Moción de censura: un arma electoral que cada vez se usa más, pero que no mejora las expectativas de nadie

Miembros destacados de Vox con Ramón Tamames

Vox ha presentado oficialmente su segunda moción de censura contra Pedro Sánchez en lo que llevamos de legislatura.

La primera vez que plantearon la moción, en octubre de 2020, solo consiguió el apoyo de los 52 diputados (15% de los escaños totales) de su grupo parlamentario. En esta ocasión, dos años y medio más tarde, es probable que repitan un resultado similar: la peor tasa de apoyos de los últimos cuarenta años.

Presentar una segunda moción de censura en un periodo corto de tiempo y con los mismos apoyos (insuficientes) que antes es sinónimo de que se trata más de una estrategia electoral —en las vísperas de las elecciones municipales y autonómicas de mayo— más que un intento real de querer echar a Pedro Sánchez del Gobierno. Y bueno, también un intento de medir fuerzas con su principal rival en el espacio de la derecha, el PP.

Lo cierto es que la utilización de un procedimiento parlamentario de esta naturaleza desde una perspectiva puramente electoral ha generado mucha controversia en la opinión pública y me ha suscitado, al menos, dos preguntas: ¿se utilizan las mociones de censura con una ambición real de forzar la dimisión del presidente en el cargo o, más bien, como un arma electoral más? ¿pueden las mociones alterar la intención de voto de las formaciones protagonistas en un corto periodo de tiempo?

Para responder a la primera pregunta, es interesante observar qué porcentaje de apoyos han tenido los partidos que han presentado una moción de censura en un parlamento autonómico o estatal a lo largo de los últimos cuarenta años y que no ha conseguido prosperar en las votaciones. En total, más de veinte han sido rechazadas y los impulsores de la moción han sumado cada vez menos apoyos parlamentarios.

Existen casos de todo tipo, como las mociones rechazadas con más del 40% de apoyos positivos en la votación, como la moción en el Parlament de Pasqual Maragall (PSC) contra Jordi Pujol (CDC) en 2001, con 55 de 135 (41%) síes para el candidato socialista; casos flagrantes como cuando Alberto Ruiz-Gallardón (PP) perdió la votación en la Asamblea de Madrid contra Joaquín Leguina (PSOE) en el ‘89 por un diputado tránsfuga que se termino absteniendo; o el caso de Antonio Hernández Mancha (Alianza Popular), que ni siquiera llegó al 20% de los apoyos intentando cesar a Felipe González (PSOE) en 1987.

Si bien hay casos dispares, desde la irrupción de nuevos partidos en 2015, hace 8 años, se han presentado 12 mociones de censura de las cuales dos no se llegaron a votar por la dimisión anticipada de su presidente (Madrid y Murcia en 2017), una se aprobó y llevó a Pedro Sánchez a La Moncloa por primera vez y el resto fueron rechazadas. Entre todas las que fueron sometidas a votación, de media, el apoyo conseguido para echar al presidente fue menor del 30% sobre el total de la cámara. En ningún periodo de tiempo anterior con una duración similar a la indicada los apoyos cosechados cayeron por debajo del 40% de los votos.

Se puede decir, por tanto, que es más habitual en estos últimos años presentar una moción de censura sin tener garantizados apoyos ni siquiera del mismo bloque ideológico y que se rechace su tramitación en las cortes. Por lo que hay que atajar la segunda pregunta. Esto es, si este procedimiento parlamentario se utiliza de tal forma que no sirve para su cometido principal, la de destituir al presidente en el cargo, ¿por qué este incremento de su utilización en los últimos años? ¿Acaso tiene un impacto directo en la previsiones de voto de los partidos protagonistas?

Para responder la segunda pregunta he analizado el promedio de encuestas en una veintena de legislaturas autonómicas y generales. Para ello, he recopilado al menos cuatro encuestas de cien días antes y después de la moción de censura para ver cómo ha evolucionado la intención de voto del partido en el Gobierno y de su alternativa.

De promedio, el partido del presidente enmendado ha perdido 0,7 puntos, mientras que la candidatura alternativa se ha mantenido más o menos igual. Es un impacto menor en ambos casos, sobre todo teniendo en cuenta la idiosincrasia de los sondeos: es normal que cometan errores de 2 y 3 puntos porcentuales de media por partido.

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Si repasamos los casos más recientes, las mociones de 2021 a los gobiernos autonómicos de Murcia y Castilla y León —ambas del PP— terminaron reforzando la posición de los populares en las encuestas, mientras que la alternativa caía en votos. En otros casos, como la moción de Vox de 2020 o la que presentó Felipe González contra Adolfo Suárez en 1980, el partido de gobierno sufrió un enfriamiento de sus expectativas mientras que la alternativa mejoró ligeramente.

En la mayoría de los casos, en cambio, los efectos de la moción han sido escasos, incluso cuando Sánchez consiguió sumar los apoyos necesarios en 2018.

No es un evento político menor, con toda la atención mediática que ha recibido desde hace unas cuantas semanas, por lo que no se trata de minimizar el impacto político que pueda tener un evento de estas características en la narrativa electoral de los próximos meses, sino de destacar que no hay evidencias sólidas para pensar que esto pueda mejorar las expectativas de voto de ningún partido, ni del presidente ni del candidato alternativo

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