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Orgullo LGTBI

Voces trans celebran la llegada de su ley: "Ya no vamos a estar bajo la tutela de nadie"

Un joven lleva una pancarta con el lema "Abracemos nuestra identidad" durante la manifestación del Orgull LGTB en València.

A sus 48 años, Adrienne resume su emoción contenida en un contundente "ya era hora". Luar, con 24 años, no renuncia a sus expectativas y se niega a conformarse: "Esta ley es una mentira", embiste. Carla, a las puertas de los 62 años, reconoce que la satisfacción no es plena, pero sí lo suficientemente esperanzadora: la vida de muchas personas, asiente determinante, cambiará a partir de ahora. Quienes hablan son personas trans que estarán este martes más pendientes que nunca del Consejo de Ministros. Llega, por fin, la ley por la que han peleado con uñas y dientes.

Las celebraciones, de haberlas, serán más bien tímidas. Descorchar la botella y brindar no está entre sus planes. Podría suponer plegarse, conformarse con una norma que pasará a la historia como un hito, pero que no es todo lo ambiciosa que esperaban. "La verdad es que no es un triunfo, aquí no se gana o se pierde", reflexiona Adrienne. Ella, mujer trans, arrastra un sabor amargo por el tiempo perdido: "Teníamos que haber tenido una ley hace muchísimo". Por el camino han quedado demasiadas renuncias, lamenta. El proceso de negociación de la ley, cargado de desencuentros entre los socios de Gobierno e inevitables cesiones entre las partes, se ha plasmado en un articulado que no termina de satisfacer al colectivo. "No lo voy a celebrar, los derechos humanos no hay que celebrarlos", zanja.

Luar Aguirre tampoco prevé festejos, pero su forma de expresarlo es distinta. Si Adrienne reconoce decepción, Luar demuestra tenacidad: "No lo voy a celebrar, voy a seguir luchando". En el mismo sentido se expresa Carla. Lleva más de cuatro décadas peleando por los derechos del colectivo y todavía le queda fuelle. Su apellido es Antonelli. "Celebraré el fin del calvario y que la dignidad ha metido un gol en propia puerta", admite. Y aunque conviene en que la sensación predominante es un "sentimiento agridulce", reitera que el colectivo "no va a dejar a nadie atrás" y peleará "hasta que todos los derechos sean reconocidos".

Luar, Adrienne y Carla, tres generaciones trans.

Al hacer balance, Luar y Adrienne evocan la proposición de ley que fue registrada el pasado mes de marzo en el Congreso. A su entender, aquella propuesta sí respondía de manera fidedigna a las demandas de las personas trans. En su defensa salió Luar. Fueron tres días en huelga de hambre frente a la escalinata de la Cámara Baja, "un momento histórico, pero muy duro", afirma. Suficiente para estar "muy orgulloso", aunque la propuesta finalmente naufragara. Luar percibe grandes ausencias en la actual redacción de la ley, como la nula regulación del género no binario, pero los reproches también dejan lugar a pequeñas treguas. "Salvando esto, la ley no está mal. Se reconoce la autodeterminación de género, aunque es una pena que sea a partir de los catorce años".

El fin de las tutelas

Adrienne, Luar y Carla recuerdan su tránsito como un proceso duro y lastrado por la burocracia. "Yo firmé que estaba enfermo, que padecía de disforia de género", rememora Luar. Adrienne piensa en los más pequeños: "No van a pasar por procesos de evaluación, ni reasignación, que para mí supusieron cosificación, humillación, violencia y rechazo social. Es un alivio", asiente. Para Carla la ley supone eliminar de facto todo el "cuestionamiento previo" que ha servido para poner "siempre en tela de juicio y bajo tutelas de jueces y psiquiatras" a las personas trans. El anteproyecto, no lo duda, servirá para cambiar muchas vidas.

Adrienne confía en que el desarrollo del articulado cristalice en derechos efectivos para el colectivo. De eso se trata, argumenta, de blindar por ley el acceso a la vivienda o al mundo laboral. Adrienne, trabajadora sexual, recuerda que vivir bajo el estigma de "persona trastornada" la expulsó del mercado laboral. Ahora se pregunta qué va a pasar con su futuro y su jubilación. Espera que a partir de hoy, esas mismas inquietudes no le quiten el sueño a las generaciones futuras.

Los tres protagonistas auguran un camino menos plagado de obstáculos para los menores. Es ahí donde depositan su confianza: en que el proceso sirva para cosechar cambios en positivo para los más jóvenes. Luar se conforma con que, al menos, el altavoz de los medios de comunicación haya servido para que "muchos menores puedan ponerle nombre" a lo que les pasa.

Decepciones por el camino

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El reverso está en las formas que han acompañado al debate sobre la ley, especialmente enquistado entre el movimiento feminista. "Ha sido bastante bochornoso cómo se ha hablado de las personas trans". Luar conjuga la primera persona para reconocer que "toda la transfobia" expresada en medios y redes sociales ha hecho mella en él y los suyos. Adrienne repara en el golpe hacia todo un colectivo, que ha asistido con "decepción" al aumento progresivo de la hostilidad. "Parece claro que no tenemos ni los derechos más fundamentales", lamenta.

Para Carla ha sido, con diferencia, lo más sangrante del camino. "Yo no sigo en la Asamblea de Madrid por plantar cara a esta situación, a nadie se le escapa. Pero yo sólo tengo un camino: el de mis principios, lo que he defendido siempre y de la mano del Partido Socialista". Las decepciones, asiente, no son pocas. Pero tienen nombre y apellido, no las siglas de su partido. "El PSOE nunca ha sido transfóbico ni creo que nunca lo vaya a ser, ahí está el legado de Pedro Zerolo, de José Luis Rodríguez Zapatero y del propio Pedro Sánchez", alardea la militante socialista. "Mi partido sigue siendo el mismo, con decepciones por el camino", concluye.

Carla retrocede cuatro décadas para recordar que entonces, cuando reivindicaba el voto para su formación, muchas voces la tildaban de "travesti politizado". Hoy, dice seguir siendo la misma persona y su partido, confía, sigue mereciendo su fidelidad. "Me reafirmo. Ha vencido la razón".

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