¡Y si fueran los empresarios, estúpido!
En los últimos tiempos, los indiscutiblemente buenos datos de la economía se tratan de enturbiar por cierto discurso que, a pesar de las evidencias, defiende que la ciudadanía española transita entre la miseria y el empobrecimiento permanente. Al margen de los excitados activistas de ultraderecha que ponen en duda la veracidad de los datos y difunden los bulos habituales, habita también en las redes toda una guerrilla de nuevos jóvenes-viejos –quizás más cerca de los 45 que de los 20–, más compacta de lo que parece a primera vista, mentes brillantes y preparadas que, partiendo de la injusticia generacional, sitúan el modelo español como un corralito orquestado por los boomers, con la aquiescencia del sanchismo, que viven de las injustas pensiones y las rentas de los pisos que alquilan a los pobres jóvenes. Jon González (@Jongonzlz), Ángel Martínez (@amjorge15), Jorge Galindo (@JorgeGalindo), arropados siempre por los argumentos de lo séniors Luis Garicano, Toni Roldán, Rafa Domenech, Jesús Fernández-Villaverde o Juan Luis Jiménez y naturalmente por los libertarios desatados como Rallo.
El discurso es: sí, es evidente la buena marcha de la economía… pero los salarios medios son los mismos del 1994, la productividad no crece, las pensiones suben disparatadamente, los jóvenes deben dedicar más del 90% de sus rentas a pagar la vivienda y los hogares de los jóvenes consumen menos. La culpa, aunque todo lo que describen sucedió principalmente en la década de la austeridad, de 2009 a 2018, obviamente la tiene el sanchismo y se suman de manera indisimulada al "quien pueda hacer que haga”.
No hay duda, y existe un consenso amplio entre analistas de la economía española (independientemente de su ideología), de que uno de los problemas estructurales del modelo económico español es su baja productividad. Desde mediados de los años 90, el crecimiento de la productividad en España se ha ralentizado significativamente. Aunque otros países de la OCDE también han experimentado desaceleraciones, en España, esta comenzó antes y ha sido más acusada, lo que genera múltiples problemas derivados. Según la OCDE, en informes como The Future of Productivity (2015) y Reviving Broadly Shared Productivity Growth in Spain (2024), el marco regulatorio —es decir, las políticas controladas principalmente por el Gobierno central— tiene una influencia moderada-baja en la evolución de la productividad.
Los factores más determinantes para la productividad en España son las decisiones empresariales, que incluyen la gestión, la inversión en investigación y desarrollo (I+D), la adopción de tecnologías y la estructura organizativa, junto con las capacidades y habilidades de los trabajadores, como su nivel educativo, formación, competencias específicas (por ejemplo, en tecnologías de la información y comunicación o habilidades comunicativas) y diversidad. Según el informe de la OCDE Reviving Broadly Shared Productivity Growth in Spain, la emigración de trabajadores cualificados (brain drain) contribuye al estancamiento de la productividad al reducir el talento disponible para la innovación y el crecimiento económico. Este fenómeno está influenciado por decisiones empresariales, como la falta de incentivos adecuados —no solo salariales, sino también en condiciones laborales y conciliación— para retener a profesionales altamente cualificados.
Haciendo generalizaciones que siempre son injustas con las excepciones, la media de nuestros empresarios eligen –en mayor proporción que sus colegas europeos– sectores con baja productividad como la construcción, el comercio, el transporte o la hostelería, porque requieren menos conocimientos y capacidades y saben más o menos cómo se gestionan y funcionan. Es su zona de confort. No hace falta estar en la frontera del conocimiento y significa conseguir dinero con bussines as usual.
A pesar de que los empresarios y directivos españoles se consideran mayoritariamente “a la altura” de quienes ejercen su misma profesión en otros países del entorno, lo cierto es que invierten menos en capital intangible que sus colegas europeos de las economías punteras (Alemania, Francia, Dinamarca…). Invertir en este tipo de capital —software, talento, marca, I+D, modelos organizativos– es un punto clave para ganar productividad en la sociedad del conocimiento.
En 2023 las personas que se dedican a gestionar las empresas españolas eran casi un millón en el sector privado no agrícola, además de otros casi 400.000 directivos y directivas encargados de tomar esas decisiones de gestión y contratados por los primeros (un tercio mujeres y el resto hombres). En el informe Ante una década crítica: percepciones y perspectivas del empresariado español sobre su entorno, imagen y responsabilidad social (2024), Funcas actualiza datos sobre el perfil de los empresarios y corrobora que el nivel educativo sigue siendo un desafío, con un porcentaje significativo (cerca del 40%) carente de formación universitaria. Y más de la mitad provienen de entornos familiares con presencia de empresarios, lo que nos puede anticipar ciertas taras heredadas como las prácticas del “capitalismo de amiguetes”, el cortoplacismo y la limitada responsabilidad social.
Los empresarios españoles dedican muchos esfuerzos a conseguir estar en el palco del Real Madrid o a tratar de forzar a través de lobbies que la regulación les favorezca fiscalmente
Efectivamente, también existen informes (FMI 2019; The Future of Saving) que de manera genérica argumentan que regímenes de pensiones demasiado generosos crean desincentivos para trabajar y afectan el comportamiento de ahorro, lo que podría precipitar una caída en el ahorro privado y, por ende, en la inversión y productividad, especialmente en países con envejecimiento poblacional, pero las pautas recientes de la economía española –por sus tasas de ahorro– no apuntan en esa dirección. Si de verdad queremos abordar la mejora de la productividad, quizás hay que dirigir la mirada hacia el sitio adecuado.
Aunque nadie lo ponga explícitamente sobre la mesa, una hipótesis plausible es que el principal factor explicativo de la baja productividad de la economía española sea la deficiente capacidad de las personas que se dedican a tomar decisiones empresariales. Si comparamos con sus colegas europeos, los empresarios españoles no invierten cuando las condiciones son favorables, no responden a las necesidades de la demanda –como la vivienda–, no combinan adecuadamente capital y trabajo en función de las calidades y precios disponibles, no incorporan suficientes intangibles, no escalan las estructuras productivas, no detectan las oportunidades en los mercados internacionales, no se orientan a aquellos sectores con mayor productividad y mayores tasas de retorno a largo plazo, y dedican muchos esfuerzos a conseguir estar en el palco del Real Madrid o a tratar de forzar a través de lobbies que la regulación les favorezca fiscalmente (Montoro’s path).
En 1992, la economía estadounidense enfrentaba una recesión y el equipo del aspirante Clinton, acuño la frase “es la economía, estúpido” para no perder el foco en los temas de la campaña electoral. No se trata de demonizar a aquellos que fácilmente encarnan la figura del empresariado en el imaginario colectivo (quizás las excepciones a la regla) como Juan Roig, Amancio Ortega o Esther Koplowitz, sino de instar a la turba de influencers enfadados con la situación de la economía española, y que auguran el apocalipsis desde hace más de un lustro, a que amplíen el foco más allá de los boomers pensionistas voraces e incluyan a la clase media empresarial para explicar la baja productividad, los salarios miserables, el problema del acceso a la vivienda, la incapacidad de absorber el talento joven con salarios competitivos, y en definitiva su pobre y maldita existencia.
Mientras, déjennos al resto disfrutar del excelente momento que vive la economía española. La experiencia nos dice que, desgraciadamente, duran poco.
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Pau Rausell Köster es economista y profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València.