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Plaza Pública

Seis años de la Guerra de Yemen. Devastación, hambruna y armas españolas

Los yemeníes gritan consignas mientras asisten al funeral de los combatientes hutíes asesinados (18 de marzo 2021).

Isa Ferrero

El Gobierno de España debe atender una urgencia humanitaria sin precedentes y dejar de vender armamento a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Han pasado seis años y las peticiones de las organizaciones humanitarias y en defensa de los derechos humanos siguen sin ser atendidas. Apenas queda tiempo para evitar una de las mayores hambrunas de los últimos tiempos.

La guerra de Yemen entra en su séptimo año este 25 de marzo. Una guerra que se ha mostrado devastadora para una población que ya enfrentaba grandes problemas económicos. A pesar de que Yemen era vecino de los países más ricos del mundo, la población era sumamente pobre. Yemen no tiene tantos recursos petrolíferos como sus vecinos y siempre ha sido el patio trasero de Arabia Saudí. A esto hay que sumarle que durante más de tres décadas estuvo dirigido por el gobierno corrupto de Ali Abdullah Saleh que instauró un modelo clientelar que ayudaba a perpetuar la miseria de los yemeníes.

La inmolación del vendedor de frutas Mohamed Bouazizi en Túnez, en diciembre de 2010, desencadenó protestas multitudinarias que produjeron un efecto contrario en otros países de Oriente Próximo y que conocemos normalmente como primavera árabe. Fuertes movilizaciones que buscaban justicia ante líderes corruptos y autoritarios que despreciaban las demandas de pueblos enteros. En Yemen, el pueblo tuvo éxito y a finales del año 2011 consiguió que Saleh se comprometiera a dejar el poder en un proceso político controlado siempre desde fuera. El poder pasó al que fue durante muchos años su vicepresidente, Abd Rabbo Mansur Hadi. Aunque había señales desde el principio de que el proceso hacia la democracia estaba en cierta manera viciado, había grandes esperanzas de que esta nueva etapa solucionase gran parte de los problemas de los yemeníes, consiguiendo construir una democracia más fuerte e inclusiva que se saldaría con la redacción de una Constitución en un tiempo récord. Tal como dice la experta Leyla Hamad Zahonero, “se trataba de un proyecto ambicioso que pretendía aglutinar a todas las fuerzas políticas y sociales en un Diálogo Nacional que no sólo debía conducir a la reconciliación sino también a la configuración estatal del nuevo Yemen”.

Tal como apunta Hamad Zahonero, la comunidad internacional no supo solucionar “el bloqueo” que hubo en la transición. Dos años más tarde, se produjo una alianza sorprendente entre los hutíes y el expresidente Saleh para dar un golpe de Estado que no tuvo apenas oposición. Era una alianza contra natura y que cuesta trabajo entender para un observador exterior que había visto años atrás varias guerras interminables entre el gobierno de Saleh y los hutíes. Evidentemente, era una alianza estratégica que estaba destinada al fracaso, tal como pudimos comprobar cuando los hutíes asesinaron a Saleh en diciembre de 2017.

Como en todo conflicto, existen razones internas muy potentes que explican el fracaso del gobierno de transición. Quizá uno de los mejores estudios que se han realizado es el de Helen Lackner. Sin embargo, las razones externas son también muy fuertes. El centrarse más en los asuntos de fuera no responde (o no debería hacerlo) a una lógica eurocéntrica, sino que es el resultado de intentar mostrar al público la responsabilidad que han tenido nuestros líderes políticos en esta grave tragedia humanitaria. Hay que empezar a pensar que la crisis humanitaria en Yemen ha sido en muchos sentidos fabricada por Occidente. En estas líneas solo comentaremos lo hechos más importantes:

La guerra contra el terrorismo es un gran factor que hay que tener siempre en cuenta. La nefasta invasión de Irak en el año 2003, perpetrada por George W. Bush y Tony Blair y apoyada por el expresidente Aznar, tuvo muchas consecuencias para el futuro de la región. El más evidente fue darle alas al terrorismo islámico. Es difícil de defender que el ISIS hubiera podido conseguir victorias espectaculares en Siria y en Irak y declarar el Califato Islámico en el año 2014. Después de la campaña sangrienta en Irak, la estrategia de Occidente de seguir con una guerra absurda en Afganistán y de iniciar una campaña de asesinatos con drones fue verdaderamente torpe para los intereses occidentales. Esto último fue conocido como la Drone Campaign y empezó con Bush hijo, se intensificó con Obama y llegó a su punto más alto en los primeros años de Trump. Durante muchos años, la Drone Campaign tuvo consecuencias traumáticas en YemenDrone Campaign que poca gente discutía. Cientos de muertos que se debían a los “daños colaterales” que todos asumíamos con resignación. Bastaba con que la inteligencia estadounidense dijera quién se merecía morir para que el expresidente Obama confirmara con su pulgar, como si de repente se hubiera convertido en un emperador romano. Si quieres paz, prepara la guerra. Estas son las conclusiones que se sacan si atendemos cuidadosamente a informes muy valiosos como el realizado por la Escuela de Derecho de Standford en el año 2012 o a las labores de investigación periodísticas que dieron como resultado el célebre documental Dirty Wars, de Jeremy Scahill.

Es difícil medir hasta qué punto esto condujo a la desestabilización de Yemen y dio alas a las milicias hutíes que, con un discurso radical, sectario e intransigente, vieron aumentada su popularidad con eslóganes como “Dios es grande”, “Muerte a América” o “Muerte a Israel”. Creo que se puede trazar un paralelismo, no demasiado descabellado, cuando pensamos en la revolución islámica de 1979 y las consecuencias que tiene el apoyar desde Occidente a un tirano tan despiadado como el Shah. No me parece injusto concluir que los crímenes de la administración Obama solo reforzaban estos discursos dañinos. No verlo así creo que es un error.

De todas formas, la transición podría haber funcionado si de verdad Occidente hubiese realizado esfuerzos significativos para solucionar los grandes problemas que afrontaba una población desesperada. En este sentido, la responsabilidad es doble. Para ayudar al pueblo yemení, tenía que haberse enfrentado a esa ideología que las élites han impuesto a todo el mundo sin consultar a nadie. Es el neoliberalismo. Una plaga que lleva más de 40 años en funcionamiento y que ha destrozado las sociedades del bienestar en los países más ricos y condena a los pueblos más pobres a vivir situaciones de guerra y de absoluta miseria.

Al Gobierno de transición de Hadi se le prometió ayuda económica, pero a cambio tenía que aplicar medidas neoliberales impuestas por el Fondo Monetario Internacional y subir el precio del combustible, dado que es una herejía que el gobierno intervenga en la economía. Conocer la historia de Yemen implicaba saber que eso iba a generar gran malestar entre la población, ya que en tiempos de Saleh se desencadenaron fuertes protestas por una subida del combustible.

Es comprensible que un gobierno corrupto, que cada vez tenía menos legitimidad, despertase una oleada de indignación masiva, sin que dejara de ser cierta la fuerte corrupción que había también con el tema del combustible. Pero como suele pasar en los países más ricos, la solución nunca puede pasar por el desmantelamiento de las ayudas, sino por una mejora y una reforma adecuada, ya que mientras esto se lleva a cabo la gente tiene que comer y sobrevivir. Los problemas no se solucionan gracias a la acción de una mano invisible. Ni tampoco la democracia llega gracias a ella.

El golpe de Estado de los hutíes fue rápidamente interpretado por las monarquías fundamentalistas del Golfo Pérsico como un golpe por parte de una milicia que prácticamente seguía órdenes de Irán. Se exageraba el rol que había tenido la teocracia iraní en el ascenso de los hutíes y fue, justamente, el pretexto que utilizaron para intervenir militarmente, tal como podemos comprobar si prestamos atención a la retórica qatarí en el año 2015. Según Al Jazeera, los países del Golfo Pérsico debían defenderse de la influencia maligna iraní y estaban en su derecho, ya que Estados Unidos no les había protegido después de que Irán utilizara la invasión de 2003 para expandir su influencia en la región.

Era un discurso disparatado, pero que respondía a la lógica de la guerra fría que existe entre Irán y Arabia Saudí/Israel. Tan disparatado que ni los Estados Unidos lo tomaban en serio. Sin embargo, las relaciones históricas que han mantenido con Arabia Saudí desde tiempos de Roosevelt y el tímido acercamiento de Obama hacia Irán, que culminó con un acuerdo nuclear con la teocracia iraní, llevó a los Estados Unidos a apoyar la intervención militar de la Coalición liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, a pesar de las consecuencias traumáticas previstas desde un principio, tal como lo reconoció Robert Malley, uno de los hombres claves de Obama en Oriente Próximo.

Quiero hacer un breve inciso —para que no se malinterprete mi anterior comentario—. El acuerdo nuclear con Irán fue una decisión acertada (aunque insuficiente) de la administración Obama y la dirección adecuada para desatascar un conflicto que es peligroso para la paz mundial. Es también un pequeño paso para un Oriente Próximo sin armas nucleares, aunque para eso haga falta que Israel desmantele todo el arsenal nuclear que siempre ha ocultado al mundo. Sin embargo, esto no quita que a continuación la administración estadounidense actuara de una forma absolutamente inmoral. Obama tiene a sus espaldas el haber apoyado una de las guerras más devastadoras y más olvidadas del siglo XXI. No vuelve a sorprender que los Estados Unidos y Reino Unido sean los países que tienen más responsabilidad en esta guerra, al apoyar sobre el terreno la campaña de bombardeos de la Coalición saudí contra la población civil yemení que empezó aquel fatídico 26 de marzo del año 2015.

Las restantes potencias occidentales no se quedan atrás. Países como España aprovecharon la ocasión para aumentar las exportaciones de armas a Arabia Saudí y EAU. No olvidemos que son países donde no tiene mucho sentido hablar de derechos humanos y donde periodistas que se atreven a levantar un poco la voz son salvajemente asesinados, como fue el caso del periodista Jamal Khashoggi en el año 2018. Si poco se discute que el Gobierno de Mariano Rajoy apoyó desde un primer momento la intervención militar vendiendo armas como apoyo diplomático, menos aún se discute el rol que sigue teniendo el Gobierno actual. Desgraciadamente, poco ha cambiado con Pedro Sánchez. Sabemos muy bien que los lazos entre la monarquía española y la Casa Real Saudí sigue siendo muy fuertes (no es casualidad que Juan Carlos se haya mudado a EAU), pero poco se debate que los affaires de Juan Carlos y Felipe nos han conseguido gigantescos contratos en armas e infraestructuras. Ya saben eso de que “los negocios son los negocios”.

En los cálculos de los negocios no están las pérdidas humanas ni el sufrimiento de familias enteras que ven con horror cómo su país ha quedado reducido a cenizas. Como ciudadanos, somos muchas veces incapaces de entender una palabra de los negocios que nuestras élites llevan a cabo. No obstante, sí que entendemos que, si se bloquea económicamente a Yemen, cuando importa el 90% de su comida, significa que se está intentando matar de hambre a la población. La ex ministra sueca Margot Wallström calificó de “medieval” a Arabia Saudí en el año 2015. Creo que es un adjetivo que describe muy bien lo que la Coalición ha realizado durante estos años.

El cinismo del Gobierno de España de apoyar estas atrocidades y al mismo tiempo lavarse las manos es muy significativo. Apenas se ha inmutado cuando las organizaciones en defensa de los derechos humanos probaron que niños y niñas estaban siendo aniquilados. Atrás quedó la excusa de que las armas suministradas por Occidente no iban a ser nunca utilizadas para matar.

Seis años después de que empezara la guerra, seguimos comprobando que es cierto. El reciente informe de la CNN de la periodista Nima Elbagir confirma nuestros peores temores. La población está absolutamente devastada. Cada vez, las imágenes son más difíciles de digerir. Llevamos seis años de una guerra devastadora, pero estamos llegando a límites que son imposibles de imaginar para un cerebro humano.

Dice Elbagir que “los números no mienten, pero no reflejan la tragedia completa”. Es “el infierno en la tierra”, tal como ha manifestado David Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos. Intenten imaginar lo que significa que un niño muera cada 12 minutos de hambre o de enfermedades derivadas de la catástrofe humanitaria. No se entiende. Tampoco se explica cómo es posible que el actual Gobierno siga dispuesto a vender buques de guerra a Arabia Saudí. ¿Hay dinero que justifique esta falta de decencia? Es sorprendente descubrir que, en la tercera década del siglo XXI, los derechos humanos todavía se pueden comprar.

En la guerra han muerto ya cientos de miles de personas. A finales del año 2019 esta cifra se estimó en 233 mil, aunque probablemente sea bastante mayor ahora y supere las 300 mil. Sin embargo, lo peor está por llegar si nuestros gobiernos siguen apoyando esta guerra. El año 2020 ha sido catastrófico para Yemen debido a la llegada del coronavirus al país y al deterioro económico que cada vez es más agudo. A todo esto, hay que sumar que la guerra no da señales de acabar. La batalla por Marib y los otros frentes activos dibujan un escenario muy preocupante.

Por esta y por muchas otras razones, las Naciones Unidas han advertido con especial insistencia desde el pasado verano que Yemen se está moviendo hacia una crisis humanitaria gigantesca. Declaraciones como que Yemen puede vivir la peor hambruna que el mundo ha visto en cuatro décadas son realmente espeluznantes. Esto significa que Yemen podría correr el peligro de vivir algo parecido a lo que se vivió en Etiopía en el año 84 o lo que vivió Irak en los años 90.

No se entiende cómo es posible que el Gobierno de España esté siendo tan irresponsable. En el año 2019, España autorizó armamento por 392 millones de euros a Arabia Saudí, mientras que en el 2020 ha enviado poco más de 300 mil euros en ayuda humanitaria. Pero eso no es todo, tal como decíamos antes, el contrato de los buques de guerra supone 1.800 millones de euros y los contratos de infraestructuras han sido aún mayores. Por ejemplo, el AVE a la Meca supone cerca de 7.000 millones de euros.

La reciente advertencia de la Naciones Unidas de que pueden morir 400 mil niños si seguimos de brazos cruzados tampoco parece que haga reflexionar mucho a nuestro Gobierno. Tal como ha dicho Mark Lowcock, Secretario General Adjunto de Asuntos Humanitarios, estos niños están en sus últimas semanas de vida.

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Seis años después de que empezara la guerra, se pide por enésima vez al Gobierno que atienda esta urgencia humanitaria y que deje de enviar armamento a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Es muy simple: España no puede seguir patrocinando esta tragedia humanitaria. Por principios, porque es ilegal y porque no podemos seguir permitiéndolo.

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Isa Ferrero es activista de derechos humanos especializado en la crisis humanitaria que se vive en Yemen y autor del libro 'Negociar con asesinos. Guerra y crisis en Yemen'.

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