El populismo lo creamos nosotros

David Acosta Arrés

Desde hace tiempo, algunos, esos soñadores izquierdosos amantes de la política democrática, venimos alertando sobre los peligros contemporáneos que empujan al desbalance de los sistemas democráticos en todo el mundo; en España también.

El caso de Javier Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos o Le Pen en Francia enmarcan los titulares del auge de opciones electorales cada vez más extremas, populistas y antiestablishment.

Aunque recordemos que la simplificación de la política y la simplificación de los argumentarios públicos no fueron creados por estos lideres considerados como "ultras".

No olvidemos que todo está relacionado estrechamente con el concepto de la desafección política. La ciudadanía cada vez está más lejos de sus representados e instituciones democráticas. Cada vez más, la ciudadanía no cree en la política institucional tradicional como solución a todos sus problemas cotidianos.

¿Y por qué sufrimos esta crisis de identidad política después de la estabilización de los sistemas democráticos a lo largo del siglo XX y XXI?

Sin ser determinista, el ascenso de populismos extremos de izquierdas y derechas en todo occidente se relaciona con unas variables que irremediablemente están conectadas entre sí:

1. La falta de participación política real en igualdad de condiciones, más allá del favor y la acción beneficiosa (e interesada) de determinados grupos de presión, redes de influencia o determinadas estructuras de poder de los partidos políticos (tradicionales y emergentes).

Cada vez más parece que solo unos cuántos elegidos/as son quienes pueden participar en la política profesional (en cualquiera de sus ámbitos). Reivindicaciones que surgieron en 2014 en España como la limitación de mandatos, o renovaciones de la representación orgánica e institucional cíclicas están cada vez más olvidadas.

El caso de Javier Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos o Le Pen en Francia enmarcan los titulares del auge de opciones electorales cada vez más extremas, populistas y antiestablishment

2. La aparición de hiperliderazgos absolutos basados en organizaciones políticas cada vez más verticales y unos círculos de poder cada vez más privados y pequeños.

Esta definición y control de poder aleja cada vez más al representante político, orgánico e institucional del contexto real que vive ciudadanía. Se conecta directamente a que la realización y ejecución de políticas públicas sean menos eficiente y tenga una acción real distorsionada en el día a día.

3. Un control absoluto de las estructuras de poder gracias un sistema de comunicación cerrado y monolineal que lideran las frías redes sociales.

Cada vez más se estila el marketing financiero y comercial para vender más que las políticas públicas o programáticas, los hiperliderazgos absolutos.

En este caso se infantiliza, simplifica, diversifica y cuantifica tanto el foco y el tipo de mensaje, renovándolo diariamente, que cuando llega al ciudadano se garantiza el olvido rápido. Un producto de usar y tirar.

La política se vende como un producto de merchandising. El foco de lo humano, de lo social, de la política en su amplia definición se olvida por todo aquello que es vendible y desea ser comprado.

4. La política comercial de lo electoral se ha extendido en la agenda mediática más allá de la gestión de lo público. Por ello se venden perfiles, artificialmente creados y que presumiblemente se promueven como fácilmente vendibles, que sueltan un argumentario simplista que anticipa la tensión entre bloques, entre regiones, entre ciudadanos, entre partidos para poder encarecer un producto y activar al votante.

El argumentario "y tú más" está por encima de las acciones que garanticen políticas públicas de calidad.

5. Se confunde la labor parlamentaria, el legislativo, con el ejecutivo, la gestión del gobierno. Los representantes políticos han puesto por encima el control del mensaje con un análisis serio sobre la gestión de lo público en cualquier ámbito de la Administración Pública o poderes de un Estado.

Se olvidan del origen del sistema de representación política, la relación de las circunscripciones con sus parlamentarios, la acción de representación y cesión programática a través de la negociación por el bien de encontrar y aprobar políticas públicas que solucionen los problemas reales que tienen los ciudadanos y ciudadanas.

6. La poca formación sobre cómo y de qué forma funcionan nuestros sistemas políticos. Tanto de representantes como de representados.

Cuando se suma que la gente no sabe cuáles son las estructuras y los medios que organizan nuestras instituciones públicas, o cuál es el objetivo de la función pública, se pierde y cambia el objetivo final de la política por un contexto de eterna tensión entre extremos bipolares gracias a un debate mediático artificial respecto una agenda pública mediática interesada.

Así se cometen errores respecto a la inseguridad jurídica de determinadas medidas públicas, basadas poco en la funcionalidad y ejecución administrativa, y más en cómo se deben vender mediáticamente desde un punto de vista populista.

Todos estos puntos se pueden simplificar en que cada vez más la economía de lo electoral y el control del poder hacen que la política profesional y conceptual se establezca como un concepto cerrado de propiedad legítima de la política en su origen.

El ejemplo se estampa en enunciados simplistas, polarizadores y sentenciadores que empiezan con:

-La ciudadanía/la gente piensa...

-La mayoría social ha hablado...

-El patriotismo es...

-Hay que derrotar el sanchismo/los ultras...

-España y Madrid se olvidan de nosotros...

Tienden a contaminar el debate público y alertar de que la política institucional esté cada vez más alejada de lo importante: encontrar, teniendo en cuenta las diferencias ideológicas y programáticas de los diferentes partidos, políticas públicas que solucionen problemas públicos y privados.

Una forma de hacer política que tiende a ser cada vez menos participada y transparente.

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David Acosta Arrés es politólogo

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