Redecorando Gaza

Álvaro Zamarreño

Antes de que se impusiera la terminología de ‘el relato’, en el periodismo se enseñaba que enmarcar los temas de actualidad era una de las funciones más destacadas de un medio de comunicación. El marco era lo fundamental. Y sigue siéndolo, porque es la esencia del periodismo: no es otra cosa que buscar qué parte de la realidad se va a contar, con sus elementos centrales, y aquellos periféricos que la completan, dándole sentido o razón de ser. 

Cuando una realidad está mal enmarcada, sucede como con esos lienzos antiguos que, en algún momento del pasado, fueron troceados y vendidos por separado. Ahora conservamos un fragmento pequeño en un museo, otro en otro, y así una hilera de pequeños cuadros, cada uno de ellos convertidos en el ‘centro’ de la obra que contemplamos, pero carentes de significado por sí mismos. 

Gaza es un cuadro muy, muy mal enmarcado. Ese mal enmarcado –por parte de medios, diplomáticos, analistas– suele convertir los elementos periféricos en centrales, y lo fundamental, en anecdótico o ausente. En lugar de ayudar a entender la realidad, el marco puesto a la imagen de Gaza la distorsiona hasta el ridículo. 

Si miramos lo que sucedió el 7 de octubre de 2023 detenidamente, veremos que, en realidad, no sucedió nada que deba parecernos extraordinario, si entendemos por ordinario aquello que ha sucedido y sigue sucediendo en el contexto de Palestina desde hace décadas. La idea de que esa fecha marca un antes y un después, porque una de las partes ha hecho algo en una dimensión completamente diferente a aquello que hasta entonces se hacía, una especie de cambio de reglas de juego, es una visión interesada. La que le interesa a Israel, naturalmente.  

Ese día, una serie de milicias (fuerzas irregulares armadas) lanzaron una operación dentro del territorio ‘consensuado’ como ‘Estado de Israel’, contra objetivos militares y otros objetivos civiles, por lo tanto ilegítimos.

Es la existencia de estos últimos la única que parece haber trascendido, reduciendolo todo a la etiqueta de ‘terrorismo’. Pero incluso eso, la inclusión de objetivos civiles, no es novedosa en este conflicto, y no hace falta excavar mucho en las noticias para encontrarlo. Junto a objetivos legítimos, como una base militar, un tanque, o uno de esos grupos armados paraestatales, desde el principio de la lucha por Palestina todos los grupos implicados -británicos, milicias sionistas y palestinas, ejércitos- han atacado escuelas, hospitales, autobuses, aldeas, zonas residenciales, y un eterno etcétera. 

La existencia de un ejército, frente a grupos armados, ha dado tradicionalmente una legitimidad en la escena internacional a uno de los ‘bandos’. Los palestinos recurren a fuerzas irregulares, porque obviamente no tienen un ejército. Pero es que también Israel recurre a fuerzas irregulares, a milicias. Lo hizo antes de 1948, y lo ha seguido haciendo. Desde hace al menos dos años se puede observar la existencia de grupos armados organizados en Cisjordania, actuando contra la población civil palestina, de manera repetida y coordinada, con una serie de objetivos políticos definidos y públicos.  

Por doloroso que sea ver el recurso a la violencia en cualquier lugar del mundo, considerar que pasó algo extraordinario aquel día es querer cegarse. Lo único novedoso fue, en todo caso, la capacidad de planificación, la envergadura, de la operación de las milicias palestinas. Rasgarse las vestiduras considerando que la inclusión de objetivos civiles es más salvaje que en cientos de ocasiones anteriores es desconocimiento o pura malicia interesada. 

Que algo no sea nuevo no lo legitima, ni difumina en absoluto la frontera entre lo admisible en un conflicto, y lo ilegal e inmoral. Pero no lo hace novedoso, ni convierte a quien lo ejecuta en un actor éticamente diferente a aquel que lo hizo antes. Es decir, todo lo que piensen y juzguen respecto a la operación de las milicias palestinas el 7 de octubre, ya pudieron pensarlo y juzgarlo de otras muchas cosas sucedidas en el último siglo. La crítica a lo sucedido ese día sólo puede hacerse en ese contexto, para no resultar oportunista y maliciosa. 

Que algo no sea nuevo no lo legitima, ni difumina en absoluto la frontera entre lo admisible en un conflicto, y lo ilegal e inmoral

Aprovechando la referencia a un pasado remoto, vamos a otro de los peores errores de enmarcado respecto a Gaza y Palestina. Más que de enmarcado, es el del título dado a nuestro cuadro: conflicto árabe-israelí, conflicto de Oriente Próximo, conflicto Hamas-Israel. Voy a ahorrar marcos de tan escasa calidad intelectual, tan de baratillo, que dan vergüenza ajena, tipo ‘guerra contra el terror’. Miguel Ángel Bastenier, un gran maestro de periodistas, hablaba del ‘conflicto por Palestina’, como reflejo de las dinámicas para controlar ese territorio y a su gente, los palestinos. Así empezó hace un siglo, y así sigue siendo a día de hoy. 

Hay cuadros facilones –como esos que se compran en cierta gran superficie de decoración del hogar–, que son un éxito seguro porque parecen quedar bien en cualquier casa. Hasta que, pasado un tiempo, vemos lo simplones que eran. Eso pasa, por ejemplo, con el marco cronológico sobre Palestina. Seguro que, a lo largo de los dos últimos años, les ha llegado en alguna cadena de mensajes de solidaridad, esa estampa de dos mapas del ‘mandato’ de Palestina: en uno, el de la izquierda, se ve ese territorio, en 1947, con un color dominante que representa a una mayoría ‘Árabe’. Y otro, a la derecha, del presente, en el que ese color dominante ha quedado reducido a un estampado de pequeñas manchas pequeñas y dispersas, representando las zonas en las que viven hoy los palestinos. A priori, parece un cuadro bueno, porque permite ver la reducción del espacio vital palestino. Pero en el fondo, es tramposo: una síntesis de casi todo lo que se ha manipulado. De entrada, por lo de ‘mandato’. Es la palabra, la artimaña jurídica, de un ocupante, Reino Unido, para justificar su usurpación de la soberanía palestina. Palestina fue ocupada, colonizada, en 1917. Desde entonces, Reino Unido ha sido el gran ‘enmarcador’, y lo ha hecho siempre a la medida de sus intereses. Si nuestra visión de ese lugar sigue pendiendo de aquello que una potencia imperial quiso poner ‘en el centro’, seguiremos en una dinámica de incomprensión, y de imposición a la sociedad palestina de ‘nuestra’ forma de encuadrarlos. El mapa del que hablábamos hace un momento es siempre el mapa de 1947. Y no es neutral elegir esa fecha. En 1947 se nos había dibujado ya un panorama, por parte de los intereses coloniales, que no era el anhelado por la sociedad palestina. Los palestinos tienen muy clara su identidad, que ha ido evolucionando, como en cualquier sociedad en los dos últimos siglos. Pero también tenían una relación natural con su entorno, que ese mapa de 1947 había destrozado ya, rompiendo lazos centenarios con Egipto, Líbano, Siria y Transjordania. 

Para terminar este texto mirando al futuro, vamos a referirnos a un último error de encuadre, que es probablemente el más importante a rectificar en este momento: el de cómo salir de la situación de un siglo de sometimiento y robo al pueblo de Palestina. Desde los años 90, el ‘marco’ de referencia era el del proceso de paz, y la solución de los dos estados. No es momento de analizar aquel proceso, y la viabilidad o no, en su día, de esa solución. Ese marco está muerto desde hace dos décadas, y enterrado definitivamente, tanto por la sociedad palestina, como por Israel y su aparato político–económico-militar. La obcecación de los ministerios de exteriores europeos, de diferentes políticos y expertos, en añadir la coletilla de los dos estados a estas alturas, es casi enternecedora, por su añoranza de un tiempo perdido.  

Hasta alguien tan nítido en su denuncia del genocidio como Josep Borrell, el exmáximo responsable de política exterior de la Unión Europea, termina sus comprometidos discursos sobre Gaza haciendo referencia a ese marco de los dos estados. Denota la ausencia de una alternativa a esa fórmula zombi. Hace años que se echaba en falta un análisis político en los servicios diplomáticos que reconociera la muerte de la idea de los dos estados, tanto para la sociedad palestina, como para la israelí. No se puede pasear esa solución como si fuera el Cid en su última batalla. Como ese trabajo no se hizo, seguimos empantanados sin que aquellas personas a las que encomendamos ofrecernos sus soluciones, sean capaces de intuir una salida que case mínimamente con la realidad. 

Quizás hubo un momento en el que las soluciones de compromiso (al estilo de los dos estados) fueron posibles. Pero desde hace dos años, tenemos a una sociedad poniendo todos sus medios al servicio de la destrucción completa –física, política y espiritual– del pueblo de Palestina. La perpetración de un genocidio debe tener consecuencias para sus responsables. El único compromiso posible a estas alturas es el de poner fin de raíz al sistema de terror colonial levantado desde hace un siglo.

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Álvaro Zamarreño es periodista y ha informado sobre Palestina durante dos décadas.

Álvaro Zamarreño

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