Universidad ahora, ya, sin pausa, sin miedo

Francisco Javier López Martín

Parece que el Gobierno ha tomado cartas en el asunto de las universidades españolas y ha provocado un revuelo, un estruendo, una algarada, no diría que inesperada. La universidad hace tiempo que había desaparecido de los grandes debates públicos, había acumulado tensiones y problemas y ha vuelto al candelero de la inestable, indefinible y efímera política nacional.

Merecería la pena fomentar algunos debates sobre la sociedad y la universidad que tenemos, la que necesitamos y la que estamos dispuestos a construir, antes de poner en marcha debates políticos que amenazan con no conducir a parte alguna. Ese juego puede parecer que aglutina fuerzas en torno a la izquierda pero, en realidad, alimenta los intereses de la derecha más cavernaria, reaccionaria y pesetera.

Vayamos pues por partes. Es cierto que la universidad sigue llevando en sus genes la herencia de un pasado en el que las instituciones universitarias eran constructoras del saber. Un saber que luego debía ser revertido en la sociedad en su conjunto a través de su aplicación a la vida cotidiana y a través de las élites políticas, económicas y sociales formadas en los centros universitarios.

Luego llegaron las universidades versión ultraliberal, cuya misión es dotar a sus estudiantes de competencias laborales inmediatamente aplicables a la empresa. Una universidad vinculada al tejido empresarial, financiada por grandes corporaciones, o sectores, hasta el punto de crearse un cierto número de universidades corporativas. 

Al Estado, en sus diferentes formas, autonómicas o centrales, le viene muy bien reducir las inversiones en universidad pública y entregarla en brazos de las empresas privadas que inyectan dinero a cambio de másteres, titulaciones de su interés, investigaciones a su servicio, cátedras cofinanciadas y formación de profesionales sumisos y a la carta. 

La Comunidad de Madrid, sin ir más lejos, proyecta una ley de universidades que fijará obligaciones de buscar financiación privada a toda costa. Una universidad pública, pero al servicio de los intereses económicos privados y una universidad privada que asegura que las élites económicas y políticas pueden comprarse un título para sus hijos. 

El bagaje universitario no importa, ya aprenderán en la empresa de papá, con la cartera del trabajo de papá y con los compañeros y subalternos de papá

El bagaje universitario no importa, ya aprenderán en la empresa de papá, con la cartera del trabajo de papá y con los compañeros y subalternos de papá. Quien no tenga papá, que hinque los codos en la pública y, aun así, no tendrá gran cosa que hacer con su vida profesional.

Además, no pocos profesionales, muy útiles para las empresas, se forjan mediante el famoso do it yourself (DIY) Tú mismo, en tu habitación, en tu garaje, puedes diseñar nuevos sistemas operativos, nuevos componentes, nuevas redes sociales. Tú mismo, conectado con unos pocos amigos, en un entorno inseguro y altamente competitivo, puedes convertirte en un gurú, un influencer, un nuevo rico. 

Tú mismo puedes diseñar los nuevos componentes que mejorarán tu cuerpo y hasta tus genes. Y estos milagros se producen al margen y fuera de las universidades. Ese es el modelo que los medios de comunicación y las redes sociales han alentado y puesto de moda. El éxito personal, económico, político, social, va por otros cauces que conducen a Andorra, cada vez menos vinculados al esfuerzo y la inversión en formación universitaria. 

Y sin embargo, pese a ello, o precisamente por ello, necesitamos una universidad de nueva planta y de nuevo tipo, respetuosa con el pasado y abierta al futuro. No toda universidad privada es mala. Deusto, Navarra, o Comillas así lo demuestran. No toda universidad pública es necesariamente buena y todos lo sabemos. 

La nueva universidad, la que necesitamos, deberá ser –como siempre– generadora de conocimiento, lugar para la investigación, la formación, la docencia. Deberá mancharse las manos bajando a aquellos lugares donde hay problemas y se exige compromiso para abordar transformaciones profundas. 

Una universidad que identifique los problemas en el horizonte, aun antes de que cualquiera pueda verlos. Que cuente con autonomía, asegurada por la financiación pública, sin por ello denigrar absolutamente la financiación privada que no busque el interés especulativo, para que esos recursos se inviertan en búsqueda de soluciones económicas y sociales que puedan ser compartidas y participadas con quienes padecen los problemas.

Una universidad que premie el esfuerzo personal y que promueva el trabajo colectivo, en equipo. Todo lo contrario de lo que se hace ahora en nuestras sociedades, donde se premia al vago, al especulador, al indolente comisionista y donde se fomenta el individualismo, el liderazgo brutalista. 

Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que la educación en todos sus niveles y las propias universidades se sentían parte esencial del futuro democrático que se abría por delante. Sentíamos que no estábamos en el mundo para adaptarnos y aceptar la dictadura sin más. 

Quisimos transformar el país y reconstruir nuestras formas de vida, de trabajo y de convivencia, sobre nuevas bases. Nos pusimos a ello. Lo hicimos. Han pasado los años. Hemos conseguido muchos avances, hemos afrontado muchos problemas y no siempre acertamos. 

El mundo ha cambiado, pagamos errores, los problemas desbordan la capacidad humana para afrontarlos en solitario y las universidades deben volver a ser punta de lanza en el conocimiento del futuro y en el compromiso para afrontar los grandes y duros problemas que nos toca afrontar.  Si quieren hablamos de estas cosas y nos ponemos de acuerdo, antes de que sea demasiado tarde.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

Francisco Javier López Martín

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