La era de la posverdad

Lídia Guinart Moreno

Negar lo evidente, negar los datos, negar, en definitiva, la ciencia. Eso ocurre en la sede de la soberanía nacional, en el Congreso de los Diputados. En una comisión en la que comparecen una representante de la sociedad civil y un director general del Ministerio del Interior. Las diputadas allí presentes queríamos saber la opinión de la juventud. Y estábamos igualmente interesadas, a priori, en conocer los datos que nos ofrecía el Gobierno sobre el sistema Viogén, que permite hacer una predicción del riesgo y proteger más y mejor a las mujeres que sufren una situación de violencia de género. Tras la intervención de Ada Santana, presidenta de Fundación Mujeres Jóvenes, todos los grupos agradecimos las aportaciones y trasladamos a la compareciente algunas preguntas. Todos menos la ultraderecha, cuya diputada Carla Toscano se permitió el lujo de negar que la violencia de género fuera una preocupación para más del 70% de las mujeres jóvenes. Son datos que ofrece el estudio “El barómetro de la juventud” de FAD. Pero, para el partido con el que el PP pacta gobiernos, las evidencias científicas no existen. “No me creo esos datos, son falsos”, aseguró Toscano.

Eso sucedió pocos días después de que un consejero del PP y portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio, se permitiera otra licencia negacionista: los pobres no existen porque yo no los veo, vino a decir. Se refería en este caso a otro informe, uno en el que Cáritas advertía del incremento de un 22% de la pobreza en Madrid. La presidenta Ayuso, cuyo atrevimiento desmedido la llevó incluso a defender el creacionismo, apoyó la tesis de su consejero, aunque unos días después matizó.

Lo mismo ocurrió hace poco con el nuevo líder de su partido, Ayuso mediante. Alberto Núñez Feijóo se permitió aleccionar sobre lo que es y lo que no es violencia de género poniendo como ejemplo que unos menores asesinados por su padre, maltratador de su madre, no era violencia de género, sino violencia intrafamiliar. Se evidenció así su ignorancia y temeridad y tuvo también que rectificar. Porque lo que describió fue ni más ni menos que un caso de violencia vicaria, una de las manifestaciones de la violencia de género, recogida como tal en la legislación vigente. Todo a renglón seguido del pacto de la vergüenza en Castilla y León, tras el cual el popular Mañueco se mostraba incapaz de articular los fonemas que componen tres palabras: “violencia de género”, y lo reducía a “violencia intrafamiliar”. El PP parece lamentablemente entregado a esta ceremonia de la confusión conceptual e ideológica. A la par que Feijóo y Mañueco, otro consejero, esta vez andaluz, tampoco distinguía entre uno y otro tipo de violencia, en un alarde de reduccionismo y planicie intelectual altamente preocupante.

Negar la evidencia, incluso la evidencia científica como hace Vox, no cambia la realidad. Es un ejercicio de cinismo muy peligroso porque enquista y empeora el problema

Negar la evidencia, incluso la evidencia científica como hace Vox, no cambia la realidad. Es un ejercicio de cinismo muy peligroso porque enquista y empeora el problema. Si hablamos de violencia de género, el coste de negar el concepto y las cifras, las estadísticas de este problema social que la mayoría queremos erradicar, es enorme. Bailarle el agua a quienes lo hacen, coloca al PP a su altura y pone en peligro a las víctimas porque fortalece la posición de quienes quieren defender sus privilegios machistas con el uso de la violencia. Detrás de las palabras están los conceptos, y solo si conceptualizamos de manera adecuada seremos capaces de poner a disposición de quienes los necesitan los recursos imprescindibles para que su vida deje de ser un infierno. Recursos que están incluidos, por cierto, en los veinte mil millones del plan estratégico para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, un plan a cuatro anualidades que comprende partidas de cinco ministerios y que solo en prestaciones por nacimiento y cuidado de menores ya destina más de 8.000 millones de euros. La demagogia sobra.

Podemos pensar que todo este alarde negacionista que estamos viendo y escuchando en las filas de la derecha es fruto de la corriente de posverdad que nos invade desde hace aproximadamente un lustro. Pero menospreciar sus efectos es un error con consecuencias incalculables. Porque, tras la posverdad, ligada íntimamente a los postulados negacionistas, están la manipulación y la distorsión de la realidad. Distorsión, que no transformación. Quienes analizamos la realidad y comprobamos que no nos gusta, estamos en disposición de cambiarla. Los que la niegan o la tergiversan, la perpetúan. Seguramente porque es lo que más les conviene, aunque digan lo contrario.

Hace unos días, una treintena de alcaldesas de Cataluña firmaron un manifiesto en el que exigían a los medios de comunicación un tratamiento adecuado de los casos de violencia de género. Un tratamiento respetuoso con las víctimas y sus familias y sin sensacionalismos. Rigor informativo con aplicación de los códigos deontológicos de la profesión, que haberlos haylos. Los medios tienen un papel fundamental en la preservación de la verdad. Es su responsabilidad no hacerse eco sin más de las distorsiones de la realidad ni de las manipulaciones intencionadas de las emociones. Vivimos tiempos convulsos y muy complicados. No los empeoremos retorciendo la realidad porque lo único que conseguiremos es más sufrimiento.

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Lídia Guinart Moreno es diputada por Barcelona, portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Seguimiento y Evaluación contra la Violencia de Género del Congreso y secretaria de Políticas Feministas de la Federación del Barcelonès Nord del PSC.

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