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La pendiente de la antipolítica en la sociedad de las catástrofes

Gaspar Llamazares

La antipolítica es la 'estación términi' del populismo, venga éste de donde venga y llegue hasta donde llegue, esperemos que no muy lejos, en los próximos años.

Precisamente ahora que asistimos al declive de la estrategia populista en la generalidad de los partidos y a su consolidación como patrimonio exclusivo de la ultraderecha y de la derecha, empecinadas en la deslegitimación de la izquierda, el populismo avanza y se amplía también en los medios de comunicación más tradicionales emulando su predominio en las redes sociales. Los medios de comunicación más conservadores han cogido hace ya tiempo el testigo del populismo para adentrarse día a día en el terreno pantanoso de la antipolítica. Todo ello en el contexto de la sociedad que se precipita del riesgo a la incertidumbre y de ésta a la emergencia.

Así, después de años de cuestionar primero la moción de censura al expresidente Rajoy y luego la legitimidad del Gobierno de coalición y de sus apoyos parlamentarios, y de contribuir con ello a la estrategia de desestabilización protagonizada por la ultraderecha y la derecha, y ahora a la plebiscitaria el 28-M, esgrimen las fechas veraniegas de la convocatoria electoral del 23 de Julio para reforzar el bulo sobre el pucherazo electoral en la estela de la denuncia de la presidenta Ayuso sobre los excepcionales casos de irregularidades en el voto por correo del 28-M y sin mayores matizaciones por parte del candidato Núñez Feijóo.

Y sobre todo a raíz de la disolución de las cámaras y la convocatoria de las nuevas elecciones generales, agitan de nuevo el espantajo de la casta política, aprovechando la aplicación de la indemnización por cese a los diputados para cuestionar un derecho de los políticos equivalente a la prestación por desempleo. Un trasunto del rechazo de la ultraderecha a los impuestos como un robo y del desprecio a las prestaciones sociales como "paguitas".

Se trata también de volver a caracterizar la política y a los políticos como algo extraño y además privilegiado, cuando no movido por intereses e ideologías extranjeras como el franquismo se encargó de tatuar a sangre y fuego durante décadas en la piel de los españoles asimilando política y desorden. Algo similar, mutatis mutandis, a lo ocurrido más recientemente en el momento álgido de la crisis financiera y que luego fue la antesala de la generalización no solo del rechazo de la política, sino por extensión de lo público, legitimando una mal llamada 'austeridad' consistente en la devaluación de los salarios, los recortes sociales y las privatizaciones. Medidas éstas tan políticas como las actuales de la expansión del gasto, la mutualización de la deuda y los fondos de recuperación, puestas en marcha a raíz de la pandemia y de la crisis energética en el conjunto de la Unión Europea.

Se trata de no caer en la polarización y en la dialéctica plebiscitaria del populismo, y mucho menos en la pendiente de la antipolítica, sino de reivindicar y explicar los avances y las limitaciones de la política democrática

Aprovechando, por otra parte, los seis debates electorales propuestos por el presidente del Gobierno, no solo para motejarlos de excentricidad, en términos del propio candidato de la derecha, sino también para formular una peligrosa disyuntiva entre los debates políticos de los candidatos y el contacto entre los políticos y la ciudadanía, para atribuir a continuación al presidente del Gobierno la imposibilidad de salir a la calle por un supuesto rechazo ciudadano, cuando en realidad lo es de las derechas, en contraste con una comunión casi idílica con la ciudadanía por parte del jefe de la oposición conservadora. Es decir, la interlocución directa entre el dirigente y el pueblo al margen de la representación democrática. Populismo en estado puro.

En el mismo sentido, unos y otros vienen explotando la caracterización del adversario, más que como oponente circunstancial como un enemigo irreconciliable, que incluso en el caso del presidente Sánchez llega a la deshumanización de caracterizarlo poco menos que de diabólico. Algo similar a lo ocurrido en su momento con el vicepresidente Pablo Iglesias y más recientemente con la ministra de Igualdad Irene Montero.

De este modo, al presidente del Gobierno se le acusa de todos los males, la mayor parte de ellos inventados, y de responder solo a intenciones oscuras y a intereses egoístas con el único objetivo de mantenerse en el poder, como si por el contrario la oposición actuase solo en base a la generosidad y por puro amor a España.

En definitiva, con el eslogan de "derogar el sanchismo" eluden la presentación de cualquier alternativa y se refugian en el negacionismo liderado por la ultraderecha ante las crisis y las catástrofes del último periodo, con la intención exclusiva y excluyente de desandar la política y la gestión de las mismas por parte del actual gobierno. El negacionismo de las medidas de salud pública frente a la pandemia que hoy reverdece ante las de la tuberculosis bovina en Castilla y León. También frente a las políticas adoptadas a raíz de la guerra de Ucrania en el marco europeo contra la inflación como la excepción ibérica y asimismo contra las medidas de ahorro energético o más recientemente en la lucha frente a las consecuencias de la emergencia climática como la sequía y los grandes incendios. Favoreciendo además un clima de ruido y furia para negar y ocultar los datos de la recuperación de la economía y del empleo, todo con el objetivo último de provocar el miedo, el malestar general y la respuesta individualista e insolidaria, así como del agravio antipolítico entre los distintos sectores ante el encadenamiento de calamidades y las situaciones de emergencia y de incertidumbre. En resumen, mirar para otro lado, la libertad de consumo y el sálvese quien pueda.

La culminación lógica de este argumentario es la disyuntiva repetida por Núñez Feijóo, heredada de la ultraderecha y de la presidenta de la Comunidad de Madrid, de "Sánchez o España", recurriendo de nuevo al peor guerracivilismo consistente en caracterizar a la izquierda como el peligro de la antiespaña, cuya obra de gobierno no solo habría que derogar sino poco menos que extirpar, atribuyendo la verdadera voz de España tan solo al voto de las derechas.

Por eso, se trata de no caer en la polarización y en la dialéctica plebiscitaria del populismo, y mucho menos en la pendiente de la antipolítica, sino de reivindicar y explicar los avances y las limitaciones de la política democrática en la sociedad de las catástrofes.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

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