente Rodríguez Zapatero, el más estable, pragmático y beneficioso para la mayoría social y las minorías. Nadie pondrá en duda que con obcecada nocividad algunos colaboradores, reconocidos por su calaña, exponen falsedades sin inmutarse en programas televisivos y radiofónicos, alentados por sus propios moderadores. Así, por ejemplo, el infundio sobre acuerdos suscritos entre el gobierno y Bildu, formación tachada al paso de filoetarra. Con el propósito de que la manipulación tenga réditos electorales, y para justificar el pacto fáustico, la maledicencia insultona de la derecha trata de confundir el apoyo parlamentario de Bildu a leyes y ventajas sociales del actual gobierno con vaya usted a saber qué pactismo oculto. Únicamente el fanatismo y la aversión ciegan a quienes censuraron al partido vasco por votar a favor del estado de alarma por mera cordura, a la vez que otras formaciones políticas, mientras el PP se opuso siempre por filibusterismo. 

En todo caso, hay una diferencia esencial en las comparaciones: Bildu nunca estuvo en el gobierno de coalición, los voxeros han entrado en la gobernabilidad de ayuntamientos y comunidades autónomas a las primeras de cambio y entrarían en un eventual consejo de ministros conservador. Al cabo de los años Feijóo y sus adláteres pretenden que olvidemos que el alcalde Maroto pactó en su día con Bildu y que el hoy portavoz de campaña Borja Sémper se alejó antaño del PP por considerarlo próximo a Vox. Hasta quieren que no supongamos por qué la ayusista Marta Rivera de la Cruz, ministrable, ha sido ubicada pillamente en las listas electorales justo detrás de Feijoo; o que obviemos que un tal Gil Lázaro, aún más camaleónico y sempiterno diputado, se cambió varias veces de la misma chaqueta... ¡Qué tropa!, diría Rajoy plagiando a Romanones.

Por el momento, las derechas mediáticas se apremian en justificar y exculpar el pacto fáustico que estiman venidero. Porque les parece impepinable y así hay que reiterarlo hasta el hartazgo. Para no hablar de lo verdaderamente importante, ni de programas contrastados, lo cual incidiría sobremanera en la ciudadanía.  Si el PSOE enarbola conquistas sociales, leyes progresistas y recuperación económica, en cambio ese señor de Ourense de quien hablamos pedalea con piñón fijo para seguir escalando en la indigencia política. No se le conoce ni programa ni vergüenza.

La estrategia mediática es de una nitidez extrema. Mientras que los medios de comunicación centren su exclusivo interés en los pactos, posibles o consumados, los análisis y las críticas de los programas de los partidos en liza brillarán por su ausencia. Mareando la perdiz se logra una audiencia mollar, rehén y favorable al voto conservador. Desde la convocatoria de las elecciones los pactos políticos y el juego de las suposiciones han ocupado prácticamente el centro de la actualidad.

Esos mismos medios, que refutan los resultados del CIS sean cuales fueren, vaticinan el triunfo de la derecha y la posibilidad de gobernar fáusticamente en cohabitación.  Ni siquiera nos explicarían el acuerdo cuando lo alcanzasen definitivamente. Si acaso se produjera ese gobierno, lo cierto es que el antaño aborrecido Abascal llevaría de la mano a Feijóo en el ejercicio derogador de, por ejemplo, libertades, progresos sociales y derechos de las minorías; cercenarían los servicios públicos, la revalorización de las pensiones y el salario mínimo; concebirían la enésima ley de educación con mayores privilegios a la privada y a la concertada; no se les caería la cara de vergüenza al dejar sin efecto la ley de memoria democrática; quedaría hecha unos zorros la sanidad pública y a ambos se les llenaría la boca de negacionismos… Entonces el repelús y el miedo cobrarán sentido. Querrán derogar hasta sus propias sombras sin pisarlas. Sólo la cordura y la pericia del pueblo, el único capaz de reconocer lo mucho conseguido por el gobierno de coalición de Pedro Sánchez contra viento y tempestades, harán improbable ese mal sueño. 

Coda.— El Fausto de Goethe acaba con la muerte del protagonista en un lugar terrenal apacible y, llegado al cielo pese a todo, será redimido por los ángeles.

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Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura en la Universidad de Toulouse-Jean Jaurès.

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