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COMUNICACIÓN POLÍTICA

Dialogar con el que piensa diferente no es un suicidio, es la democracia

El artista Tvboy pinta el beso entre Sánchez y Puigdemont en el parque de Glòries de Barcelona.

Cansada de la excesiva confrontación al inicio de su mandato, a Manuela Carmena se le ocurrió un día una idea innovadora: celebrar unos desayunos informales con los partidos de la oposición. Entre tazas de café y magdalenas caseras, consiguió generar una atmósfera distendida en la que acercar posturas y relajar el clima irrespirable en el que se había convertido la política.

Desgraciadamente, como explica en La joven política (Península, 2021), este experimento fracasó muy pronto. El ambiente agradable que se generaba en estos encuentros “desaparecía en cuanto se descorría el telón de la comunicación pública”. Allí, las declaraciones, entrevistas e intervenciones de los concejales de la oposición seguían siendo “descalificadoras y faltonas”.  De cara al ciudadano, no estaba bien visto escenificar cercanía con quien pensara diferente.

Han pasado cuatro años desde que Manuela Carmena dejó de ser alcaldesa de Madrid, pero este episodio evidencia el problema que todavía hoy hiere a nuestra política: la crispación. O, lo que es lo mismo, la gestión pública reducida a un campo de batalla en el que el diálogo entre partidos de distinta ideología es prácticamente imposible. Y, cuando se produce, se considera algo inédito y reseñable que acapara titulares.

Este verano, la complicada negociación de la investidura de Feijóo y su relación con Junts ha generado dudas en el PP. Algunos sectores del partido alertaban de que si finalmente se reunían con los independentistas catalanes podría ser “un suicidio” para el partido. Parece que la imagen del encuentro entre la líder de Sumar Yolanda Díaz y Puigdemont en Bruselas y el regreso del líder fugado al foco mediático ha sido el revulsivo para que finalmente se nieguen a hablar con ellos.

“Si el requisito para que yo sea presidente del Gobierno es una amnistía, la respuesta es que nos podemos ahorrar la reunión. Si Junts quiere hacer matizaciones o enfocar el asunto de otra forma, que me lo diga”, decía el líder del PP dando por finalizado el tema. Pero, ¿cómo se va a enfocar el asunto de otra forma si ni quiera existe una primera reunión en la que plantear las posturas y escucharse el uno al otro? ¿Desde cuándo sentarse a hablar, solo a hablar, con un partido legal y con representación parlamentaria es un suicidio?

Aunque a determinadas fuerzas políticas les cueste admitirlo, el bipartidismo, las mayorías absolutas y los gobiernos en solitario son cosa del pasado. Hoy vivimos en un país más plural, con distintas formas de entender España. En esta línea iban los resultados de la encuesta de 40dB para El País y la Cadena Ser de esta semana. Uno de cada tres encuestados prefiere que Pedro Sánchez sea presidente llegando a acuerdos con los partidos nacionalistas e independentistas. Y un 44% de los españoles es favorable a desjudicializar el conflicto catalán.

Manual para lograr una investidura (o por qué el intento de Feijóo es poco creíble)

Manual para lograr una investidura (o por qué el intento de Feijóo es poco creíble)

¿Por qué entonces el PP se ha negado a hablar con Junts? Es todo cuestión de decoro y coherencia. Muchos votantes populares jamás entenderían que Feijóo pidiese su apoyo a Junts para ser presidente, ya que desmontaría de un plumazo el discurso beligerante contra el independentismo que ha estado cultivando durante la última década, criticando duramente los pactos del Gobierno de Sánchez. El famoso Gobierno Frankenstein y la manida y tramposa advertencia de “se rompe España”.

Sin duda, los resultados del 23J han dejado claro que para ser presidente hace falta estar dispuesto a dialogar y negociar también con aquellos que piensan diferente. Y, si eres incapaz siquiera de escuchar, estás perdido. El diálogo es el valor por antonomasia de cualquier sistema parlamentario y, cómo intentó Carmena con sus magdalenas, los políticos deberían contenerse más en público y hablar más en privado. Porque dialogar con el que piensa diferente no es una proeza ni un suicidio. Es, simplemente, la democracia. 

 

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