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Política en la era de la incertidumbre

Optimismo contra pesimismo: el desánimo social castiga a la izquierda en la nueva batalla política

Un músico callejero se protege del sol con una sombrilla mientras toca en el puente romano de la ciudad de Córdoba, que se encuentra en aviso amarillo por calor.

Izquierda Vs derecha. Los de arriba Vs los de abajo. Lo nuevo Vs lo viejo. La política y la competición partidista han sido observadas utilizando múltiples ejes. Pero, ¿y si estuviera ganando peso uno más desapercibido: pesimismo Vs optimismo?

Las crónicas del cara a cara en el Senado entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo dan testimonio de la vigencia de esta disyuntiva, que conquista terreno en un escenario preñado de incertidumbre. El presidente se esforzaba en desmontar la visión oscura del futuro, sobre todo económico, que ofrece su adversario. El candidato del PP tiene algo a su favor: los datos apuntan no sólo a un auge del pesimismo y la nostalgia en la sociedad española –en niveles altos tanto en comparación con el pasado como con otros países–, sino también a que esas emociones allanan el camino a las opciones conservadoras.

Pesimismo económico

En el último barómetro del CIS, de julio de 2022, un 43,6% de los encuestados veían la situación económica española "mala" y un 32,2% "muy mala". En total, sumaban un 75,8%. Hay un repunte nada desdeñable con respecto a junio (69,1%). Se trata de una dinámica marcada por el ciclo de incertidumbre, con inclinación al pesimismo, abierto por la pandemia y agravado ahora por la inflación. Hace dos años, en julio 2019, cuando casi nadie sabía poner Wuhan en el mapa, sólo un 42,6% veía "mala" o "muy mala" la situación económica. Es un indicador de ánimo estrechamente vinculado al contexto. Hace veinte años era usual verlo por debajo del 20%.

Está clara la influencia de la invasión de Ucrania y la inflación. En febrero la visión económica negativa era del 62,1%, 13,7 puntos menos que ahora. No en vano, el 74,2% está "muy" o "bastante preocupado" por la guerra de Ucrania, casi tanto como por la propia economía. Sin embargo, ya había un profundo pesimismo económico en España anterior al órdago de Vladimir Putin. El Pew Research Center detectó en julio de 2021 que el 87% de los españoles calificaban de "mala" la situación económica, lo que suponía el peor resultado de los 17 países analizados. El 71% pronosticaba en España que a los niños de hoy les irá peor que a sus padres, el cuarto país con más nivel de inquietud de los 13 analizados.

La evolución de las preocupaciones de los españoles según el CIS también nos muestra agoreros sobre el futuro económico. En julio, un 52,2% citaba "los problemas de índole económica" entre los tres principales problemas Hace un año, era un 40,2%. En mayo de 2020, en el confinamiento, un 38,9%. Antes de la pandemia no llegaba al 30%.

Pero también hay momentos críticos de nuestra historia económica en los que el porcentaje estaba por debajo del actual. En mayo de 2013, con máximo histórico de paro, era de un 34,9%, lejos del 52,2% actual. En julio de 2012, tras pedir España el rescate financiero, de un 46,5%. Es innegable: estamos especialmente preocupados por la economía. Y está por el ver qué pasa si la guerra se alarga, falta el gas y llega la recesión.

Jóvenes en ascuas

No es exagerado llamar pesimismo al ánimo dominante. Se extiende la percepción de que las cosas van a peor y seguirán por ese camino. En julio de 2021 el CIS publicó la encuesta Infancia y juventud ante la pandemia de la covid-19: nada menos que un 73,2% cree que "las nuevas generaciones van a vivir peor que sus padres". Es más, el 54,2% cree que los jóvenes son considerados como "ciudadanos de segunda", sobre todo por falta de oportunidades. Es una visión compartida por los propios jóvenes. Metroscopia detectó hace un año que un 75% de los nacidos entre 1986 y 2003 ve peor su futuro que el de sus padres. Más de tres de cada cuatro menores de 35 años ven el futuro con "preocupación".

Hay más datos que muestran la sombría visión del futuro de aquellos a los que, en teoría, pertenece el futuro. Sólo de la fase más dura de la pandemia cabe citar al menos tres estudios. La Enquesta sobre l'impacte de la covid-19: principals resultats referents a la població joven, del Centre d'Estudis d'Opinió, concluía que el segmento entre 18 y 35 años es el que "más padece por su futuro". Otro estudio, Las consecuencias psicológicas de la covid-19 y el confinamiento, elaborado por seis universidades, indicaba que el 49% de las personas de entre 18 y 34 había experimentado sentimientos depresivos, pesimistas o de desesperanza, con “tendencia a cronificarse”. Según una investigación de Fundación Pfizer, casi un 60% de jóvenes hasta 29 años cree que van a empeorar sus oportunidades.

A estos tres se suma el informe puesto el jueves sobre la mesa por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud. ¿Resultados? Un 24% de los jóvenes españoles dicen tener problemas de salud mental con cierta o mucha frecuencia, porcentaje que que en 2021 era del 8,6% y en 2019 del 6,2%. Más de la mitad de jóvenes está "muy o bastante de acuerdo" con que empeorará la situación económica y laboral de la juventud y prácticamente la mitad piensan que aumentarán las diferencias sociales, se perderán algunas libertades y disminuirán y se deteriorarán las oportunidades de futuro.

Desconfianza y nostalgia

Todo este pesimismo económico marida con la nostalgia, que es doble: uno se recuerda a sí mismo más positivo antes que ahora y también recuerda la sociedad pasada mejor que la actual. Datos. Un 46,7%, según el último CIS, recuerda que hace cinco años tenía más confianza en los partidos políticos que ahora, frente a sólo un 11,5% que recuerda que tenía menos.

Sobre la nostalgia ha recabado datos Aina Gallego, profesora de Ciencia Política del Instituto Barcelona de Estudios Internacionales, que participó en un encuesta a unas 1.700 personas hace un año con resultados que –cuenta ella misma– llamaron su atención: un 43% pensaba que los años 90 fue un tiempo mejor; sólo un 22%, que fue peor.

Causas objetivas y "egotrópicas"

Buscar las causas del momento dorado de esa dupla pesimismo-nostalgia no es fácil. Hay una respuesta inmediata, de aspecto cabal: se debe a la pura y dura realidad, definida por la avería del ascensor social y la desigualdad. No es una idea desdeñable. El incremento de las emociones negativas se ha dado en paralelo al auge de una pobreza/desigualdad empeorada por la pandemia. En España hay 11 millones de personas en exclusión y 3,3 en situación de privación material severa. En 12 años ha crecido la distancia entre el 10% que más ingresa y el 10% que menos. La brecha de pobreza por origen familiar se ha ampliado un 30%. De modo que puede tener sentido que, ante un panorama así, la gente tienda al fundido a negro en sus previsiones.

Pero no es tan sencillo. Los investigaciones en ciencia política y social establecen una relación oblicua entre desigualdad y negatividad. Como ha explicado Fernando Jiménez, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Murcia, el vínculo existe, pero "no es directo", dado que prevalece la "perspectiva sociotrópica" sobre la "egotrópica". Es decir, a la hora de adoptar su visión, los individuos –y con ellos la sociedad– se basan más en el ambiente que en su propia realidad. Eso explica que se vea la economía del país mucho peor que la personal. ¿Cómo podríamos explicar si no que un 75,8% vea "mala" o "muy mala" la situación económica del país, cuando sólo un 26% ve "mala" o "muy mala" su propia situación? El Pew Research Center, al tiempo que colocaba a España en el podio del pesimismo económico global, detectaba que un 65,6% ve su situación como "buena" o "muy buena". Es algo habitual en los barómetros del CIS: una mayoría de ciudadanos ve como un grave problema del país algo que es el problema personal de un porcentaje mucho menor. Todo apunta a que la narración mediática, marcada por el ruido y la facilidad de propagación de la mentira, influye en el sombrío humor social.

Camil Ungureanu, profesor de Filosofía Política en la Universitat Pompeu Fabra, cree que el pesimismo tiene "razones estructurales, no meramente conjeturales". Y cita un conjunto de motivos: "Las crisis cíclicas del capitalismo relacionadas con la creciente brecha entre ricos y pobres y la sensación de alienación de la población respecto a sus representantes, la guerra como síntoma del nuevo desorden global, la emergencia climática, la pandemia". Probablemente la respuesta está repartida en ese abanico, más el aspecto mediático.

"Horizonte distópico"

El resultado de todo ello –volviendo a Aina Gallego– es un extendido "horizonte distópico", que apareja un crecimiento de la "nostalgia", emoción a su juicio beneficiosa para la derecha, más proclive a dar "una visión idealizada de un pasado" que promete recuperar. Gallego no lo dice como impresión a vuelapluma. Tiene recopiladas –y comparte con infoLibre– cerca de 40 investigaciones que en conjunto apuntan a una conexión del auge de la nostalgia con el avance del populismo derechista. "La nostalgia nacional refleja el agravio por la pérdida percibida de la comunidad moral étnica y culturalmente homogénea. El partido populista de derecha radical moviliza estos agravios para justificar y aumentar la persuasión [...]", sintetizan los tres autores de La nostalgia nacional como nuevo marco maestro de los partidos populistas de derecha radical (Journal of Theoretical Social Psychology, 2021).

A la luz de estos hallazgos es poco sorprendente que la derecha española viva un boom revisionista, tanto referido a la Guerra Civil como al colonialismo en Latinoamérica, del que la literatura académica ya ha demostrado su efecto derechizador sobre la sociedad. Los datos recabados por Gallego y sus colegas muestran que el partido con un mayor porcentaje de votantes que declaran que los 90 eran mejores tiempos es Vox, seguido de PP y Cs. A más a la derecha, más nivel de nostalgia. A más nostalgia, más voto a la derecha.

Otra aportación. En Futurofobia (Plaza & Janés, 2022), el periodista Héctor García Barnés identifica un rasgo en común de los populismos triunfantes: la propuesta del regreso a ese "pasado" glorificado en el que "las fronteras no estaban abiertas", en el que aún existían la "patria" o la "familia". Aunque el ensayo se centra en las dinámicas socioculturales que han contribuido al boom de nostalgia y el pesimismo, el autor no rehúye una lectura política: la rampante "futurofobia" implica una "incapacidad" de pensar "alternativas" que abona el terreno al conformismo.

Beneficiarios de la derecha

Con diferentes acentos y matices, todos los entrevistados para este artículo comparten una conclusión similar: el ánimo enturbiado allana el camino al conservadurismo. Es una idea que han puesto a circular el propio PSOE y sobre la que alerta el Gobierno. José Félix Tezanos, presidente del CIS, que algo sabe sobre cómo se articula la opinión mayoritaria, ha afirmado esta misma semana que hay un "acoso estratégico" al Gobierno basado en instigar el "pesimismo".

Hernán Sáenz, analista de relaciones internacionales, cree que ante la "encrucijada" que encaran tanto las sociedades como el orden global hay un auge del "nosotros primero". Le cuadra con el ánimo que detectan las encuestas. "No es sólo pesimismo, es que hay toda una falta de horizonte futuro, una falta de puerto. Hay algunos oasis de ilusión, pero esa idea de que las generaciones futuras van a a vivir peor está presente en todas partes", señala. En clave local, cree que el gran desafío de Pedro Sánchez es saber presentarse como "un líder capaz de presentar un proyecto aglutinante en un momento de crisis e incertidumbre totales". Algo difícil, admite, en un contexto en el que los discursos que tratan de convencer de que el cambio es posible disfrutan de poca "credibilidad".

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Ungureanu (Pompeu Fabra) señala que el "principal beneficiado" de la "sociedad del estrés y la ansiedad permanente" es "el autoritarismo", "en aumento a nivel mundial". "El nacionalpopulismo (Vox, en España) es uno de los principales beneficiados. La figura de estilo principal de su narrativa es la metáfora hiperbólica, y tiene dos vertientes: catastrofista y salvacionaista. Por un lado, avanza un diagnóstico catastrófico/catastrofista. Por otro, lógicamente, Abascal y Vox representan al 'salvador'. Ese patrón se encuentra en varias partes del escenario político global". Es usual en la derecha el discurso alertando de la "crisis de valores", ante la que es necesario volver al orden de una "civilización occidental" amenazada. Esta semana se lo hemos oído a Isabel Díaz Ayuso, pero es un discurso que firman Viktor Orbán o Georgia Meloni.

Ungureanu afirma sólo cabe "combinar medidas estructurales que aborden las profundas crisis existentes y narrativas alternativas de esperanza razonada". A la luz de los datos, la juventud es el segmento más alejado de esa "esperanza razonada". El sociólogo Mariano Urraco afirma las "generaciones atrapadas entre crisis" viven ya acostumbradas a ese estado, que ha provocado –en general– un "repliegue individualista", un "todos contra todos", un "sálvese quien pueda". A su juicio, prevalece el "conservadurismo", sintetizado en una idea: "Estoy mal pero podría estar peor". A pesar de aparecer como pesimistas y desencantadas en las encuestas, estas generaciones –señala Urraco– se siguen comportando conforme a las reglas del viejo mundo. Es decir, continúan actuando como si siguiera vigente el orden estudiar-trabajar-ganarse la vida-formar una familia-jubilarse, como si aún funcionara el ascensor social. Urraco, profesor en la Universidad a Distancia de Madrid, se pregunta qué pasará si esa "ficción" acabara siendo vista mayoritariamente como una falsedad sin paliativos. Es difícil dar una respuesta. No obstante, cree que aún no estamos en esa fase. ¿Cuestión de tiempo? Se verá. De momento, Urraco deja esta conclusión: "Si [la juventud] va a cambiar el mundo, a hacer una revolución, será conservadora". Pero, ¿y todo esto que tanto se repite sobre unas generaciones jóvenes no tan desconectadas de la política y especialmente preocupadas por el clima? Urraco admite que esa genérica "preocupación por el planeta" existe, pero no altera lo esencial: las jóvenes se movilizan en su mayoría "de forma improductiva", sin conexión de sus demandas con aspectos "tangibles".

Antonio Valdecantos examina el asunto con la perspectiva amplia que cabe esperar de un catedrático de Filosofía. "Lo que sorprende –explica el profesor de la Complutense– es que no haya más catastrofismo. Es fácil describir lo que ocurre: el coronavirus tenía solución, mientras que el colapso climático no la tiene. Y hemos atravesado ya el umbral por el que se pasa de la preocupación por el primero a la evidencia del segundo. Esto es de lo que conviene tomar nota, aunque no es fácil". Según el profesor de la Complutense, "la magnitud de la catástrofe, no futura, sino ya acontecida, exige un vuelco histórico tan inasimilable para la derecha como para el progresismo". "Quizá todavía más para el segundo –afina–, que vería hecha trizas toda su concepción de la historia moderna como un proceso de emancipación".

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